El pasado 28-J unos prometieron que de amnistía ni hablar y los otros que a Pedro Sánchez no le comprarían ni un automóvil de segunda mano, porque ya basta y etcétera. Pues bien —después de ayudarse en la configuración de la Mesa del Congreso y la formación de un grupo político para Junts en la cámara española; las sillas antes que de ética, de la cual, si eso, ya hablaremos otro día— ya me los tenéis bien contentos charlando de la exculpación de los perseguidos por la macrocausa del 1-O y de la posible investidura del capataz socialista. Hay que reconocer que Pedro Sánchez (que no negocia directamente, pues hace aquello tan heteropatriarcal de enviar a "su" vicepresidenta en funciones a Bruselas) ha puesto incluso un poco de humor. Hace pocos años se vanagloriaba de querer cazar personalmente a Puigdemont para llevarlo al Supremo; ahora dice que no tiene ningún problema por debatir sobre "justicia social."

El tema tiene tanta tela que no vale la pena hurgar mucho más, porque el vodevil de cinismo esconde una podredumbre todavía más profunda. Vamos por partes. Puigdemont sabe perfectamente que Pedro Sánchez se inmolaría antes de autorizar un referéndum sobre la autodeterminación en Catalunya, pero al presidente 130 le interesa abanderar la causa de esta votación (lo único que, según dijo literalmente, podría sustituir el 1-O que tal día proclamó como vinculante), para robar la iniciativa de la votación a Junqueras. En el juego contra los republicanos también entra la amnistía, la cual, aunque no equivale a una "solución personal", todo dios sabe que tiene importancia política justamente porque, tarde o temprano, tendría que implicar su retorno al país. Las condiciones de esta operación Tarradellas, ya ni hay que decirlo, solo se podrán dar como más convenga al inquilino que viva en la Moncloa.

Puigdemont sabe perfectamente que Pedro Sánchez se inmolaría antes de autorizar un referéndum sobre la autodeterminación en Catalunya

Pero zambullámonos todavía más a fondo dentro de esta pantomima de retorno al régimen del 78. ¿A quién interesa la amnistía? Pues, por mucha postura que ponga el independentismo, el principal ganador de esta absolución total de los hechos del 1-O (y la bulla posterior en Urquinaona) sería precisamente el establishment español. Promoviendo la clemencia generalizada, los aparatos de poder español impedirían cualquier aproximación sancionadora de las altas instancias internacionales. Como ya pasó con los indultos, la amnistía sería un recurso fantástico para hacer ver a Europa que no se cometió ninguna agresión contra la ciudadanía catalana, pacificando la nación a base de olvido (en el idiolecto conyugal; "mira que llegamos a hacer burradas y qué suerte que ahora hemos conseguido perdonarnos y podemos hacer un café para decidir tranquilamente quién se queda a los niños el finde").

Para decirlo de otra forma, España se ahorraría ajustar las cuentas de la interpretación fraudulenta de unos delitos que (a pesar de los meritorios alehops de la sentencia del juez Marchena sobre el procés) nunca existieron fácticamente en Catalunya. Con los encausados en la calle y Sánchez paseándose por el mundo con un aire de pacificador parecido al de Zapatero, ya me diréis quién carajo se dedicaría a investigar sobre si la bofia le pegó una hostia de más a una pobre abuela o si una acusación de terrorismo a una joven podía justificarse en el hecho de que tenía demasiada lejía en la cocina de casa. Los españoles, en definitiva, anhelan la amnistía porque tanto Sánchez como Feijóo quieren cerrar la agenda del "reencuentro", condicionar todavía más el poder judicial después de haberlo enmendado y, ya que estamos, aprovechar que el nuevo Código Penal todavía facilita más el arte de la corrupción.

Al fin y al cabo, Sánchez necesita a Puigdemont para ir ganando una pizca más de tiempo y al presidente 130 ya le va bien que Convergència pacte un retorno al régimen del 78 con la falsa promesa de un poco más de autonomía. En caso de que no se produzca el pacto "histórico" en cuestión, los dos políticos podrán volver a los comicios muy pronto, Sánchez podrá presumir de haber plantado cara a su nuevo amigo de Waterloo y quién sabe si el independentismo, a pesar de seguir sumando abstencionistas a la nómina, todavía podría ser más decisivo. Y en tiempo de nuevas elecciones, como decía al inicio, ya podremos volver bien tranquilos a las antiguas (y repetidamente falsas) promesas. Afortunadamente, el mundo va a toda prisa y el ciudadano empieza a ejercitarse en el arte en tener un poco más de memoria a corto plazo. De hecho, estamos donde estábamos hace muy poco y a pesar de parecer paradójico, en el idioma de la nueva pedagogía, avanzamos adecuadamente.