Jueves 11 de abril del 2019, 06.00 horas, estación de Barcelona-Sants. He llegado justito. El AVE dirección Madrid-Puerta de Atocha sale en diez minutos. Por la puerta de acceso a la estación veo entrar a Sergi Sol. Nos saludamos, hace cara de cansado. No me extraña, los últimos meses su vida se ha convertido en un tour diario: jornadas de trabajo maratonianas combinadas con presentaciones por todo el país de su libro sobre Oriol Junqueras Fins que siguem lliures. Me comenta que ayer hizo la presentación en Bellvei (Baix Penedès), la número 86 por todos los Països Catalans. Pero en su cara no sólo veo cansancio, también veo reflejado lo que significa para él ver como Oriol Junqueras celebra su 50º cumpleaños desde la privación de libertad, en prisión, lejos de su familia, de sus amigos y de su querido Sant Vicenç dels Horts. Sin embargo, a la vez, la cara de Sergi proyecta firmeza, constancia y perseverancia, porque por muy lejos que lo lleven o largo que sea el secuestro, nunca dejará de luchar por conseguir su libertad y la del país.

Faltan cinco minutos para la hora de salida. Bajo al andén número 2. El tren ya espera, pero a la memoria me viene un recuerdo. Es la imagen que abría el Sense Ficció de esta semana “Un procés dins el Procés”. La imagen del pasado 11 de febrero, cuando los familiares partían hacia el Tribunal Supremo por primera vez, para ser testigos del inicio del juicio al procés. La viva imagen de la crueldad de lo que significa para los familiares convivir con esta realidad, que de un día para el otro priven de libertad a la pareja y tengas que normalizar convivir con este vacío. Cuando "la realidad supera la ficción".

Durante el viaje calculo el tiempo de trayecto entre la Puerta de Atocha y el Tribunal Supremo. Hay que llegar con antelación para poder tener garantizado el acceso. El tren llega puntual y ahora toca correr. En la parada de taxis se dibuja una cola infinita. Decido empezar a andar, aunque a pie hay unos treinta minutos a buen ritmo. El día no acaba de acompañar, nubes y una temperatura de cuatro grados. A medio camino me encuentro de cara la fuente de la Cibeles, que justo hace unas semanas proyectaba la bella imagen de una avenida repleta que clamaba al grito de "Libertad". Llego al Tribunal Supremo. Queda blindado por centenares de vallas custodiadas por furgonetas de la ya famosa "UIP", los agentes de orden público del Cuerpo Nacional de Policía.

Un agente del CNP ―hay que decir que con tono amable― me indica el acceso lateral del alto tribunal. Tres personas ya hacen cola para entrar. Pienso, pues, que hoy no habrá mucho público. Me equivoco, la gran parte está en el interior. Nos informan de que somos los últimos y que no tenemos garantizado el acceso. Sin embargo, unos veinte minutos después, nos confirman que sí.

Después de un primer control de seguridad, en un segundo me retiran el teléfono móvil y los artilugios electrónicos. Está prohibido traerlos al interior de la sala. En un tercer control, individualizado, un agente del CNP de paisano ―el que "mueve todo el cotarro" en el alto tribunal― me inspecciona de nuevo y me vuelve a recordar las normas, entregándome una tarjeta identificadora. Me acompaña a la zona de espera. Hay dos hileras, una para los familiares y la otra para el público. En la de familiares veo a Neus Bramona, pareja de Oriol Junqueras, así como otros familiares de los presos políticos que no consigo identificar.

Después de un largo rato, un agente uniformado nos autoriza el acceso a la planta superior y, diez minutos después, nos da acceso a una segunda planta donde, de nuevo, nos hacen formar en dos hileras. Durante la espera, aprovecho para aguzar el oído y escuchar las conversaciones de los presentes. Dos me sorprenden. Una es la que mantienen los que identifico como letrados, algunos hablan en italiano y otros en argentino, y destaco un "eso en Estrasburgo se leerá diferente". Y otra, donde un grupo de jóvenes engominados con pinta de nuevos militantes de Vox utilizan un castellano casi eclesiástico para criticar la actuación de los Mossos y venerar la de la benemérita patria española.

Finalmente, quince minutos después, dos agentes nos dan la autorización definitiva para acceder a la sala de vistas, no antes, sin pasar el filtro de una decena de agentes más ―la mayoría sin uniformar― que nos revisan de arriba abajo con cara de mala leche y con la sensación que se los debemos un favor o que nos han perdonado la vida.

¡Ya estamos dentro! Después de pasar esta gincana ―que no digo que no sea necesaria―, los funcionarios nos acompañan a la zona del público, en la parte final de la sala. Me preocupo, no veo a Paco. Mientras busco un lugar para sentarme, identifico las nucas de Carles Mundó y de Meritxell Borràs sentados en la última fila del banquillo. Me siento y observo la magnitud de la sala. Exactamente es más o menos como lo que se ve por televisión, pero con algunos matices. La sala es rectangular, de unos cuatrocientos metros cuadrados, con paredes rebozadas de mármol grueso ―del bueno― combinado con tapicería de terciopelo de rojo encendido. La mesa de los siete magistrados es corta en comparación con la de las defensas, fiscalía, abogacía y acusación popular. En el techo dos grandes lámparas custodiaban un gran fresco que hay en la parte central y dos vitrales circulares. Y lo que más me molesta es la imagen de los representantes de Vox, que exactamente parecen discípulos de Primo de Rivera, mientras me pregunto qué caray hacen aquí.

Ahora ya más tranquilo, empiezo a identificar a los líderes independentistas. Desde mi posición centrada, sólo veo a Carme Forcadell y Dolors Bassa conversando y sentadas juntas detrás de sus defensas. Estiro un poco el cuello y consigo ver las cabezas de Raül Romeva y Oriol Junqueras, en el fondo, también detrás de las defensas, como también veo a Jordi Sànchez y el Josep Rull. Y finalmente identifico a Jordi Cuxart, Jordi Turull y Joaquim Forn sentados en la zona central del banquillo de los acusados ―Santi Vila también―.

Y de sopetón, se rompe el silencio: "Buenos días". La contundente y característica voz de Manuel Marchena que da inicio a la sesión. De la sesión, poco a destacar. Desfile de ínclitos agentes del Cuerpo Nacional de Policía con lenguaje adoctrinado por la fiscalía y que relatan historias de ciencia-ficción con lenguaje con un denominador común: "muros humanos, escupitajos, patadas, barridos, clima hostil...", e insisten en la actitud pasiva de los Mossos. Contradicciones diversas en sus declaraciones, cuando afirman que hubo lanzamientos de objetos, pero después no recuerdan qué ni cómo. O evasivas a las preguntas de las defensas con respecto a las imágenes de las grabaciones de las unidades actuantes, desaparecidas por arte de magia.

Y, sorpresa, a las 12.30 horas Marchena suspende la sesión hasta las 16 horas, ya que dos miembros del alto tribunal tienen una reunión. "¡Desalojen la sala!". Y sin más dilación ni tiempo de cruzar ninguna mirada con los procesados, una retahíla de agentes nos acompañan a salir con celeridad, sin contemplaciones ni verbalizaciones argumentales que permitan alargar la esperada estancia.

Esta es la crónica que resume lo que ayer viví en el Tribunal Supremo. Líderes independentistas víctimas del escarnio político-jurídico-policial de una trama de las cloacas que alimenta la causa general y que persigue y criminaliza el pueblo de Catalunya. El enésimo intento de silenciar la voz de una nación.

Esta es la dura realidad que nos toca vivir, pero, sin embargo, les tengo que decir que vuelvo fortalecido, fortalecido de ver la dignidad de los líderes independentistas, privados de libertad, sí, pero con una firmeza atronadora y con la voluntad granítica de no dar ni un paso atrás para conseguir el anhelo de libertad por el que tantas y tantos han luchado.

¡Muchas felicidades, Oriol Junqueras!