"Barcelona ha superado la década perdida del procés y ha llegado el momento del reencuentro, la unidad y la priorización de las políticas públicas por encima de las quimeras". De este modo escupía Collboni a la cara a la mitad de los habitantes de Barcelona, perdonándoles la vida por simpatizar con el independentismo e invitándoles a abandonar la queja permanente para empezar a recibir la pura gestión convivencial que propone el socialismo. "Barcelona ha vuelto", que es lo mismo que decía Salvador Illa (o Félix Bolaños) sobre Catalunya, un retorno que todo el mundo tiene claro hacia dónde es, sobre todo teniendo en cuenta el escenario elegido por Collboni para dar su conferencia. El retorno es a España, todos los caminos conducen a España, en el ecuador de la legislatura, vamos a proponer cocapitalidades con España y a ofrecer Barcelona a España. El mensaje ha quedado más que claro.

La quimera de Collboni es creer que la gente protesta porque sí, reivindica más soberanía por capricho, abandona la ciudad porque el Maresme es más bonito, por puro aburrimiento se queja del turista o (cada vez más) del expat, sufre por la lengua porque es gente cerrada y provinciana, boicotea la Copa América porque tiene algún odio visceral e incomprensible contra los barcos. La frivolidad del actual alcalde le lleva a dar conferencias para exhibir orgullo por su política cultural, consistente básicamente en celebrar la adquisición de edificios, en la construcción de bibliotecas "provinciales" o en abrir museos a las baronesas. Collboni olvida de manera descarada, explícita y ofensiva los proyectos culturales más atrevidos e innovadores de la ciudad para centrarse en el inmueble, en el glamour y en todo aquello que se pueda replicar de Madrid. La concepción de ciudad de Collboni ya no es la de vender la ciudad, sino la de regalarla, limitándola a un escaparate bonito e instagrameable. Una mezcla de Marbella, Las Vegas y Madrid con mar y montaña y premios Goya. Como pista sobre el público asistente a la conferencia, uno de los únicos representantes culturales era la actriz Karla García Gascón. Sí, la de los tuits catalanófobos.

Barcelona no tiene que “volver” a ninguna parte. Mejor que vuelva el alcalde de sus fiestas madrileñas y se olvide de la quimera de convertirnos en una ciudad de provincias más.

La quimera es creer que Barcelona tiene que "volver" a algún sitio. Como esa pareja desobediente que alguna vez creyó que podía ser libre y emancipada. La quimera es pretender una cocapitalidad española que Madrid ni se plantea, en lugar de centrarse en la verdadera vocación de la ciudad como capital del Mediterráneo. Lo verdaderamente quimérico, en referencia a la vivienda, es decir que “el mercado ha fallado” para justificar las medidas intervencionistas actuales: no, alcalde, el mercado no ha fallado. Lo que ha fallado es la especulación favorecida por el socialismo durante todos estos años en la ciudad, sin que se haya construido prácticamente ninguna vivienda nueva a precio asequible. Lo que ha fallado es haberse vendido el Poblenou y Diagonal Mar a precio de saldo, en lugar de prever —como no era en absoluto difícil de prever— que todo el mundo querría venir a vivir a una ciudad bonita y marítima. La quimera, lo que no saben ver los ilusos gestores de la nada, es creer que el barcelonés aceptará de buen grado irse a vivir a los municipios del entorno teniendo que depender del nefasto servicio de Rodalies, mientras que esa misma propuesta no se hace ni a los recién llegados ni a los inversores. De todo eso no habló Collboni en Madrid, pero sí de ofrendar nuevas glorias a Madrid en el ecuador del mandato. Hola. Alcalde. Estamos aquí. ¿Nos ve?

Barcelona no tiene que “volver” a ninguna parte. Mejor que vuelva el alcalde de sus fiestas madrileñas y se olvide de la quimera de convertirnos en una ciudad de provincias más. La ciudad por sí sola ha sabido colocarse en la línea de la economía del conocimiento y de la creatividad, y eso no tiene nada que ver con las purpurinas autorreferenciales del actual consistorio. A pesar de la arrogancia y la falta de proyecto del gobierno, la ciudad, en efecto, no se detiene y sabe encontrar su sitio en un entorno global. Los ciudadanos se espabilan, hacen negocios, estudian carreras, impulsan entidades y asociaciones, cuidan de su lengua, aprenden otras, colaboran, se solidarizan entre ellos, protestan cuando hace falta, sufren por si podrán pagar el alquiler, se indignan cuando se despilfarra el dinero público y se sienten insultados cuando se les acusa de perseguir quimeras o de practicar el deporte de la queja. Barcelona no tiene que volver a Madrid: quien tiene que volver es el barcelonés a Barcelona. Y si nos siguen faltando al respeto, esa vuelta se hará notar de un modo nada agradable.