De todo se saca algo bueno. De lo que pasa en España, también. Que el poder legislativo y judicial españoles se obstaculicen con sus propias telarañas destapa como nunca el papel que ERC ha encargado a Gabriel Rufián en el Congreso. Cuando Rufián explica que "la desobediencia sin un plan y el conflicto institucional sin un mañana planteado es un gigante con pies de barro que no sirve para nada" habla, evidentemente, desde la experiencia. De entrada, admite que en el caso catalán no había plan —si Catalunya todavía forma parte del estado español, todo lo que se hizo no sirvió para lo que nos dijeron que tenía que servir—, y lo hace con la consciencia de que admitirlo en voz alta hoy ya no tiene ningún coste político. No lo tiene porque ERC ha trabajado incansablemente —en este caso sí— para que no lo tenga, construyendo un discurso en que todo lo que hace cinco años defendían ahora es condenable, por absurdo, con la intención de erigirse en la voz de la clarividencia, explicando sin tapujos a los españoles lo que ellos mismos nunca se tomaron la molestia de admitir delante de nosotros.

El peligro es querer hacer creer a los catalanes que hay alguna concesión capaz de rebajar la preponderancia que el Estado da a la unidad territorial, incluso por encima de la democracia

El papel, encargado o tolerado, de Gabriel Rufián nace de la premisa naif de que España es como el fútbol de Pep Guardiola: te devuelve todo lo que le das. Cuando se dirige a Pedro Sánchez con la mano tendida y le dice: "La diferencia entre ustedes y nosotros es que nosotros no les dejaremos tirados, lo haremos simplemente para dignificar la democracia; porque antes que nada, antes que independentistas, somos demócratas", Rufián pone palabras a la estrategia pactista que ha capitaneado ERC desde la reculada. El peligro aquí es querer hacer creer a los catalanes que hay alguna concesión capaz de rebajar la preponderancia que el Estado da a la unidad territorial como valor supremo, incluso por encima de la democracia. Cuando Rufián dice "antes que independentistas, somos demócratas" es injusto con los catalanes, porque construye un marco de espera en el que, en algún momento, los poderes del Estado serán demócratas antes que españoles. La lección de la historia, sin embargo, es que esperando nos podemos consumir y que reformar España —si es que se puede reformar algún día, si es que la reforma tiene un final— no sirve para separarse de ella, sino para religarse a ella.

El juego sucio constante de borrar el conflicto nacional de la política reciente para taparse los fracasos es querer sumar el proyectito catalán al gran proyecto de la democracia española

"Ya os lo dijimos. Lo único que nos queda por decir es: bienvenidos y bienvenidas a la guerra judicial emprendida en su democracia ejemplar hace unos años contra según quien. Ustedes ya son los siguientes. ¿Y ahora qué?". Ellos no son los siguientes, Gabriel. Ellos también son una parte del poder judicial, y la "guerra judicial contra según quien" no se emprendió contra la democracia, sino contra un intento de independizarnos en el cual —ahora ya se puede decir— los poderes del Estado creían más que algunos de nuestros líderes. Hacer este juego sucio constante —mira, en esto también trabajan incansablemente— de borrar el conflicto nacional de la historia política reciente para taparse los fracasos es querer sumar el proyectito catalán al gran proyecto de la democracia española. Es lo mismo que hace la izquierda española cuando explica la Guerra Civil y niega que también fue una guerra nacional, una en que Carrasco i Formiguera —y tantos otros— acabó fusilado por los franquistas por el solo hecho de ser catalán. Es despintar el conflicto nacional para pintarlo de conflicto democrático y así contentarse con trabajar desde lo que se puede pactar, porque lo que no se puede pactar ya no existe.

Rufián sabe perfectamente lo que se hace cuando trabaja incansablemente para apuntalar los poderes del estado español. Tratándolo de pardillo, los pardillos somos nosotros

Rufián catalanea en todo lo que está mal de la catalanidad deformada por siglos de dominación española. Catalanea al pensar que con tener razón basta para conseguir que España reconozca que se rompe la democracia para mantener Catalunya dentro del Estado. Catalanea al pensar que está —estamos— en situación de tratar con condescendencia a nadie, sobre todo a quien todavía nos tiene cogidos por los huevos. Catalanea cuando habla desde la superioridad moral de quien no entiende el poder y, por lo tanto, no entiende España. El problema de los que vemos las costuras de la estrategia de ERC y de los que lo tratamos de naif es que nos pensamos que Gabriel Rufián no sabe perfectamente lo que se hace cuando trabaja incansablemente, una vez más, para apuntalar los poderes del estado español. Tratando a Rufián de pardillo, los pardillos somos nosotros.