"No tenía esta noticia". Es esta impudencia, este cinismo que ya no es ni cinismo, porque ya no disimula. Así respondió Ernest Urtasun, ministro de Cultura, cuando se le preguntó por la estrategia castellanizadora del PP y Vox en Alicante. Me gustaría poder explicar por qué Urtasun es el elemento más representativo del talante de la izquierda española con respecto a proyecto nacional —e, incluso, "proyecto social"— pero es en su particularidad, más que en aquello que comparte con el resto de actores izquierdosos españolistas, que se explica la cosa. Urtasun no enmascara su desvergüenza. La izquierda española siempre se ha caracterizado por su inclinación a los equilibrios ideológicos y morales. Urtasun no hace equilibrios, no corre una tela borrosa para poder decir una cosa y hacer otra. O, si lo hace, no se esfuerza en ello. El ministro de cultura sabe que no engaña a nadie, y es desde este ademán caradura que se revela de una manera diáfana y explícita hasta qué punto la izquierda española es no solo cómplice, sino también coautora del proyecto asimilativo que pretende acabar con la catalanidad, en Alicante y en todas partes donde aún queden vestigios.

Ernest Urtasun no tiene que esconder quién es, porque ni su pasado familiar ni su dilatada —dilatadísima— carrera política supone ningún escándalo para su votante potencial. Si ya no tiene que camuflarse es que al saco electoral de donde rasca votos tampoco le hace falta que se camufle. Es una paradoja curiosa, porque sin ser representativo del juego de máscaras con el que Sumar y los comunes bailan en el escenario político, Urtasun los representa más que nadie. Permite llegar al fondo de una hipocresía en la que el ministro de Cultura ya no es un hipócrita porque, desengañémonos, quien sale a hacerse el distraído ante el tsunami españolizador —a hacerse el distraído, atención, que ya no es ni ponerse de perfil— es alguien que ha dejado de intentarlo. No quiere parecer una cosa y hacer otra, no tiene que ser un abanderado de la España plurinacional para poder abrazarse al nacionalismo español banal: lo que dice y lo que hace explica perfectamente quién es. No se esconde, no hace eses perezosas. "No tenía esta noticia" para sacudirse las pulgas con la insolencia de quien sabe que está en el lado del poder. Y de quien sabe que tiene los medios para ejercerlo.

Lo que dice y lo que hace explica perfectamente quién es. No se esconde, no hace eses perezosas. "No tenía esta noticia" para sacudirse las pulgas con la insolencia de quien sabe que está al lado del poder

Urtasun es el cargo, es la cartera ministerial y, de hecho, nadie sabe exactamente qué quiere más allá de mantenerse en la cúspide política. Me parece que nadie ha sabido nunca qué quiere quien hoy es ministro de Cultura, más allá de mantenerse en la cúspide política. Es especialista en construir discursos de retórica izquierdosa, pero sin mucho fondo, sin nada que lo pueda dejar en evidencia y lo ate demasiado a unas promesas concretas. Su prioridad es la de hendir el Gobierno procurando diferenciarse lo suficiente ideológicamente para justificar su existencia, pero sin diferenciarse muy del todo, sin comprometer la posibilidad de rascar algún tipo de distinción. Con eso, sin pliegues, sí que es clarividentemente representativo de qué quiere transformar la izquierda que se hace llamar transformadora: absolutamente nada. Urtasun —y Sumar— es el artefacto perfecto para dar una pátina de reforma a un Estado que, en el fondo —y en la forma—, es irreformable. "No tenía esta noticia" no es la respuesta de un ministro de Cultura que se pone de perfil, es la respuesta de un ministro de Cultura que se pone de espaldas.

La desvergüenza de Urtasun desnuda el marco de la política de partidos española hasta el punto que deja al descubierto el mínimo común denominador de todos aquellos partidos que no son de matriz estrictamente catalana: un nacionalismo de estado basado en la castellanización del resto de naciones del Estado. Este mínimo, que es siempre común, ha sido reiteradamente maquillado desde la izquierda catalana para poder justificar todo tipo de simpatías que, desde la crudeza del eje nacional, son injustificables. Hay una parte de la izquierda española que se ampara en discursos de izquierdas para justificar su catalanofobia, y hay una parte de la izquierda española —Urtasun— a quien ya no le hace falta, y precisamente porque los descarados existen y se exhiben, el deslumbramiento de según quién ya no es engaño, es voluntad de creer. Urtasun representa el nacionalismo español de izquierdas de una manera casi caricaturesca, como haciéndose el distraído, pero el nacionalismo español de izquierdas siempre ha transitado los mismos senderos y hay quien, desde la catalanidad y con un discurso sobre liberación nacional, ha escogido hacerse el distraído con la izquierda nacionalista española. Quien desde aquí se hace el distraído, sin embargo, avala que la izquierda española se haga la distraída con el PP y Vox. Si Urtasun no engaña a nadie, si "me pilla lejos", ya no tenía ni todavía tiene ningún sentido sentirse engañado. Con esto, a Urtasun casi hay que darle las gracias.