Que este Govern necesita pasar por las urnas hace más de un año que lo sabemos a ciencia cierta. Tanto como que el president Torra sacrificó la ventana de oportunidad electoral del verano por intereses espurios, por pura demoscopia y por el factor de reordenación interna de su partido. La decisión de no convocar elecciones fue una concesión al aparato de un partido infinitamente más preocupado por engrasar la maquinaria electoral que por gestionar la pandemia y la crisis sanitaria, económica y social que se deriva de ella. Una evidencia que ha tenido ahora continuidad con la resolución del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) que desautoriza —o al menos deja en suspenso— la fecha electoral del 30 de mayo escogida por el Govern de la Generalitat.

Si con Torra los intereses de partido prevalecieron, el acatamiento a la sentencia de la justicia española por retirar una pancarta a destiempo —que decapitó sin solución al Govern— ha derivado en la existencia de un partido que hace de gobierno y oposición.

Las sinergias entre los del 155 y los 'nítidos' se han hecho más evidentes que nunca con la campaña conjunta contra el aplazamiento electoral en mayo

Un partido iracundo, mutante y que se ha convertido en la principal fuerza de oposición al mismo Govern. Una circunstancia que tiene mucho que ver con el populismo desenfrenado que predica y practica. Un partido que combina la retórica maximalista más caduca con los acuerdos a discreción con los 'carceleros del 155' sin parpadear y con toda la desvergüenza. Y cuando ya nos pensábamos que habían alcanzado su cenit, reaparece, de nuevo, el vicepresidente Costa en las redes para volver a superarse. No tuvieron bastante de sembrar la discordia en Lledoners. No fue suficiente el intento de pacto de sueldos (y otras cosas) en el Parlament de Catalunya con Ciudadanos. Tampoco con la asistencia a un debate en presencia de la extrema derecha. Después de que el TSJC haya vuelto a dictar las normas al Govern de su país y de las cuales su partido forma parte, el vicepresidente Costa se ha apresurado a cargar contra el Govern aferrado a una resolución de la justicia española hecha a demanda de un satélite del PSC. Costa, como si de un seguidor de Kafka se tratara, no decepciona nunca.

La de Costa y los suyos es una actitud nihilista, autodestructiva, conspiranoica, hasta el punto de que no han dejado de alimentar campañas, entre otros, contra TV3. Las insidias contra la televisión pública catalana hasta no hace tanto eran patrimonio del españolismo rampante. Ya no. Las huestes del partido de Costa se han apuntado proyectando la crispación habitual que han impregnado las redes y la política catalana. Es el partido que se ha erigido en el repartidor de la patente independentista, un centrifugador de complicidades.

Las sinergias entre los del 155 y los 'nítidos' se han hecho más evidentes que nunca con la campaña conjunta contra el aplazamiento electoral en mayo, curiosamente justo ahora que una reciente encuesta del diario El Periódico atribuía al PSC la victoria a la candidatura liderada por Salvador Illa. Han hecho el trabajo al PSC, entregados, gratis, tal como han hecho en toda la Región Metropolitana de Barcelona, incluyendo la omertà sobre el turbio asunto que sacude l'Hospitalet de Llobregat. ¡Ver para creer!

El resultado es que parece que las elecciones al Parlament de Catalunya volverán a ser convocadas por el aparato del Estado. En este caso, el judicial. En el 2017 por Mariano Rajoy y ahora a través del TSJC, gracias a un recurso interpuesto por un satélite del PSC. Y Costa sonriente, aplaudiendo y exigiendo dimisiones. Pero no al PSC o al TSJC, no. Al Govern de Catalunya.