Parece que follar con la regla es la nueva trinchera de la lucha feminista institucionalizada —española—. En una Catalunya cada vez más incapacitada para fomentar debates propios, quedarse con las manos arriba delante de todo lo que es de importación no soluciona nada. Follar con la regla no es más que una reivindicación ideada para escandalizar a un sector político muy determinado. Un sector en el que, por otra parte, hay señores que hace años que follan cuando su señora tiene la regla sin que la ministra Irene Montero se lo tenga que decir. Follar con la regla es una consigna simplona para alimentar el feminismo de pacotilla, la propaganda tontita que dirige la lucha del movimiento a objetivos que, a la hora de la verdad, no son determinantes para la igualdad y nos ridiculizan.

La reivindicación de follar con la regla es, antes que nada, una invasión de la intimidad de los demás porque se nos cuela en la cama

Sin tener que irnos a España, leía la entrevista a Laura Fa y Marta Pontnou. Me sorprendió que —igual que la reivindicación de follar con la regla es, antes que nada, una invasión de la intimidad de los demás porque se nos cuela en la cama— la entrevista marcaba este mismo camino: "Es imposible que durante veinticinco años todavía estés enamorada y solo quieras follar con tu marido", dicen. Entre desestigmatizar la regla y decirle a la gente cómo tiene que follar desde una posición política hay una línea y también la hay entre desestigmatizar a las mujeres que libremente escogen no tener una relación monógama de larga duración y tratar a las que la escogen de conformadas o, incluso, de infelices.

Grandes objetivos quedan eclipsados. Reivindicaciones que tienen que ver con la maternidad y como este hecho supone un descalabro económico y laboral para muchas mujeres

Mientras eso pasa, mientras una parte del feminismo tropieza con la intimidad y con la libertad de otras mujeres —porque se han olvidado de que en la cama de los demás solo te tienes que meter para hablar de consentimiento y, si nos ponemos tiquismiquis, de deseo—, hay grandes objetivos que quedan eclipsados. Sobre todo, reivindicaciones que tienen que ver con la maternidad y como el hecho de ser madre supone un descalabro económico y laboral para muchas mujeres, sobre todo si comparamos su trayectoria con la de los hombres. Decían en el 3/24 que "para el 60% de las mujeres, tener hijos supone un obstáculo para su carrera profesional y sus posibilidades de promoción. [...] El 16% de madres trabajadoras ha dejado definitivamente el trabajo después de tener hijos, para hacerse cargo de ellos". Reclamar que las condiciones para ser madre no penalicen a las mujeres no es ningún retroceso y me parece que queda muy lejos de reforzar el discurso en que el valor de una mujer varía en función de si ha tenido o no descendencia. Este, por ejemplo, es un combate que expande el marco de la libertad de las mujeres, porque fomenta una libre elección de vida —casi tan libre como la que tienen los hombres— sin atacar las decisiones vitales de otras mujeres.

Periódicamente, el feminismo se pierde en pequeñeces escandalosas y propagandísticas y se convierte en una herramienta de señalamiento contra otras mujeres

No sé qué provoca que una parte del feminismo se empeñe en explicarnos qué relaciones tenemos que tener —cómo tenemos que follar o desear— más allá de denunciar las situaciones que las mujeres sufrimos por el hecho de ser mujeres en un escenario de subalternidad hacia los hombres. Pienso en la campaña del Departament d'Igualtat i Feminismes de la consellera Tània Verge, que decía en un tuit: "Idealización, entrega sin condiciones, exclusividad, celos, sufrimiento... NO es amor. El amor ideal no existe tal como nos lo presentan. Nos avanzamos al #14F desmontando entre todas el #AmorRomántico y sus mitos y estereotipos". La exclusividad no era amor según la consellera. Eso podría ser respetable. No lo es, sin embargo, que el departament pretenda regular el amor desde las instituciones. Parece que, periódicamente, el feminismo —que nace de unas reivindicaciones legitimísimas y necesarias— se desenfoca, se pierde en pequeñeces escandalosas y propagandísticas y acaba siendo una herramienta de señalamiento contra mujeres que lo único que han hecho mal es no encajar en el nuevo corsé y pensar que quizás el problema del corsé es que no tendría que existir. Yo no quiero follar o no follar con la regla. Yo lo quiero todo igual que lo tienen los hombres.