Como la mayoría de habitantes de mi tribu y del planeta entero, desconozco si Laura Borràs troceó contratos o adjudicaciones con el objetivo de facilitar la vida a sus espíritus afines cuando dirigió la Institució de les Lletres Catalanes (permitidme una reclamación, ahora que la lengua nos desfallece y todo Dios busca un abanico: expulsemos este espantosísimo "trossejar" y cambiémoslo por palabras más bellas como bocinejar, dilacerar o incluso estifollar). De hecho, en caso de haber sido el caso, a mí me la soplaría que Borràs o quien sea hubiera fraccionado una adjudicación pública, evitando así la rigidez de los requisitos administrativos de muchos gobiernos a la hora de gastar un solo euro, si con eso hubiera conseguido un contrato beneficioso para la administración en términos de eficacia y competencia. De todos los fraudes cometidos por los políticos procesistas, la contabilidad creativa me parece una mancha bastante exigua.

Borràs es víctima de una cacería política, por el simple hecho de que los jueces del enemigo y la mayoría de españoles han descubierto qué cojones es la mandanga esta de la ILC solo por la pulsión de buscarle (o de inventarse) alguna fechoría. Aparte que, insisto, la tradición de promediar contratos es una cosa más vieja que la administración misma, la presidenta del Parlament hace santamente resistiendo come scoglio una imputación que pinta muy prefabricada, flotando con inigualado carisma dentro de la olla de mentiras que configuran la política catalana. Si la persona que te exige prestigio resulta ser la desdichada Carme Forcadell (una de las responsables del fraude posterior al 1-O, a quien pudimos contemplar hace pocos días regando un arbusto con una urna del referéndum...) o este crío que noveló el caso Pegasus para ganar cuatro duros, Torrent, pues ya me llamarás si tienes que dimitir.

Todo es humo, todo es pasarela, todo son tuits con letra ardida que acaban con una indisimulada reverencia y la nómina en el cajón. En este contexto, cuando todo el mundo se pasa la disociación entre declaraciones y hechos por el forro, la única salida de cualquier líder procesista es continuar la farsa mientras el ego resista toneladas de cinismo.

Con respecto a nuestra casta partidocracia, Borràs ha demostrado la misma capacidad de gesticulación nebulosa que la mayoría de sus ilusos enterradores. Lo vimos en el caso del diputado Juvillà, en el que toda la retórica desobediente de la presidenta se acabó, as usual, cuando acató el dictamen de los funcionarios del Parlament. También en la delegación del voto de Lluís Puig, con la que Laura tuvo la creatividad de inventar una nueva metódica de contar el sufragio del antiguo conseller, de forma "verbal" y sin registro palpable en el mundo físico de los objetos. Todo es humo, todo es pasarela, todo son tuits con letra ardida que acaban con una indisimulada reverencia y la nómina en el cajón. En este contexto, cuando todo el mundo se pasa la disociación entre declaraciones y hechos por el forro, la única salida de cualquier líder procesista es continuar la farsa mientras el ego resista toneladas de cinismo.

Guste o no, Borràs es la única política catalana en activo que todavía mantiene la retórica de confrontación con el Estado. Esta postura, como he dicho, es puramente poética, pero cuando menos resulta un poco más creíble que la de los críos de la CUP, que hacen mucha más jarana, pero siguen mamando de la cosa pública española con unas mejillas más duras que la cerámica. La gestión pública se ha convertido en un asunto de consolación emocional y de aspiraciones meramente sentimentales; así se vio ayer mismo en el acto que los fanáticos de la presidenta organizaron en el Ateneu (cuando me ofrecí a presidirlo, con éxito escaso, propuse que la institución no acogiera ni un solo acto político; debí tener una mala tarde, seguro), uno de los aquelarres típicos de Laura con un reparto de abrazos digno de los concursantes de Eufòria. En Borràs no se confía; su persona es un objeto de simple y pura creencia.

La política de nuestro país es un asunto religioso y la parroquia de Borràs se dirigirá a donde haga falta con tal de verla recitar poesía y proclamar resistencia. Que se mantenga en el cargo es importante, en definitiva, porque de eso depende la felicidad mental de mucha peña. Yo me sumo a los compañeros del mundo cultureta (no he venido al acto, Laura, porque del Ateneu ya sabes que me gusta más la biblioteca y no soporto escuchar a Mozart mal cantado) y reclamo resistencia a la presidenta. Paralelamente, si hemos admitido que eso de la justicia española es una pamema, estaría bien que la mayoría de partidos catalanes se ahorraran estos magníficos manuales de ética que profesan, según los cuales un miembro imputado tiene que dimitir obligatoriamente de su cargo. Si la cloaca es el enemigo, no hay nada mejor que ignorarla. Quédate, presidenta, que sin ti esto será igual de hortera... pero mucho más aburrido.