No es exactamente aquello que "De fuera vendrá quien de casa nos echará". Tampoco aquello que "Huéspedes vendrán y de nuestra casa nos echarán". No me refiero al sentimiento que tienen los autóctonos cuando son echados por gente adventicia, me refiero a la evidencia de que tienen que ser "los de fuera" quienes nos pongan delante del espejo para ver el reflejo que, cuando hablamos de memoria, los de aquí prefieren olvidar.

El pasado viernes, París homenajeaba a Neus Català y grababa para siempre su nombre como el sinónimo de la lucha y resistencia contra el fascismo. El Boulevard de Charonne acoge un paseo que lleva su nombre, una acción sencilla y lógica: reconocer a quien plantó cara a los nazis, a quien nunca bajó la mirada a sus órdenes y a quien nunca lloró. Parece que no lo ha entendido así el estado español.

La explicación de por qué Francia y no España es muy sencilla: los republicanos españoles son concebidos como héroes, como aquellos que gracias a su ayuda liberaron París de los nazis, precisamente, ahora que se conmemora el 75 aniversario. La supervivencia en los campos nazis perdurará para siempre al lado de calles que llevan el nombre de grandes luchadoras, como el de Maria Doriath, republicana española comunista, o el de la militante feminista Maya Surduts. Un nuevo reconocimiento por parte de París a la lucha republicana antifascista contra el totalitarismo y el absolutismo.

Ya lo ven, homenajear a una luchadora y condecorarla ―a título póstumo― con la máxima distinción de la ciudad, la medalla Grand Vermell, con el Ayuntamiento de París saltándose su propio código interno ―que hayan pasado 5 años desde la muerte― para poner el nombre de Neus Català en el que ya es su paseo.

Francia homenajea a la España republicana y la España postfranquista se esfuerza por esconder, depreciar y olvidar, precisamente, su lucha.

Y se preguntarán, si lo ha hecho la ciudad de París, ¿por qué en Barcelona todavía no tenemos ningún espacio con el nombre de Neus Català? El consistorio de Ada Colau ―emulando el marketing del PSOE con las políticas de memoria― lo intentó, bueno, hizo aquello "de enseñar la patita", mostrar interés ante un hecho que genera sensibilidad a la ciudadanía. El resultado, el de siempre: nada de nada, ambigüedad política y paralización de la decisión por la campaña de la alcaldesa para renovar su mandato. Que la capital de Catalunya no tenga una calle, una plaza o un monolito en recuerdo de Neus Català es la evidencia de la anomalía democrática que vivimos con la memoria. La incomprensible disyuntiva de entender que los republicanos españoles son héroes en Francia y unos auténticos desconocidos en su casa, ¿por qué será?

En un momento donde la extrema derecha sigue avanzando, el testimonio de Neus Català nos recuerda que hay que seguir luchando para que nunca más vuelva el fascismo

Por eso celebro que Esquerra Republicana haya decidido presentar una moción en todos los ayuntamientos de Catalunya para pedir que se pongan los nombres de Neus Català y Conxita Grangé. Las voces de las últimas catalanas supervivientes de los campos de concentración nazi se han apagado, no permitamos que también se apague la lucha feminista y la lucha contra el fascismo.

Pero igual que denuncio una cosa agradezco otra. En Catalunya ya tenemos una calle con el nombre de Neus Català. A finales del 2018 la población de Ginestar (Ribera d'Ebre) bautizó una de sus calles con su nombre. Todo gracias a la lucha de Conxita Pujol, la alcaldesa de Ginestar, quien quiere y cuida la memoria, quien trabaja desde el municipalismo para recordar la lucha antifascista, pero, sobre todo, quien quería a Neus.

Conxita era una más del grupo de amigos y amigas que acompañábamos a Neus Català durante el día de su cumpleaños. Un ritual que organizaba Aureli Villalví, una de las personas que más quería a Neus. Una celebración donde no faltaba la música, los poemas, el puño alzado y la compañía de los que siempre han estado a su lado, hasta el último día.

Este tiene que ser el espíritu de nuestra lucha, recuperar la memoria de aquellos que han hecho de su vida el sinónimo de la lucha por la libertad. Y somos muchos más de lo que se piensan los que tenemos alguna cosa pendiente con el pasado. El viernes pasado lo pude comprobar en el Ateneu Barcelonès. La sala Pompeu Fabra estaba llena para escuchar una tarea que todavía tenemos que acabar de hacer, la identificación de los desaparecidos en la Guerra Civil, aquellos que todavía se llacen bajo tierra. Todos juntos analizamos el porqué de todo, por qué 80 años después todavía tenemos tanto trabajo por hacer y por qué hay quien lo ha querido evitar. Y les puedo asegurar que todos llegamos a la misma conclusión: el papel clave de una clase política nacional española que ha querido imponer el olvido por delante de los derechos fundamentales. Y les tengo que decir que me quedé muy sorprendido cuando la gran mayoría de los asistentes me dijo: "Yo también tengo un abuelo desaparecido en el Ebro".

Como lo es el ejemplo el caso familiar del amigo Sergi Sol, quien justamente esta semana me recordaba: "Me quiero implicar más". Sergi, como miles de personas en este país, todavía espera que su abuelo vuelva a casa. La familia de Sergi era y es fuertemente republicana y antifranquista. El hermano de la abuela de Sergi, de bien jovencito, se alistó como voluntario en la Columna Macià-Companys, pero con la ofensiva franquista en el Ebro de 1938 encontró la muerte, desapareció y nunca más se ha sabido de él.

Pero si eso no fuera poco, el abuelo de Sergi, el abuelo Joan, quien se había quedado cojo de pequeño, a pesar de estar exento del servicio militar también fue a la guerra como voluntario, para luchar en el Madrid rodeado por los nacionales. De vuelta a casa fue capturado y enviado a un campo de concentración de Valencia. Sobrevivió, pero quedó marcado para siempre por el horror de ver como mataban a los reclusos a culatazos o como se suicidaban por hambre o desesperación. El abuelo Joan decía: "El peor recuerdo no fue la guerra, sino el cautiverio de la posguerra".

Venimos de aquí, de la lucha en la trinchera; de querer escondernos la verdad; de querer eliminar la memoria; de querer hacernos creer que no tenemos derecho a recuperar a nuestros muertos, nuestros héroes. Y es por eso que apelamos a que calles y plazas de todas partes adopten los nombres de todos aquellos que de la lucha por la libertad y la democracia hicieron su modo de vida. Muchos lo pagaron con la muerte.

En un momento donde la extrema derecha sigue avanzando, el testimonio de Neus Català o la historia familiar de Sergi Sol nos recuerdan que hay que seguir luchando para que nunca más vuelva el fascismo. De su lucha haremos nuestra fuerza para no olvidar, para persistir, para no rendirnos, para ganar y para ser libres.

¡Hagamos que vuelva a ganar la libertad!