El coronavirus nos está matando, nos está arruinando, nos está confinando y nos está amargando la vida, pero puede que esta semana nos libere de Donald Trump, lo que tendría consecuencias planetarias positivas incluso en la erradicación de la pandemia.

Huelga decir que cuando llegue la vacuna contra la Covid-19 el papel que juegue Estados Unidos en su distribución nos afectará a todos. De todas formas, ya hemos comprobado como la actitud de Trump respecto a los valores democráticos universales y los derechos fundamentales, la paz, la moralidad pública o la lucha contra el cambio climático nos está perjudicando urbi et orbi.

Sin coronavirus, Donald Trump tendría absolutamente asegurada la reelección no sólo por su capacidad de engañar a la gente, sino porque no tiene adversario político. Sin embargo, la irrupción de un factor que no estaba previsto como ha sido la pandemia ha alterado todas las previsiones. Con cerca de 10 millones de contagios y casi un cuarto de millón de muertes, las dudas sobre la gestión que ha hecho Trump de la crisis han situado las encuestas pronosticando casi unánimemente no tanto la victoria del candidato demócrata, Joe Biden, como la derrota del presidente.

El 2016 no había motivos para votar a Hillary Clinton. Trump abanderaba el cambio y no se veía como una amenaza. Ahora, el demócrata Joe Biden tampoco seduce a nadie pero tiene a su favor un razón poderosa para votarlo: tumbar a Donald Trump, que ahora sí se ve como una amenaza planetaria

Biden no es un candidato ganador, sino todo lo contrario. Fue elegido más para asegurar la continuidad de las estructuras de poder interno, el aparato del Partido Demócrata, que para presentar batalla al titular de la Casa Blanca. Si el partido hubiera confiado en la victoria nunca habría apostado por un hombre de 77 años que difícilmente podrá aspirar a la reelección en 2024. A lo largo de la campaña, Biden no ha sido referente de nada. No hay ninguna idea ni iniciativa que lo identifique. No se ha mojado en ninguna de las cuestiones controvertidas, sea el fracking o el Tribunal Supremo. La campaña ha sido un monólogo de Trump. Biden ha entendido que él no es un contrincante. Las elecciones son de Trump contra sí mismo. Es un referéndum sobre Trump y Biden se ha limitado a esperar que gane el 'no'. Es una triste estrategia pero no tenía otra opción. Es tan tan tan triste que cuesta creer que alguien pueda ganar, sin jugar y sin bajar del autocar, así que, por mucho que digan las encuestas, no conviene vender la piel del oso antes de cazarlo.

Hace cuatro años, FiverThirtyEight, que es la web de referencia que analiza las encuestas políticas en Estados Unidos, pronosticaba que Hillary Clinton tenía el 71,4 % de posibilidades de ganar las elecciones contra sólo el 28,6 % de Donald Trump. Desde entonces se han perfeccionado las encuestas, se han precisado los grupos encuestados, y Nate Silver, editor jefe de FiveThirtyEight, que no puede permitirse volver a fallar, pronostica ahora 89 % de posibilidades de victoria de Biden por 10 % de Trump.

Los Angeles Times utiliza un método diferente en las encuestas y fue el único diario de los de referencia que pronosticó el 2016 la victoria de Trump. Ahora, aplicando el mismo método prevé una victoria de Biden por 11,1 puntos de ventaja. Es una diferencia enorme comparada con la que sacó Clinton a Trump. La candidata perdió pese a obtener un 2,1 % más de votos en el conjunto del país.

La crisis sanitaria y sus secuelas ha determinado incluso el método de predicción del profesor Allan Lichtman. Desde 1984, Lichtman viene pronosticando acertadamente el ganador de las elecciones. Dijo que ganaría Trump cuando nadie lo podía creer y ahora está convencido de que Trump perderá.

Aun así, en los últimos días y en los estados que decantan la elección la tendencia es que la ventaja de Biden sobre Trump es cada vez más estrecha y con frecuencia dentro del margen de error de los sondeos. Ohio siempre marca el ganador y las encuestas señalan un empate. La pandemia está alterando comportamientos. Estados tradicionalmente conservadores como Arizona o incluso Texas registran un sorprendente avance demócrata y en Nevada pasa el revés. Florida y Pensilvania amenazan con un resultado ajustado que a base de impugnaciones será el Tribunal Supremo quien decida finalmente quién es presidente.

Visto en perspectiva, en 2016, después de los dos mandatos de Obama, los demócratas estaban desencantados y desmovilizados. Hillary Clinton partía como clara favorita en las encuestas y al mismo tiempo era la candidata que generaba más rechazo como representante del establishment. No había motivos para votar a Clinton. Entonces Trump abanderaba el cambio y no se veía como una amenaza. Esta es ahora la gran diferencia. Biden no seduce a nadie pero tiene a su favor una razón poderosa para votarlo que no tenía Clinton: tumbar a Donald Trump que ahora sí se ve como una amenaza. Es obvio que hay una movilización anti-Trump que ya veremos cómo se expresa en votos y sobre todo en el colegio electoral, pero si es tan potente como dicen los sondeos, los demócratas quizás ganen, no por méritos propios, la presidencia, la mayoría en la Cámara de Representantes y hasta la mayoría en el Senado. Será que los dioses se habrán apiadado de nosotros.