La gracia del pacto de amnistía entre Convergència y el PSOE es que, si bien no ha puesto fin al processisme (que, como toda religión, seguirá existiendo mientras haya creyentes), el acuerdo ha clarificado de una vez por todas que los partidos catalanes han renunciado a la independencia y vuelven a formar parte activa de las estructuras administrativas de España. Todo eso, en el fondo, había empezado en el instante preciso en que Puigdemont y Junqueras se desentendieron del referéndum y el Molt Honorable 130 suspendió la DUI apelante a una mediación internacional que solo había visto en sueños. El resto del vodevil —incluidas unas elecciones donde Puigdemont tuvo la barra de prometer a los ciudadanos que, en caso de ganar, volvería ungido como presidente legítimo— es el producto lógico de aquel incumplimiento con los electores catalanes y el Parlamento. La amnistía es, al fin y al cabo, el recibo final de la rendición.

El PSOE ha redactado una bula pontificia de la misma forma que impulsó el Estatuto del 2006, con la tranquilidad que (a pesar de la aprobación del Congreso), los jueces harán el posible para modificarla a la carta y, en el fondo, la misma administración socialista no tendrá ningún tipo de incentivo para cumplir ni un solo punto. Pedro Sánchez solo ha permitido que Puigdemont pueda volver a Catalunya cuando este ha accedido a hacerlo adaptándose a sus términos. Hay un método infalible para olfatear cuando un convergente te toma el pelo, consistente en detectarle las metáforas marinas y los adjetivos grandilocuentes: cuando Puigdemont pidió un "acuerdo histórico" al PSOE, ya se veía que el ale hop en cuestión implicaría renunciar al referéndum y volver a la sempiterna discusión de la "personalidad" específica del país en el marco del encaje autonómico español.

El presidente español sabe que la Generalitat es un órgano administrativo sin ningún tipo de poder, con lo cual —de cara a alargar la legislatura— ya le va bien ir regalando dosis de metadona a los catalanes

Si hacéis un poco de memoria, todo este tipo de metafísica es exactamente la misma retórica que socialistas y convergentes mantuvieron antes de la aprobación del texto original del Estatuto de Autonomía. Como recordaba muy bien ayer mismo Enric Vila, la intención de Sánchez (compartido por gente como Artur Mas o José Montilla) es la de devolver al acuerdo entre Catalunya y el PSOE que había ideado Pasqual Maragall. La operación ya es lo bastante conocida: visto que la derecha no permitirá un cambio a la Constitución del 78, el nuevo régimen del 2023 querría acercarse al texto estatutario a base de ir cediendo competencias a la Generalitat de una forma tranquila y silenciosa (a la vasca, para entendernos rápidamente). Pedro Sánchez es un político inteligente y cree que, si ha sobrevivido a la revuelta que los indultos y la amnistía han causado dentro de la derecha castellana, eso de medio regalarnos Rodalies será una asunto de puro trámite.

En el fondo, Sánchez está aprovechando muy bien el trabajo sucio que el PP (y su mismo partido) urdieron con el 155. El presidente español sabe que la Generalitat es un órgano administrativo sin ningún tipo de poder, con lo cual —de cara a alargar la legislatura— ya le va bien ir regalando dosis de metadona a los catalanes. Fijaos si nuestros enemigos son unos cachondos, porque eso sí que lo tienen, que a Sánchez incluso le ha acabado haciendo gracia eso de incluir a Laura Borràs a la amnistía. Perdonando mi querida Laurísima, el socialista viene a decir a los catalanes que ya les está bien que irrumpan a la política para hacer trapis (y dejarlo escrito en un correo electrónico), porque mientras no hagan la independencia ya es normal eso de dedicarse a urdir corruptelas de tres al cuarto dentro de la administración. El retorno de la Convergència que confunde la patria con los negocios es una garantía de estabilidad.

Con respecto al presidente Puigdemont, no se puede dejar de sentir compasión por un hombre que ha acabado rindiéndose a un precio bajísimo y aceptando volver al país sin ningún tipo de épica y con el único incentivo de hacer de muleta al PSOE para atenuar la pulsión autocrática de la derecha madrileña. El presidente 130 es la mejor imagen de esta nueva etapa histórica del país, el régimen del 2023, un acuerdo con el mismo nivel de cinismo que el del 78 pero sin ningún tipo de mística, protagonizado por una clase política de un nivel alarmantemente ínfimo. Por suerte, los catalanes (en especial, los más veteranos) guardan a la memoria todas las concesiones posteriores al franquismo. Ahora que se vuelve a sellar España en falso, hará falta recuperar los libros de Xirinacs y muscular el barbecho de la abstención para que de este barro salga alguna rosa. Por suerte, el futuro del país vuelve a estar en nuestras manos.