Como la mayoría, tuve que leer dos veces las declaraciones de Elsa Artadi, ahora lugarteniente de Puigdemont (y, como este, antes patrocinada por Artur Mas), cargando contra los republicanos por —según decía— presionar Junts por la unidad. Tras aquella sonrisa impostada se debió aguantar la carcajada. No venía a cuento de nada, a no ser que fueran ráfagas de distracción ante la enésima confusión que han organizado. La joven promesa hace puntos. Artadi los necesita. No en vano hizo el peor resultado de la historia de su espacio político en Barcelona. Pero ahora nos está acostumbrando a las astracanadas. Cada vez que sale dice alguna de ponerse las manos a la cabeza que cuadra poco con aquella imagen de tecnócrata preparada que le proyectaba el equipo de Mas. Cabe decir que hay que tener mucha cara para formular este tipo de reproche después de que hace años que están con esta matraca como arma arrojadiza.

Elsa Artadi fue promocionada por Artur Mas. Y también por el Grupo Godó. Incluso el mecenas Ferran Rodés la ha promocionado. La Vanguardia le hacía unos reportajes en los que salía retratada como una gran promesa del espacio convergente.

En su día, Artadi —que es lista— rompió el carné del PDeCAT delante de un azorado Mas que debió pensar que de desagradecidos el infierno está lleno. Para abrazar a Puigdemont, que ahora, dos años después de Artadi, también ha roto el carné del PDeCAT, después de más de treinta años de militancia ininterrumpida en CDC y en el PDeCAT. Artadi es la avanzada, de presidente a presidente con una creciente influencia y protagonismo. No se puede decir que no sepa qué árbol da más sombra.

Los que más exigían unidad a garrotazos ahora resulta que son los que más la fragmentan con sus constantes peleas y exigencias a diestro y siniestro

No sé qué tenemos que pensar ahora que Puigdemont y Mas han escenificado una ruptura sentimental y que protagonizan esta confrontación intestina. Los que más exigían unidad a garrotazos, cada vez que venían unas elecciones, ahora resulta que son los que más la fragmentan con sus constantes peleas y exigencias a diestro y siniestro. De liberal a maoísta, arrasando con todo lo que pillan a su paso con un reparto de cuotas de poder como hilo motriz.

Mas pide respeto a la trayectoria compartida durante tantos años y Puigdemont responde que de uno en uno y con la cabeza gacha. ¡Y hombre! La gente que tiene un mínimo de dignidad y autoestima cuando los desprecian y los tratan de banco tóxico es normal que reaccionen. Mas y Puigdemont son hijos de la misma tradición política y los dos han experimentado un proceso mesiánico de similares características y compartiendo beatificadores.

Es díficil predecir cómo acabará este serial. A menos que todo sea una permanente huida hacia adelante sin rumbo ni estrategia plausible. Puigdemont parece tener esta tentación asociada a su espíritu de supervivencia. O entiende que sólo sumando hemos llegado hasta aquí o nos hará perder unos años determinantes mientras seguimos pagando un precio muy alto.

Tengo que decir que estoy firmemente convencido de que, por responsabilidad y sentido común, acabarán pactando la reconciliación aunque sea para acto seguido compartir de nuevo el adversario con el que reñir, que son, en esencia, los republicanos. Y si la primera me parece una actitud responsable, la segunda la temo y me parece un déjà-vu muy cansino. Desde la más sentida voluntad de respeto, me permito hacer una sugerencia. Acaben con este espectáculo, no perdamos el tiempo y recuerden —en eso Mas tiene toda la razón— que sumar es imprescindible y que quedar sólo nos lleva a malgastar todo lo que hemos hecho a la vez que nos empuja a volver a ser una minoría ruidosa.