Durante las últimas semanas, los partidos independentistas se han dedicado a regurgitar la matraca según la cual un president efectivo (ecs) tendría más posibilidades de recuperar iniciativas gubernamentales con el fin de implementar (ecs) mejor la República. Pocas horas después de la investidura y de la fúnebre toma de posesión del Molt Honorable 131, se ha manifestado de una forma muy clara que los buenos deseos de la esquerrovergència eran, de nuevo, papel mojado. Porque, como sabe todo el mundo, Quim Torra no podrá restituir a los consellers en la prisión y el Govern acabará cediendo al imperio Rajoy-Llarena con el fin de nombrar a hombres y mujeres que no turben la paz del constitucionalismo español. Si el Parlament ya cedió con la investidura de Puigdemont, perpetrando un fraude electoral de manual, cuando menos en el caso de Junts per Catalunya, ¿qué os hace pensar que no cederá nuevamente tratándose de cargos importantes pero de un peso simbólico mucho menor que el de la presidencia del país?

Entiendo que, después de un arranque problemático en el cargo (ironías de la vida, la España más xenófoba, antidemocrática y violenta ha disfrutado de lo lindo acusando a un político de lo que más destaca el kilómetro cero), el president Torra haya querido dar un golpe de autoridad reclamando el derecho político de Turull, Rull, Comín y Puig. También comprendo que el 131 quiera poner en evidencia la política de bajar la cabeza de ERC, el nuevo partido autonomista-independentista conservador que no quiere ni oír hablar de restitución. Pero los gestos, los símbolos y las performances se verán pronto subsumidos a la misma dialéctica de siempre: o desobedeces las directrices de Rajoy-Llarena o todo lo demás son acciones donde habrá siempre mucha más chicha que limonada. Después de la negativa a los consellers, el soberanismo sufrirá su enésima ignición de intestinos, para después replegarse sesteando en la más estricta obediencia del marco constitucional. Y así, como ya se sabe, la base no se ensancha.

De nada servirá esta carga de legitimación si el soberanismo sigue obedeciendo a pies juntillas los dictámenes de Madrid

Diuen diuen diuen que la táctica Puigdemont consistirá en mantener esta dialéctica de confrontación laxa con el estado, a la espera de nuevas decisiones judiciales europeas que regalen legitimidad a los exiliados y prefiguren un clima electoral propicio de cara a unir autonómicas y municipales. Todo eso está muy bien, pero como ya recordó el abogado de Ponsatí Aamer Anwar hace muy poco en TV3, en una intervención que haría falta tatuarse en la piel, de nada servirá esta carga de legitimación si el soberanismo sigue obedeciendo a pies juntillas los dictámenes de Madrid. Sólo hay que recordar como la mera posibilidad de investir a Puigdemont encendía hace semanas la mayoría de diarios de Europa en su división internacional, una posibilidad que contrasta con la frialdad que ha suscitado la aceptación del marco autonómico del actual grupo de independentistas en el Parlament. Como pasa siempre, en el mundo de extramuros sólo te toman en serio si tú demuestras primero que vas de veras.

Todo eso, insisto, no tiene nada que ver con la idoneidad del president Torra (Puigdemont también era un desconocido cuando Mas lo ungió a dedo), ni con su supuesto e inventado perfil ultra-derechista. La cosa va de ganarte la legitimidad o prostituirla con acciones que tú mismo sabes que son estériles. De momento, aunque os pese, a los consellers también los escogerá Rajoy-Llarena. Quizás eso sirve para tener dos o tres diputados más en el Parlament y para que Arrimadas decaiga un poco. ¿Pero qué importa, todo, si al final condenas a estos diputados a la obediencia ciega?