Decía un conseller convergente (perdón, juntaire) que sólo con amor no haremos la independencia. Y tiene razón, no basta con seducir. Aunque es imprescindible. Pero añado que lo que es seguro es que sólo con odio no haremos nada o un pan como unas hostias. Y si además este odio es cainita, iremos por mal camino. Remachando el clavo, si recurrimos sistemáticamente al abracadabra, acabaremos siendo una parodia y, al final, convertiremos en un vodevil el horizonte de la República.

Este es uno de los problemas de la corte de Waterloo: las filias y fobias. Ahora, acentuando esta animadversión visceral con un libro, pensado y escrito desde el rencor y el resentimiento personal, desde las entrañas. Desde el hígado, que es como nació el pacto de la Diputación de la Barcelona. Se le paró el reloj en octubre del 2017. No mira adelante, sólo atrás.

Waterloo busca el cuerpo a cuerpo y esta es la única confrontación que seriamente plantean. Porque Waterloo ha interiorizado que sólo puede rascar votos republicanos y cupaires a garrotazos. Como dicen todos los estudios de opinión, Junts no suma nuevos independentistas. Sólo excita a unos y asusta a otros. No pescan en tierra de frontera. Sólo se afanan por disputar los votos convencidos con una consigna simple: somos los buenos, todos los demás sois unos cobardes y unos vendidos, que es en resumen lo que destilan.

No nos pueden seguir engatusando con una negativa constante a hacer un diagnóstico serio de la situación mientras enarbolan banderas para entretener a la parroquia y disimular la incapacidad para explicar cómo lo haremos

Y si esta actitud enturbia cualquier acuerdo, dinamita puentes y entierra confianzas, los juegos de manos nos hacen perder toda credibilidad. Este es el segundo peaje de la corte de Waterloo, la insolvencia, aliñada por los bufones. Waterloo evidencia que no tiene ningún otro plan que no sea ir sacando conejos del sombrero. No tienen ni idea de cómo materializar nada y salir del callejón sin salida. Mientras, eso sí, emplean energías en subyugar autoritariamente a sus díscolos a los pies de la corte y las malgastan compulsivamente golpeando a los republicanos (a veces también a los cupaires) en una campaña constante de reproches y acusaciones de alevosía.

En la corte de Waterloo, los cortesanos hacen cola mientras los bufones le ríen las gracias al rey. Es tan lamentable que provoca vergüenza ajena. Esta praxis sólo nos lleva al desastre y a segar la fraternidad. No nos pueden seguir engatusando con una negativa constante a hacer un diagnóstico serio de la situación mientras enarbolan banderas para entretener a la parroquia y disimular la incapacidad para explicar cómo lo haremos.

Viven en la fe de los conversos, todo son prisas de recién llegados que asientan su credo negando el de los demás. De vez en cuando, no está de más recordar que hay quienes hace años y años que luchan, que algunos ya picaban piedra cuando estos conversos que ahora aleccionan, a diestro y siniestro, vivían cómodamente instalados en el autonomismo de la omertà, el que han resucitado con fuerza en la Diputación de Barcelona.

Si son incapaces de seducir el conjunto de la sociedad catalana y sólo son capaces de sembrar la discordia en las propias filas, nos tendríamos que preguntar qué se puede esperar.