Hay que decir obligatoriamente de entrada que la invasión rusa de Ucrania, la crueldad de las tropas rusas en Bucha, o el ataque indiscriminado contra civiles en el centro comercial de Kremenchuk, no tienen justificación posible, ni moral, ni política, y merece una respuesta disuasoria obviamente militar. Ahora bien, tampoco se puede esconder la evidencia de quien ha sacado ya más provecho de esta guerra. De repente, la OTAN, que parecía una organización obsoleta, se siente más legitimada que nunca; países que cultivaron orgullosamente su neutralidad, como Suecia y Finlandia, han pedido ahora refugiarse en el paraguas atlantista, y Europa, más dependiente que nunca de los Estados Unidos, ha renunciado prácticamente a su soberanía militar, geoestratégica e incluso energética. Esta es la primera consecuencia de la guerra y la conclusión de la cumbre de Madrid.

Desde el inicio del proyecto europeísta, los padres fundadores imaginaron una Europa autosuficiente en el ámbito de la Seguridad y la Defensa. Pero solo lo imaginaron. Cuando cayó el muro de Berlín, la Alianza Atlántica se quedó sin terreno de juego, especialmente sin el terreno de juego que justificaba su existencia, el ideológico. Desde entonces, se ha replanteado mil veces el reto europeo de asumir su propia defensa, no rompiendo la Alianza con los Estados Unidos, pero sí definiendo una estrategia propia y autónoma. Han pasado los años y la OTAN se ha expandido más allá de lo razonable, hasta plantarse delante de la frontera rusa, y no por el interés general europeo.

Una de las razones que se argumentaban del poco interés europeo en organizar su propia defensa era la necesidad de aumentar considerablemente el gasto militar, obviamente en detrimento de otros gastos sociales. La idea de la defensa europea y la autonomía estratégica respecto de los EE. UU. siempre ha tenido partidarios a derecha y a izquierda, pero nadie se lo ha acabado de creer de verdad. El aumento del gasto militar siempre ha sido poco popular electoralmente hablando, sobre todo en tiempo de crisis. La Unión Europea Occidental nació y murió sin pena ni gloria. Porque tampoco ha existido una autoridad europea de verdad que obligue por igual a alemanes y franceses, italianos y españoles y griegos y húngaros... cada uno ha hecho lo que le ha parecido y la idea de una defensa propiamente europea ha quedado relegada al ámbito de la politología académica.

La guerra de Ucrania ya tiene un vencedor indiscutible, Estados Unidos marca el rumbo geoestratégico del planeta y Europa, que antes no pagaba, ahora paga solo para decir sí señor

Se quejaba Donald Trump de que los europeos no pagaban la cuota que les correspondía para sostener a la OTAN e incluso amenazó tácitamente con retirarse. Al fin y al cabo, él se sentía amigo de Putin, dado que lo había ayudado a ganar las elecciones, y le importaba un pimiento la soberanía de Ucrania. Pero entonces llegaron los demócratas de Biden a la Casa Blanca, y mira por dónde todos los aliados se han apresurado a aumentar el gasto militar... tal como reclamaba Trump, si no más. Y no hubo manera de aumentar el gasto militar para articular la defensa europea, pero sí se ha hecho cuando los Estados Unidos lo han requerido con el pretexto de la amenaza rusa y la expansión china. Y lo han hecho en nombre de los valores democráticos, un ejercicio de cinismo difícil de superar cuando el dirigente más elogiado de la cumbre de Madrid ha sido el sátrapa Erdogan.

Y de la dependencia militar geoestratégica a la dependencia energética, que como hemos visto resulta muy determinante. Si Rusia exporta a Europa cada año 42.000 millones de metros cúbicos de gas, el presidente Biden ya se ha mostrado dispuesto a ejercer como nuevo proveedor prometiendo el suministro de 50.000 metros cúbicos de gas cada año a los europeos. De hecho, los Estados Unidos ya hace tiempo, con la presidencia de Obama, que invirtieron millones de dólares en aumentar las infraestructuras necesarias para exportar a Europa y Asia gas natural licuado (GNL) procedente del fracking. El gas transportado en barco requiere una infraestructura que transforma el gas en líquido para ser transportado y volver a convertirlo en gas al llegar a su destino. Con este sistema los EE. UU. ya se han convertido en los principales exportadores mundiales de GNL. Y Alemania ya se está preparando para el cambio de proveedor. El Gobierno semáforo de socialdemócratas, verdes y liberales, que se estrenó proclamando la descarbonización de la economía alemana, ha anunciado la construcción de dos regasificadoras y se plantea también instalar terminales flotantes en el mar del Norte y el Báltico.

Casualmente, España ha entrado en conflicto con su principal proveedor de gas, Argelia, por su traición al pueblo saharaui, en connivencia con un Marruecos, que es árabe pero buen aliado de los Estados Unidos e incluso de Israel, que le ha proporcionado a Mohamed VI el Pegasus para espiar a Pedro Sánchez. Automáticamente, los EE. UU. se han convertido en el principal proveedor español, superando a Argelia, y no al mismo precio... Los pedidos de armas, de gas y de petróleo con los EE. UU. no se limitarán a dos destructores más. Felipe VI y Pedro Sánchez han dispensado una reverencial acogida al presidente Biden para dejar claro, cada uno en su ámbito, que son una garantía de fidelidad. El monarca, por lo que pueda pasar en España, teniendo en cuenta el prestigio de la institución y la crisis que se anuncia. Y Sánchez buscando el aval para su carrera política en Europa ahora que parece que aquí tiene los meses contados.

El caso es que los Estados Unidos han impuesto su interés y su estrategia cuando los principales problemas que asediarán a Europa no vendrán tanto del este como del sur. La tragedia de Melilla solo es un prólogo de lo que se nos viene encima. Admiro y sigo al doctor Yuval Noah Harari también ahora, aunque sostenía en su Homo Deus que el hambre, la peste y la guerra ya no serían los principales problemas de la humanidad en este siglo. Sigo confiando en su análisis, pero en África hay un retroceso histórico. África está a punto de explotar. Hay una crisis humanitaria con tres factores combinados que anuncian la tormenta perfecta: crisis alimentaria porque la guerra de Ucrania ha cortado el suministro de cereales; crisis sanitaria por un covid descontrolado, y la emergencia climática después de cuatro años de sequía. Las organizaciones humanitarias prevén que 49 millones de personas pueden morir de hambre en los próximos meses, entre ellos 14 millones de niños menores de 5 años. Es cierto que el G7 ya ha prometido una lluvia de millones y no han faltado referencias durante la cumbre de Madrid, pero el problema de África no se resuelve con más soldados y más gasto militar, más bien lo contrario.