Era tan poderosa que incluso nombraba obispos. La reina Isabel II tenía entre otros títulos el de defensora de la fe. La jefa de la Iglesia anglicana se tomaba la religión muy en serio, no solo como un asunto profesional, sino también personal. Dentro de sus atribuciones estaba el nombramiento de arzobispos y obispos de la Iglesia de Inglaterra y presidía el Sínodo General de la Iglesia. Una mujer tan tradicional, con convicciones fuertes y de un cristianismo riguroso, era un icono también dentro de la Iglesia, una confesión, la anglicana, que acepta a mujeres ordenadas en su seno.

Con la reina desaparece la líder religiosa (mujer) más importante del mundo, que también era un elemento cohesionador a escala religiosa, en el diálogo ecuménico y en el diálogo interreligioso

Aparentemente, podemos entrar en una iglesia anglicana y confundirla con una católica, menos cuando irrumpe en el altar una capellana. El título de defensora de la fe es una concesión que hizo el Papa al entonces rey Enrique VIII y que se ha ido perpetuando en los siglos. Cuando Enrique VIII rompió con la Iglesia católica y se autoproclamó jefe de la Iglesia anglicana, conservó este título pontificio. Tras la muerte de la reina, el papa Francisco ha destacado su "amor incansable por el bien". La reina era cristiana, pero tenía mucho interés en las otras religiones, las conocía y animaba su existencia. Ha sobrevivido a siete papas. En uno de sus encuentros con el papa Francisco, el 3 de abril de 2014, la reina obsequió al pontífice con un cesto con productos locales: nacionalismo de la mano de la religión. La fe de la reina no era un secreto: iba a misa, rezaba, leía la Biblia, pronunciaba discursos donde confesaba que intentaba orientar su existencia según las enseñanzas de Jesucristo. No todas las monarquías exponen sus convicciones como esta reina, que vivió en el seno de la Comunión Anglicana escándalos y deserciones, caída de privilegios imperiales y disminución de las tropas, pero ella asistía impasible a los cambios que sucedían en este mundo, en el que estamos de paso.

La fe de la reina de Inglaterra es una de las características menos subrayadas de su persona y uno de los atributos más añorados dentro de la Iglesia anglicana, que no solo ha perdido a su indiscutible jefa, sino a un ejemplo que les costará recuperar, aunque estaban preparados para este desenlace. Con la reina desaparece la líder religiosa (mujer) más importante del mundo, que también era un elemento cohesionador a escala religiosa, en el diálogo ecuménico y en el diálogo interreligioso. No en vano, el imán Quari Asim, que preside el Consejo Asesor Nacional de Mezquitas e Imanes en el Reino Unido, la ha definido como una mujer que simboliza "la esperanza, la integridad, la estabilidad y la unidad" y el rabino Sir Jonathan Sacks la recuerda como una "bendición" y una "defensora" también del judaísmo. El presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, el cardenal Vincent Nichols —católico—, después de recordar que la reina ha sido inspiración para él y para tantos, ha destacado su estabilidad y compasión, no sin desear larga vida al rey: God save the King.