El otro día nos preguntábamos, con un amigo, qué fue del PSC que todos conocíamos, de ese partido que era la envidia del resto de partidos por su disciplina, cohesión, unidad de criterio y orden marcial. "Fe ciega en el mando", decía a menudo un cargo del tripartito. Los socialistas catalanes siempre habían sido el mejor partido del país desde el punto de vista organizativo. El resto de formaciones catalanas eran otra cosa: Convergència era más bien un movimiento nacional, ERC era una agrupación tan plural que casi siempre acababa en luchas fratricidas, ICV era un club de amigos de clase alta y el PP era un partido extemporáneo y extraterrestre en Catalunya. En cambio, la sede socialista de la calle Nicaragua tenía un sólido aire de Lubyanka, la sede moscovita del KGB, donde el aparato del partido hacía y deshacía a placer, incluso poniendo y quitando candidatos a la presidencia de la Generalitat. “Aparato es libertad”, repetía satisfecho uno de los más significados miembros del aparato. Eran los tiempos en los que los capitanes mandaban más que los generales; eran la combinación perfecta de la rauxa de los recién llegados del Baix Llobregat y el seny catalanista de Sant Gervasi.

Ese partido es hoy un partido con menos cuadros y menos visión de gobierno, menos intelectual y menos conectado a la sociedad; no tiene un proyecto para Catalunya, más allá de convertir las instituciones catalanas en peones al servicio del gobierno español en su lucha contra el PP. No lo digo por decir: cuando un gobierno lo fía todo a la gestión, es que no tiene otro proyecto ni ambición que la simple gestión de sus competencias, como hacen las diputaciones, desprovistas de pulsión política. No es un programa negativo en sí mismo, pero es bueno llamar las cosas por su nombre. El president Salvador Illa trabaja mucho y lo tengo por un político honrado, pero le falta la ambición nacional y la visión que tenía el president Pasqual Maragall, por decir uno de su mismo partido. El PSC es hoy un partido táctico y no estratégico; maniobra políticamente en función de su necesidad parlamentaria. Por eso abraza en público algunas medidas que algunos de sus cuadros y dirigentes, en privado, no ven nada claras. Un buen ejemplo son las medidas erráticas y erróneas en materia de vivienda, que adoptan únicamente por el chantaje parlamentario de los Comuns. Los socialistas han dejado de ser de izquierda moderada para abrazar, con demasiada frecuencia, la izquierda extrema que basa su acción en dogmas y no en realidades. Y a nivel identitario, los socialistas catalanes son hoy más PSOE que nunca y menos PSC que nunca.

A nivel identitario, los socialistas catalanes son hoy más PSOE que nunca y menos PSC que nunca

El hecho de gobernar en el Estado, en Catalunya y en Barcelona seguramente les dé una falsa sensación de dominio y control. Sin embargo, en todos los casos gobiernan en minoría y sin presupuestos, y en dos de los casos, habiendo perdido incluso las elecciones. Por eso harían bien en no confundir lo coyuntural con lo estructural. Si los socialistas catalanes (y españoles, ya puestos) levantaran la mirada y contemplaran el panorama europeo, verían el futuro que les espera. El socialismo retrocede en toda la UE. Partidos socialistas que antes habían sido un referente, como el PSF francés o el PDS italiano, son hoy sombras de lo que llegaron a ser y representar. El motivo siempre es el mismo: el abandono de las posiciones progresistas y moderadas en defensa de las clases medias y su inclinación hacia posiciones marginales o radicales. La desorientación estratégica es siempre la misma y los resultados también lo son, porque los europeos nos parecemos más los unos a los otros de lo que a veces creemos, y las preocupaciones de un lombardo, de un bávaro, de un irlandés o de un catalán no son muy distintas. “Salud y trabajo”, como decía el president Jordi Pujol, y por eso ganó las elecciones seis veces seguidas. Dirigirse a la gente con cuestiones menores y convertir en bandera temas marginales nunca es una buena idea.

A todo esto hay que añadirle la pugna buscada por los socialistas con la extrema derecha para desgastar a la oposición de centro, con el resultado que todos ya conocemos: François Mitterrand alimentó y engordó el Frente Nacional para erosionar el centro-derecha francés, con el resultado final de que el PSF hoy es irrelevante, el centro-derecha gobierna el país y la extrema derecha es la alternativa de gobierno. Jugada maestra. Y esto es exactamente lo que hace el president Salvador Illa en cada pleno del Parlament de Catalunya: confrontar sistemáticamente con Aliança Catalana (que no es un partido de extrema derecha ni fascista, por cierto, sino un partido populista antiinmigración). Lo mismo hace Pedro Sánchez en Madrid. Y en ambos casos obtendrán el mismo resultado: mientras AC crece en la Catalunya del Eix Transversal, los alcaldes socialistas metropolitanos avisan de que en sus municipios es Vox quien crece con fuerza y ​​quien amenaza sus cómodas mayorías absolutas. Catalunya no es una isla al margen de Europa y los vientos que soplan en el Viejo Continente no se detienen en los Pirineos. Vamos directos a un escenario de cambio, diferente, posiblemente peor, más crispado y sin mayorías claras, y el PSC trabaja, quizás sin siquiera saberlo, para acelerar ese cambio. Quizás cuando lo vean ya será tarde y los bárbaros ya estarán a las puertas del mundo que hasta hoy hemos conocido.