Los diecinueve diputados que la encuesta de La Vanguardia atribuye a Sílvia Orriols en las próximas elecciones me han recordado un episodio que Enric Juliana sacó a colación hace unos días en una de sus Newsletters. En 1945, Estados Unidos y sus aliados se plantearon convertir Alemania en un gran campo de patatas, siguiendo el programa de un funcionario judío llamado Henry Morgenthau Jr., que no debe confundirse con el buen Hans Morgenthau, el padre del realismo político. A última hora, los americanos se dieron cuenta de que no les convenía hundir aún más a los alemanes y convirtieron a Alemania en el pilar económico de Europa, a través del Plan Marshall.
Juliana contaba esta historia para poner en contexto los planes de rearme que ha anunciado el gobierno de Merz y terminaba el artículo preguntándose: “¿Cómo se puede rearmar un país sin modificar su espíritu?”. Me parece que la pregunta suena menos retórica —y ya no tan irónica— después del revuelo que ha desatado la subida de Aliança Catalana en la encuesta del diario. Catalunya no se rearma, ni aspira por el momento a tener un lugar en el ejército español. Pero se intuye que algo muy profundo empieza a moverse en las entrañas de la gente. La historia avanza y las naciones no pueden vivir siempre escarmentadas ni hacerse el muerto eternamente.
Podría ser que el grupo Godó haya inflado los números de Aliança Catalana para asustar a Junts y para empujar a Puigdemont a facilitar las cosas al Gobierno de Pedro Sánchez. Pero el revuelo que genera la sola idea de que Orriols salga de la marginalidad política, es el mejor indicador de que, hoy, el rearme de Alemania da menos miedo que la libertad de Catalunya. Los alemanes tendrán la ocasión de superar los traumas del pasado antes que nosotros porque sus derrotas, aunque severas, son mucho más recientes. En Catalunya la derrota viene de muy atrás. Afecta a la cadena de rivalidades internas y de equilibrios geopolíticos que llevaron a la formación del Estado español.
La democracia está en crisis y no sabemos si resistirá, pero el espíritu de los catalanes está cambiando, y volverá a transformar el conjunto de España
El espíritu de las naciones se está transformando en toda Europa porque fue toda Europa la que perdió la Segunda Guerra Mundial. Pero es en España donde se verán mejor los límites de la unidad del continente, y las posibilidades que ofrece su historia. La emergencia de Orriols no solo pone de relieve los límites de la pacificación judicial y mediática de Catalunya. Pronto también pondrá de manifiesto que Castilla ya no tiene fuerza para imponer, como había sido habitual en tiempos difíciles, un orden vertical militarmente. La democracia está en crisis y no sabemos si resistirá, pero el espíritu de los catalanes está cambiando, y volverá a transformar el conjunto de España, como siempre lo ha hecho.
Nos da miedo admitir, y por eso todo el mundo está tan nervioso, que Orriols es solo la punta del iceberg de un proceso de retorno inexorable de nuestra historia. La sociedad de consumo, que permitió superar el franquismo sin rendir cuentas, ni pensar, se está deshaciendo ante nuestros ojos. El hedonismo y la especulación inmobiliaria ya no traen paz en ningún sitio, ni atan a la gente. Los partidos del 155 estaban convencidos de que una nueva ola de inmigrantes serviría para volver a coser a los catalanes a España por la fuerza, como en tiempos de la última dictadura. Igual que los líderes del procés, el Estado quería que la globalización hiciera el trabajo por él, y poco a poco va tropezando con la dura realidad.
El orden liberal americano ha gastado el último cartucho abriendo la puerta a la mano de obra barata y la reacción está a la vista en todas partes. La pregunta no es si la influencia de Orriols crecerá. La pregunta es si los catalanes seremos capaces de llenar de contenido político el espacio electoral que conquiste, y de crear unas élites nuevas, más arraigadas y espartanas. No hace falta ser muy listo para ver que, si la caída del muro de Berlín abrió el camino al independentismo, el rearme de Alemania endurecerá el espíritu de los catalanes y su sentido de autodefensa. Los alemanes y los catalanes tenemos virtudes y defectos muy parecidos, y una cierta historia paralela, aunque ellos hicieran el nazismo y nosotros el anarquismo.
Los americanos ya no se pueden permitir una Alemania desarmada, ni pueden evitar su rearme en las circunstancias actuales. En España, los castellanos también irán viendo que necesitan una Catalunya viva para poder ser algo en el mundo. Da igual que el castellano sea un idioma muy hablado, si la Península es un agujero tercermundista gobernado desde Marruecos y Sudamérica. Las plusvalías de la Guerra Civil se acaban, y sus efectos psicológicos sobre los catalanes también. Por primera vez en la historia hay alguna posibilidad de que la mayoría de los castellanos se avengan a razones porque tienen tanto que perder como nosotros. Pero necesitamos fortalecernos un poco.
Lo que da miedo de Orriols, y genera tantas guerras de etiquetas, son las pocas herramientas que tenemos para combatir los viejos fantasmas de la historia, pero son precisamente esos fantasmas los que tenemos que superar para no quedar paralizados en la intemperie. Incluso aunque Madrid suspendiera la democracia, el futuro de Catalunya ya solo depende de la capacidad de los catalanes de pensarse a sí mismos libremente, de una manera genuina, que conecte con las profundidades del pasado. Los catalanes y los castellanos tendremos que dar forma a un mundo nuevo en el sur de Europa. Y, como pasará cada vez más en todo el continente, no nos sobrará tiempo para hacernos la zancadilla y entretenernos con rivalidades infructuosas de vecinos ante los problemas que nos van a venir de fuera.