¿Alguien se imagina a una presidenta de un movimiento cívico vasco independentista ―supuestamente transversal― cargando contra un hipotético indulto a los presos de Altsasu? Es decir, ¿pidiendo que se pudran en la prisión en nombre de la patria vasca? Sería inconcebible. Pero en Catalunya pasa.

¿Alguien se imagina a un presidente de un movimiento anti-represivo vasco cargando contra el acercamiento de los presos vascos al País Vasco? No sólo no ha pasado, sino que el movimiento anti-represivo vasco celebra cada liberación y cada acercamiento de un preso a las prisiones del País Vasco. Lo viven como una victoria más allá del alivio de las familias.

Ya saben que esta liberación o hipotético indulto no soluciona el conflicto político. No son ingenuos. Pero saben también que su cautiverio o dispersión, todavía menos. El independentismo vasco sólo ha crecido cuando ha acabado con el maximalismo y la consigna panfletaria y lo ha sustituido por una estrategia política de crecimiento.

¿Alguien se imagina a un presidente de un movimiento anti-represivo vasco cargando contra el acercamiento de los presos vascos al País Vasco? No sólo no ha pasado, sino que el movimiento anti-represivo vasco celebra cada liberación y cada acercamiento de un preso a las prisiones del País Vasco

Por el contrario, quien se ha opuesto ferozmente a todo hipotético indulto y ha defendido la política de dispersión de los presos ha sido la derecha más española más rancia, con la complicidad de parte de la izquierda española que ha defendido las tesis más duras. Para ellos, cuanto peor, mejor. Esta derecha siente nostalgia de cuando el independentismo vasco era rehén del sector más encendido. Ellos estaban más cómodos en la confrontación, en un escenario de violencia, de terrorismo. Y se sentían más fuertes y con un apoyo electoral muy notable.

He aquí que esta es la misma tesis que defienden encendidos patriotas catalanes, aferrados al "cuanto peor, mejor" como máxima política. Cuanto peor, mejor para los otros. Claro. Ya se vio cuando un parlamentario salió corriendo de la Mesa del Parlament al advertir que, tal vez, de mantener las mismas tesis que él había defendido durante los últimos tres años, quizás le podía caer una pena de inhabilitación. Cuando fue él quien estaba en la arena y salió corriendo para refugiarse tras la barrera de madera sólo se olió que el toro podía irrumpir en la plaza.

Pero esta es una cuestión menor ante la cómoda y mezquina actitud de aquellos que desde el sofá de casa y con cómodas pantuflas (valientes de boca, cobardes de espíritu) cargan contra la posibilidad de que los presos salgan de la prisión. ¿A qué extremo de fanatismo estamos llegando? ¡Qué pena me da que un movimiento cívico que había sido plural haya acabado siendo la sectorial de movilizaciones y agitación del independentismo más exaltado y falaz! Todo el trabajo hecho, de años de acumulación de fuerzas y de pedagogía, y que ahora ponen en peligro con una actitud que arrastra el independentismo al extremo y que se hace suya la tesis aznarista de las dos Catalunyas.

Hay un independentismo que hace todo lo que puede para alejar la independencia, que reparte carnés, que habla de confrontación con el Estado, pero siembra la discordia cainita y que nos condena ―yendo bien― al empate infinito con su intransigencia y extremismo.