Josep Costa formuló una profecía en plena trifulca en el Parlament, recetario de los acatamientos de Palau, en esta fórmula deprimente de la gesticulación, tan grandilocuente como impotente, del "haz tú lo que no me he atrevido a hacer yo". Casi sonaba a amenaza: "Os dieron a escoger entre conflicto y deshonor. Habéis escogido deshonor y también tendréis conflicto". Las invectivas de Costa siempre tienen el mismo destinatario. No precisamente romper la multitud de alianzas de los juntaires con los del 155, sino acentuar la confrontación cainita, la única confrontación que hasta ahora han materializado los postconvergentes. Cada intervención de Costa es una andanada al consenso, un sembrar mal rollo e imposibilitar cualquier acuerdo transversal. Costa hizo lo imposible por impedir acuerdos durante el fin de semana previo al vergonzoso pleno del Parlament, para convertir el pleno en una batalla campal entre independentistas.

Si alguien ha trabajado por el disenso, en cuerpo y alma, dinamitando todos los consensos entre independentistas, este es el vicepresidente del Parlament, Josep Costa. Nunca ha fallado. Siempre que se está a un paso del consenso, aparece la figura de Costa que lo dinamita sin contemplaciones.

Así fue con el acuerdo que todos los presos habían llegado en Lledoners, por aquello de las sustituciones en el Parlament. El acuerdo estaba cerrado, de consenso. Todos los presos estaban de acuerdo. Y fue entonces que Costa irrumpió en Lledoners y, en un abrir y cerrar de ojos, sembró el caos y el disenso. Tenía una misión y la ejecutó a la perfección, reventar el acuerdo. Ese fue, probablemente, el peor momento que se ha vivido en el frente de prisiones. La ruptura del acuerdo enrareció como nunca la relación personal y política entre unos y otros.

Costa también hizo lo mismo en la Mesa del Parlament. Hasta al punto de enfrentarse a su compañero de filas, Eusebi Campdepadrós, a quien forzó a hacer marcha atrás y a romper el consenso al cual tanto había costado de llegar. Campdepadrós tuvo bastante coraje para abstenerse ante un Costa que exigía una oposición frontal al presidente Torrent.

Costa también se cargó el consenso con los presupuestos del Parlament. Bueno, aquí con una excepción, los pactó con la derecha más reaccionaria, con PP y Ciudadanos. Entre otras cosas, para subirse el sueldo. Obviamente eso lo justificó sin parpadear. Lo que él disponga siempre está justificado.

Y en todo eso, aleccionando a todo el mundo, golpeándose el pecho siempre en una carrera enloquecida para demostrar que él sí que es un independentista consecuente y que los otros ―los verdaderos y únicos enemigos de Costa― son unos calzonazos y unos cobardes. Pero la hemeroteca puede ser realmente dura para personajes como Costa. Porque lo cierto es que el 1 de octubre Costa fue de los primeros en recular cuando el Estado advirtió a la Sindicatura Electoral, de la cual formaba parte como suplente. A la primera de cambio, obedeció diligentemente y en ningún caso asumió el embate. En ningún caso levantó el dedo para presentarse como voluntario por la causa y sustituir a los compañeros amenazados. De golpe se volvió un pragmático. En fin, todo coherencia y valentía.

La última de Costa ha sido para valorar una de las últimas encuestas que daban mayoría clara al independentismo. Costa, enfurecido, volvió a hacer uno de sus tuits del disenso, poniendo el acento contra la otra gran formación independentista. Y con más sutileza que no nos tiene acostumbrados, decía: "Si en estos momentos tenemos un gobierno independentista, es porque después del 21-D era lo único aritméticamente posible. Si queréis que después de las próximas elecciones siga habiendo un gobierno independentista, lo mejor es que el partido ganador no tenga ninguna otra alternativa".

El tuit no podía ser más partidista. Ya era un tuit de campaña electoral. Pero también un tuit de alguien que no tiene problemas en tratar a los votantes de tontos, de engatusar y ocultar una praxis política que nada tiene que ver con lo que pretendidamente se predica. Porque lo cierto es que la fuerza política que, de mucho, ha cerrado más acuerdos con el PSC es precisamente la suya, que ha entregado consejos comarcales, ayuntamientos y la Diputación de Barcelona al 155, sin ningún tipo de pudor ni vergüenza. Lo han hecho y lo seguirán haciendo, con una armonía que clama al cielo. ¿O alguien ha oído alguna fricción en las instituciones que gobierna la sociovergencia? No sólo no hay ningún tipo de disenso en todas estas instituciones sociovergentes sino que, tal como estamos viendo en la Diputación, el PSC hace lo que quiere, política de contrataciones incluida. ¿A cambio de qué, vicepresidente Costa?