Quien fuera jefe del estado español los últimos cuarenta años se hizo un hartón de arramblar cuartos. No tenía bastante con los millones y millones de los presupuestos públicos. No sabemos cuántos a ciencia cierta, por la opacidad de la Casa Real bendecida por el Congreso español. Durante años y años, Joan Tardà batalló solo denunciando los abusos de la Corona mientras la derecha catalana, ahora reconvertida en independentista purasangre, le seguía el juego.

Hoy tampoco han mejorado demasiado, ni en transparencia ni ante la figura de monarca. Sólo hay que ver como la portavoz nacionalista en Madrid acude presta a las recepciones reales ante el hijo del monarca corrupto y caído en desgracia. O como siguen sin querer saber ajustar las cuentas con el régimen franquista, ignorando la memoria histórica o resistiéndose a eliminar los monumentos de enaltecimiento fascistas, como en Tortosa. Envueltos en la bandera pasan por alto su falta de compromiso. Envueltos en la bandera han sido capaces de todo. Y no parece que hayan hecho propósito de enmienda.

Sería justo que se exigiera al rey emérito que devolviera todo lo que ha afanado, centenares de millones de euros, para destinarlo a la salud pública o a ayudar a la economía productiva afectada por este coronavirus, una emergencia sanitaria hoy y una emergencia económica mañana. Y que se lo le exigiera con la misma contundencia que han exigido fianzas millonarias por unos supuestos gastos el 1 de octubre. Gastos que el Gobierno aseguró que no existían, "no se ha gastado un euro público", habían afirmado solemnemente.

También nos tendría que servir esta pandemia para volver a tener claras las prioridades. Y para recordar todo el daño que se hizo con los recortes de Artur Mas, que dejaron tocada la sanidad pública del país, unos recortes que contaron con el beneplácito de la actual dirección de Junts per Catalunya, del primero al último. Al menos que sirva para volver a tener claro lo que no se puede hacer. Y para urgir a hacer frente al déficit endémico de la sanidad pública del país, que si todavía es ejemplar debe ser por su resiliencia y buenos cimientos. Un déficit que, hay que decir, tiene como principal responsable el Gobierno y un sistema de financiación perversa que penaliza a quien más esfuerzo hace.

La joya de la corona de nuestro estado del bienestar está en jaque mientras la Corona y todos sus secuaces han hecho de su modo de vida un atentado al bienestar social

También es el momento de recordar la miserable conversación interceptada al ministro del Interior Fernández Díaz y a su colaborador entusiasta Daniel de Alfonso, que se vanagloriaban de haber destrozado la sanidad pública catalana. Estos sí que tendrían que estar ante los tribunales asumiendo las responsabilidades que les corresponden por tanta maldad y por haber estropeado deliberadamente la joya de la corona de nuestro estado del bienestar: la sanidad. Pues bien, ni el uno ni el otro han tenido que asumir ningún tipo de responsabilidad, ni siquiera una disculpa. Nada. Mientras que para poner las urnas se ha emprendido una caza de brujas que no parece tener límite. La joya de la corona de nuestro estado del bienestar está en jaque mientras la Corona y todos sus secuaces han hecho de su modo de vida un atentado al bienestar social.

Estos días hemos visto como se producía una migración masiva de madrileños a la costa valenciana y murciana para aligerar las restricciones impuestas por el coronavirus. Y la falta de diligencia del Gobierno. Como hemos visto que este comportamiento irresponsable ha tenido réplicas en Catalunya. Y también hemos visto como las salidas de tono del nacionalismo español tenían penosas réplicas catalanas, desde Escocia, inicialmente aplaudidas por Waterloo. Enseguida advirtió David Fernàndez el error de este nacionalismo nuestro que en lugar de sumar resta.

Como hemos tenido que sufrir las embestidas de altos responsables políticos españoles queriendo sacar réditos políticos de la pandemia, desde representantes de Ciudadanos y el PP a bocazas del PSOE. Pero también aquí hemos visto como desde cierto cargo del Parlament, en lugar de cerrar filas con el Govern, pontificaba desde el sofá de casa. Demasiado tiempo hablando más de la cuenta ha impedido parar la inercia cuando lo más importante es confiar en nuestros gobernantes y en el conjunto de nuestra sociedad, aparcando —al menos ahora— el oportunismo político en favor de una emergencia nacional como no habíamos conocido antes. Ahora sí que hay que cerrar filas, ahora sí que toca cerrar filas al lado de la consellera Vergés, del conseller Buch, del president Torra, del conseller El Homrani y, sobre todo por lo que vendrá, de confiar en las iniciativas del vicepresident Aragonès, que tiene encima un horizonte económico muy preocupante con un Estado que ya se ha fundido la hucha de las pensiones y que ahora ha aprovechado la crisis para someter a las autonomías en lugar de trabajar colegiadamente como Merkel con los länder alemanes.

Iniciativas pioneras en el mundo para hacer frente a la crisis del coronavirus, como las que anunciaba la consellera Vergés, con la puesta en marcha del primer ensayo clínico para prevenir el contagio de Covid-19 o que el CatSalut asuma el control y la coordinación de las instalaciones y de los profesionales de la sanidad privada para hacer frente a la pandemia. Decisiones valientes y republicanas, tal como informaba el conseller El Homrani, como son las medidas económicas urgentes para ayudar a los autónomos que se han visto obligados a parar el trabajo, así como garantizar la continuidad de la contratación pública y demorar el pago de tributos. O medidas tan necesarias como garantizar las becas comedor de hasta 160.000 niñas y niños aunque las escuelas estén cerradas.

La gran diferencia entre la buena y la pésima gestión, la diferencia entre Catalunya y España.