El Reino Unido es:

La Santa Continuidad de una monarquía ejemplar, el sacrificio de la reina Isabel II, una cultura política basada en el Leviathan de Thomas Hobbes, la Music for the funeral of Queen Mary para María II de Inglaterra, Escocia e Irlanda de Henry Purcell, la noción según la cual si se te acaban las razones siempre tienes que utilizar el ejército y cuantos más tanques mejor, una izquierda moderna, capitalista y normal, el inglés como única lengua de enseñanza y conversación posible, el acento impoluto del nuevo rey Carlos III y la pronunciación amable de la BBC, una guardia real bien armada con fusiles, los gin-tonics en vaso corto fríos como un chapuzón en la Antártida, Londres y su inaudita capacidad de producir cuanta más pasta mejor, la Royal Opera House y aquella magnífica cantidad de champán y batutas célebres por metro cuadrado, la voz de David Attenborough glosando la naturaleza y sus infinitas y barroquísimas variaciones, la idea según la cual ganar siempre es lo normal y más si luchas contra Argentina, que las voces contestatarias del poder sean gente cultivada y docta como Martin Amis o Christopher Hitchens, entender que sólo puedes dialogar cuando sabes que impondrás tu voluntad, poder escribir la memoria de la reina muerta o de lo que te plazca porque el pasado lo dictas tú, la libertad como premisa fundamental.

Tengo la desgracia de haber nacido en el segundo país, una tribu que, en lo fundamental, siempre acaba equivocándose de forma espantosa

Catalunya es:

El camino que hay de Jordi Pujol y Pasqual Maragall a Pere Aragonès y su mochila, la huelga de hambre de Quim Torra durante una sola noche en Montserrat, una cultura política basada en los dibujos de Pilarín Bayés, el bailoteo sardanista de Laura Borràs ayer en el Parlament, la noción según la cual una independencia se gana sin tirar ni un papel al suelo, una izquierda kumbayá que te alecciona toda la vida y se acaba exiliando en Suiza, pasarse al castellano para que no te llamen racista o excluyente, el catalán chava de Núria Marín y el arte de destrozar las neutras vocálicas de la mayoría de locutores del país, la Guàrdia d'Honor de los Mossos sin pistola y con alpargatas, los gin-tonics servidos en una inaceptable sopera de hielo que provocan aquellas repentinas ganas de mear, la desdichada Barcelona de Ada Colau, cada día más pobre y adornada con espacios peatonales de nauseabundas florecillas, nuestro triste Liceu rebosante de señores con la primita de veintipocos años y unos batuteros de tercera, la voz de Francesc-Marc Álvaro y aquellas equis que se alargan como la decrepitud de un abuelo moribundo, la idea según la cual celebramos sólo las victorias morales y tenemos que aceptar que nuestras coctelerías estén regentadas por argentinos, que las voces contestatarias del poder sean gente como Bernat Dedéu, la mesa de diálogo con Laura Vilagrà como elemento de fuerza, que las bases del pasado te las dicte Jordi Amat, la sumisión como norma.

Tengo la desgracia de haber nacido en el segundo país, una tribu que, en lo fundamental, siempre acaba equivocándose de forma espantosa. Pero la quiero, muy a mi pesar. Feliz Diada a todos los lectores. Y paciencia, que esto nuestro todavía degenerará más.