Cuando Marina Geli se fue del PSC, yo tenía 16 años. Cuando Quim Nadal dejó de ser diputado en el Parlament, yo tenía 14 años. Ahora tengo 24 y, si echo un vistazo para tratar de entender la actualidad política, Quim Nadal y Marina Geli son en el centro del pastel como si nunca no se hubiesen marchado. Este martes, se publicaba aquí una entrevista a la exconsellera en la que Geli parecía anhelar un retorno a la unidad que ejemplarizó Junts pel Sí —de puertas afuera— y blandía esta bandera como si en ella misma fuera la clave para resolverlo todo. Anteayer, Nadal explicaba sin muchos tapujos que él apuesta por retornar a las esencias del Estatut del 2006 sin el recorte del Tribunal Constitucional para construir "un autogobierno sólido". Es de agradecer, cuando menos, que alguien hable claro. Además, y si todo va por donde parece, Xavier Trias será el candidato de Junts a Barcelona.

Catalunya vuelve a la orden anterior al 2017 y parece que busca hacerlo a través de los que en aquel momento lo encarnaron: Nadal, Campuzano, Trias...

A velocidad de caracol, Catalunya vuelve a la orden anterior al 2017 y parece que busca hacerlo a través de los que en aquel momento lo encarnaron, se llamaran o no independentistas. No hace falta ser el más listo de la clase para intuir que todo se reubica sobre la idea de que el que pasó el año diecisiete fue un fracaso y que ya no queda nada para aprovechar. Con los presos liberados y los exiliados volviendo con cuentagotas, se ha agotado el capital político que se podía extraer con finalidad electoral —en forma de chantaje emocional—. La clase política se afana por cerrar un episodio, visto ahora como un delirio, como quien intenta cerrar una maleta demasiado llena. La estrategia es recuperar el capital humano que parecía amortizado por los años y los días históricos y recolocarlo en el centro del debate, aprovechando la manera en que nos funciona el cerebro a los ciudadanos: pensando que todo aquello que está pasado era mejor. Es con esta promesa de retorno a la seriedad que intentarán ganarse de nuevo la confianza de los que han visto convertidos los anhelos en una vergüenza ajena permanente a raíz de un proceso de degradación que parece infinito.

La hipoteca de este retorno al pasado nos la cobrarán en forma de autoestima. Rebajar el listón hasta el punto en que el recuerdo funciona políticamente no es gratis, sin embargo. Si la representación es importante, también lo es aquí. Se hace difícil pensar que en este retroceso no está la voluntad implícita de hacernos creer que no merecemos a una clase política dispuesta a hacer las cosas hasta el final. Y la certeza de que lo aceptaremos para culparnos de haber confiado en quien sentimos que nos ha engañado. En nuestro ego herido está la fórmula para forzarnos al perdón. O al olvido. Joaquim Nadal, Xavier Trias o Carles Campuzano lo tienen fácil porque las circunstancias nos han puesto en el lugar perfecto donde cualquier propuesta conservadora en el eje nacional nos parezca una garantía para evitar el trauma.

En este retroceso está la voluntad implícita de hacernos creer que no merecemos a una clase política dispuesta a hacer las cosas hasta el final

Este es el legado del procés. Resucitar a los muertos es la manera de recordarnos que nos tienen exactamente donde nos quieren. Y no me refiero a España. Que los partidos se atrevan a apostar por figuras que no cargan con la solfa del referéndum y la DUI porque es de antes es la muestra que lo consideran episodios agotados. De los fichajes no quieren solo el nombre para el escaparate, también quieren su capacidad de adaptar todos y cada uno de los debates del país a un marco donde el conflicto nacional se menciona anecdóticamente, para recordar que eres de los que lucha por sobrevivir y no para vencer.