Waterloo es la capital de Catalunya. Hasta allí viaja todo el mundo que quiere estar al día de lo que se cuece en la política catalana. Las cárceles también son un centro de peregrinaje. Pero en Bélgica se va a ver al líder del movimiento independentista, a la cárcel, en cambio, se va para hablar con los diversos jefes de fila del movimiento. Es por eso que, una vez acabado el intenso ciclo electoral, Waterloo vuelve a ser el epicentro de todo tipo de reuniones y de emisarios. Entre la semana pasada y la presente han acudido a Waterloo o Bruselas alcaldes de Junts, diputados independientes, grupos políticos y ayer el expresidente Artur Mas. Algo se está moviendo porqué la actitud cainita de los últimos tiempos ha perjudicado —y mucho— al independentismo. El festival de pactos postelectorales, la subasta de alcaldías, ha roto el principio de solidaridad catalana que se demostró el 1-O. Por lo tanto, es necesario poner algo de orden. 

La primera conclusión a la que llegué después de las elecciones es que debemos acabar con la cantilena de la unidad. ERC y el mundo del presidente Puigdemont ni se entienden ni se entenderán. Ahora aún menos que antes, porque la grieta sobre cuál es el camino a seguir se ha abierto todavía más. Los partidos no han respetado el espíritu del 1-O a nivel local con la excusa de que la dinámica municipal es distinta a la nacional. En las circunstancias actuales esta es una excusa para escaquearse. Responde a la mala política, dicho llanamente. Cuando se creó JxCAT se intentó la reunión con ERC y no pudo ser. La Crida también nació para eso, pero apelando a las personas en vez de los partidos, pero tampoco lo consiguió. O sea que lo mejor que podría hacer Puigdemont es olvidar esta vía. Ernest Maragall tuvo las narices de acusar a Jordi Graupera des ser el responsable de la dispersión del voto independentista cuando ERC no quiso sentarse con nadie para plantear una lista unitaria.

La primera conclusión a la llegué después de las elecciones es que debemos acabar con la cantilena de la unidad

Esta es la ocasión, pues, de reconstruir JxCAT. Para quienes lo hayan olvidado, les recuerdo que JxCAT es una coalición electoral nacida ad hoc para concurrir a las elecciones del 21-D de 2017. Puigdemont confeccionó unas listas electorales de forma muy abierta, sin exigencias de ningún tipo, con un montón de independientes de izquierdas, a quienes unía principalmente la expresión de fidelidad al 1-O. No creo necesario recordar las turbulencias posteriores, porque son de dominio público. Pero de vez en cuando reaparecen, porque alguien tiene la necesidad de marcar territorio. David Bonvehí volvió a ello cuando unos días atrás escribió un tuit autocomplaciente sobre el número de concejales que había conseguido de retener un partido que ni siquiera se presentaba a las elecciones. ¿O es que debemos considerar que Junts es la enésima mutación de lo que los medios denominan con insistencia “el espacio posconvergente”? El PDeCAT se reivindica una y otra vez ante JxCAT como el náufrago se aferra al trozo de madera que flota en medio del océano. Los chalecos salvavidas están en manos de otra gente. Y puesto que lo saben, por eso presionan tanto.

El pecado original lleva aparejada la confusión actual. JxCAT era hasta el 26-M un grupo parlamentario muy plural, pero mayoritariamente de centroizquierda, como quedó claro con la incorporación de Jordi Sánchez, Toni Morral, Aurora Madaula, Eusebi Campdepadrós, Ferran Mascarell, Laura Borràs, Teresa Pallarès y otros integrantes de la lista que procedían de la ANC, ERC, PSC, ICV o simplemente de los movimientos progresistas de base. Evidentemente que también se integró a gente de centroderecha, principalmente asociados al PDeCAT. Esta era la gracia del invento electoral. Pero la argamasa, lo que compacta a unos con otros es Puigdemont. Pero también es una verdad irrefutable que quien votó por Puigdemont en las europeas se inclina hacia la izquierda y es radicalmente independentista. Puigdemont tiene una capacidad de arrastre que resulta imparable cuando se deshace de los corsés partidistas y prescinde de las ansias de otros grupos para lograr la hegemonía. Puigdemont es el único dirigente capaz de aglutinar al núcleo original de JxCAT con lo que representa el 1.025.411 de personas que le votó. Gente que en las generales votó al Front Republicano y en las municipales a las candidaturas promovidas por las primarias.

Es necesario acabar con la peregrinación a Waterloo para empezar a construir liderazgos en Catalunya con una organización fuerte y unificada que respete la trayectoria de cada cual

Quien no entienda eso tomará malas decisiones. Parasitar a JxCAT sería la peor de todas las opciones porque comportaría que muchos de los independientes que han acompañado al presidente Puigdemont en esta etapa de “resistencia” se sentirían utilizados y abandonarían el proyecto —ahora o en las próximas elecciones— para buscar una alternativa que fuera nueva de verdad y realmente rupturista. El presidente Puigdemont sabe que si quiere ser árbitro de la confluencia política entre sectores tan distintos, él debe situarse por encima de todos, sin vínculos preferenciales. Es necesario acabar con la peregrinación a Waterloo para empezar a construir liderazgos en Catalunya con una organización fuerte y unificada que respete la trayectoria de cada cual, sin patrimonialismos, y que adquiera el compromiso de activar un programa republicano de ruptura con el Estado y de refundación interior del país. La etapa autonómica está acabada. El Govern administra sus migajas. Pero al hacerlo, al gobernar, tiene que rechazar la típica ufanía pujolista. Al contrario, el Govern está obligado a denunciar constantemente las limitaciones de esta autonomía para desarrollar unas políticas públicas reales y eficientes. El autonomismo nos mata como pueblo pero también como administradores del bienestar y eso deben saberlo los ciudadanos. La politiquería, en cambio, jamás será la solución.