A según quién le parecerá fuerte que mi generación explique que se politizó con el procés. Para escribir con propiedad sobre la manía independentista de dar al déficit fiscal más capacidad de convicción de la que tiene, he tenido que recurrir a un artículo de noviembre de 2010. Cuando tenía doce años, La Vanguardia publicó "Un mal negocio", una pieza firmada por David García que enumera los agravios económicos persistentes del estado español con Catalunya. El diario ha descolgado el texto, pero todavía se puede leer aquí y aquí. Entonces me pareció un argumentario magistral, una caja de herramientas magnífica para justificar que, sea cuál sea tu adscripción nacional, si te importa tu bienestar, la independencia tiene que ser tu opción. Hoy, la segunda frase ya me ha parecido categóricamente nefasta: "Si dejamos las razones identitarias de lado y nos centramos en el día a día, ¿quién puede defender el espolio que sufren todos los catalanes, independientemente de si se sienten españoles o catalanes?".

Hoy, igual que hace catorce años, no basta con la promesa de beneficios materiales para inclinar a la catalanidad la adscripción nacional de un español convencido

Los catalanes no nos podemos permitir el lujo de dejar las razones identitarias de lado porque, si sufrimos espolio es, precisamente, porque somos catalanes. Si nos centramos en el día a día, los problemas que arrastra Catalunya dentro del estado español tienen su núcleo en la catalanidad. "¿Quién quiere, a pesar de ser catalán y sentirse español, que cada año nos roben 20.000.0000.0000 de euros, siendo así la región del mundo que sufre más déficit? ¿Realmente sentirse español en Catalunya compensa eso?", se pregunta García. La respuesta es que sí. Hoy, igual que hace catorce años, no basta con la promesa de beneficios materiales para inclinar a la catalanidad la adscripción nacional de un español convencido. Una muestra son las declaraciones del cineasta Benito Zambrano sobre la inmigración andaluza y extremeña: un aumento de la calidad de vida no es directamente proporcional a un aumento de las simpatías por la catalanidad. Ni siquiera es inversamente proporcional al nivel de catalanofobia.

La diferencia entre la manera como los españoles administran su identidad y como los catalanes administramos la nuestra radica en el hecho de que la españolidad no se puede comprar, porque no está en venta

La diferencia entre la manera como los españoles administran su identidad y como los catalanes administramos la nuestra radica en el hecho de que la españolidad no se puede comprar, porque no está en venta. La catalanidad, en cambio, está siempre dispuesta a relegarse a un segundo plano ante la posibilidad —en términos instrumentales— de una mejora de sus condiciones. Pero una identidad es más que el hecho o la promesa de un bienestar económico, aunque este no trabaje en su contra. Rema a su favor, pero nunca es suficiente. Para cuestionar el núcleo cultural y espiritual en el que orbita la nacionalidad española, pues, hay que hacer propuestas desde el núcleo culturales y espirituales de la identidad catalana. Dicho de una manera sencilla: hay que ser nacionalista y hay que ser lo bastante valiente para reconocerlo y aceptar las consecuencias.

Los argumentos desnacionalizados son el caballo de Troya del independentismo sumiso. Ya lo eran en 2010, cuando algunos creían que las razones económicas podían pasar por encima de las identitarias

Estos días, aprovechando la conversación sobre los presupuestos, tanto ERC como Junts han conducido el repliegue argumental iniciado en 2017 hacia la protesta contra el déficit fiscal. No es en vano: estos puntales les permiten mantener el tono de disputa con el Estado con la voluntad de esconder que, desde la autonomía, no tienen las herramientas para forzar ningún cambio sustancial al respecto. Tampoco tienen la voluntad de forzar los límites de la autonomía o de cuestionarlos de facto para alcanzar lo que se les disputa. La protesta, pues, les sirve otra vez para enmascarar mediocridades y derrotismos y para mantenerse en un espacio discursivo seguro, sin rebasar los límites que impone el Estado.

Estos puntales les permiten mantener el tono de disputa con el Estado con la voluntad de esconder que, desde la autonomía, no tienen las herramientas para forzar ningún cambio sustancial

Los argumentos desnacionalizados son el caballo de Troya del independentismo sumiso. Ya lo eran el año 2010, cuando ingenuamente algunos creían que las razones económicas podían pasar por encima de las identitarias. Lo son todavía hoy, cuando el retroceso de la clase política catalana le obliga a volver a la línea de salida. Lo son porque explican superficialmente los problemas que fondean en la identidad de la cual intentan huir. También lo son porque solo atacan superficialmente los fundamentos de la adscripción nacional española. No alcanzan el objetivo aglutinador de masas que dicen tener por función y explican a los catalanes que basta con concesiones españolas para asegurar la supervivencia de la nación. Son argumentos parciales que, si no se llevan a tierra, son una trampa. Que Pere Aragonès se pueda poner el déficit fiscal en la boca el año 2024 es la muestra fehaciente de que son poco más que anestesia.