La incorporación de la periodista Mònica Terribas y el politólogo Jordi Muñoz a la nueva Junta Directiva de Òmnium Cultural nos regala una pista de oro para ver como el procesismo político intentará atrincherarse hambriento de migajas en las instituciones culturales del país para asegurarse de que su hipotética influencia se mantenga en los cánones de la falta de ambición y el autonomismo político. Muñoz es de los chicos que se sumaron de forma oportunista al 1-O y ahora ha pasado a cantar la cancioncilla del 50 % y que no somos suficientes y blablablá, mientras Mònica Terribas todavía no ha respondido a la pregunta de Jordi Évole sobre si se sintió engañada por los políticos catalanes cuando, micrófono en boca, saludó a la tribu diciendo “Bona tarda, ciutadans de la República Catalana” aun sabiendo que nadie defendería la DUI. No ha contestado a la pregunta, evidentemente, porque Terribas sabía que todos nos mentían.

Eso, la mayoría de catalanes despiertos (y yo, contra lo que pueda parecer, pienso que eso conforma la mayor parte de la ciudadanía) ya lo saben de sobra, como también saben con certeza que las elecciones del 14-F son muy poco importantes. Hace falta que se celebren y que vote cuánta más gente mejor, sólo faltaría, pero hoy en Catalunya es mucho más importante que la gente tenga las cosas claras y sepa podar entre la verdad y la hojarasca del cinismo que averiguar si Aragonès, Borràs o el Santo Padre presidirá una institución puramente administrativa como es la Generalitat. Que los cañones políticos del presente continúan anclados en la retórica anterior al 1-O lo demuestra el hecho de que el procesismo tiene la autoestima tan baja que incluso ha comprado el marco mental de la operación Illa y ha caído en la trampa de Sànchez i de Iceta para regalarle al ministro de la pastilla un papel central en las elecciones.

Como ya he dicho muchas veces, que el socialismo catalán tenga como revulsivo la persona que, en términos objetivos, ha sido el peor ministro de sanidad de Europa ya habla por sí solo. Pero, exactamente por el mismo motivo, que el independentismo tema la huella de un político que, aparte del hecho anterior, tiene el carisma de un tubérculo resulta todavía más delirante. La cosa es sideral pero del todo comprensible, porque el independentismo que retrocede en sus ambiciones tiene en Illa el rival perfecto. De la misma manera que a inicios de este siglo, la Esquerra de Carod podía ampliar la base mientras apuntalaba al PSC en la Generalitat y Artur Mas podía jugar a hacer una oposición basada en el buen gobierno y el desbarajuste del tripartito de Montilla, el independentismo autonomista que cubre con cemento la ineptocracia del actual Govern de la Generalitat esparce al fantasma de Illa solo para acabar haciéndolo más temible.

Los mismos políticos que tenían miedo de la independencia, los mismos agentes culturales y periodísticos que saludaron a la República sabedores de que todo era un engaño son quienes temen a Salvador Illa

Desdichadamente, la política catalana se ha vuelto una cosa tan barata y prostibularia que incluso es un disfrute anallizarla. El problema, para los políticos de la tribu, es que lenta pero imparablemente, la gente ya no se traga las mentiras con tanta alegría. El cachondeo del Govern según el cual la judicatura española ha impedido que las elecciones se celebraran en mayo es una mentira que a convergentes y republicanos no les ha durado ni una semanita. Por eso, comandados por asesores cada día menos perspicaces, han corrido a hinchar la figura del ministro Illa para asustar a los electores y correr a venderse como el mal menor. Es gracioso ver cómo el independentismo hace con la Generalitat lo mismo que expresó Marta Ferrusola cuando dijo que Maragall "nos ha echado de casa". Pero cuando la historia se repite siempre se degenera, y del fantasma del Cobi, ahora hemos pasado al ministro vacuna.

¿Quién teme a Salvador Illa? La respuesta es bien fácil: los mismos políticos que tenían miedo de la independencia, los mismos agentes culturales y periodísticos que saludaron a la República sabedores de que todo era un engaño, la misma gente, en definitiva, que resume sus miedos al temer la libertad. Con esta gente en la política y Terribas y Muñoz en Òmnium tendremos diversión asegurada, y quien sabe si acabaremos con un Molt Honorable socialista y con un Premi d'Honor que también escriba en español, por todo eso de ampliar la base y no caer en el provincianismo de utilizar solo la lengua de la tribu. Este futuro nuestro hace echar espumarajos, ya lo veis.