Los propagandistas de Esquerra han sido muy hábiles a la hora de adelantar dos de los casi cinco millones y medio de euros que el Tribunal de Cuentas reclama a los antiguos cargos del Gobierno Puigdemont-Junqueras. Los republicanos se están convirtiendo lentamente en un partido de orden (español, of course) y sus pocos cráneos privilegiados, incluido Oriol Junqueras, saben que el instrumento privilegiado de los españoles para borrar la memoria del 1-O en Catalunya será la compra de voluntades a través de la pasta. Ahora que ya se ha visto claramente que los líderes procesistas habían pactado los indultos a cambio de renunciar a la independencia, Esquerra y Junts no se pelean por patrimonializar la solidaridad con los embargados: aquí lo único importante es quien lidera mejor el acto de ofrecer la mejilla. En Catalunya siempre se trata de correr para ser más diligente que el otro en poner la cartera y el culo a disposición del dueño.

Una de las buenas cosas que tiene nuestro presente, gracias a la multiplicidad de fuentes informativas, es el corto vuelo de cualquier intento de propaganda urdida por el poder político. A pesar de todos los esfuerzos de Oriol Junqueras para hacerse el solidario e impostar generosidad con aquel tono de los cuñados que pagan la ronda pues ya van como una cuba ("chato, pon más vasos en la mesa, que esta la pago yo, ¡hostia!"), hoy nadie ya cree que los altos cargos de la administración Puigdemont acaben aflojando ni un solo euro ante el Tribunal de Cuentas. De hecho, cualquier catalán de mínimo entendimiento también sabe que Artur Mas y su ejército de trileros tampoco pagará un solo céntimo de su deuda con la judicatura por el 9-N. Y no lo harán por el simple hecho de que la fianza se la resolverá la caja de solidaridad (una forma muy elegante de decir "la ciudadanía") o el patrimonio de los partidos políticos; es decir, nosotros mismos.

La política catalana tiene un componente tan alto de cinismo que solo se puede digerir con humor. Si os fijáis, los partidos catalanes que han mentido a la ciudadanía sistemáticamente durante los últimos dos lustros están peleándose como bebés para ver quién aporta más a una caja de resistencia que, directa o indirectamente, hemos sufragado nosotros mismos, es decir, los más damnificados de la tomadura de pelo monumental. Por lo tanto, aquí ni paga Esquerra, ni paga Convergència, ni su tía en patinete: aquí cascamos los mismos y, por consecuente, se libran siempre los mismos de pagar. No es demagogia, es una simple constatación. A día de hoy, ni un solo cargo independentista ha perdido patrimonio por aquello que muchos denominan represión. Los españoles lo saben y, si por 5 milloncejos de euros de mierda todo el mundo se histeriza, imaginad cuán tranquilos están controlando todos los sueldos de la Gene.

El poder autonómico empuja a la nación a pervertirse culturalmente y, mientras la va idiotizando, es normal que los súbditos con la moral tan baja se acaben peleando por ver quién paga una multa con más rapidez

Ya conocéis el dicho: quien paga, manda. En el caso de la tribu, la cosa es más compleja, porque aquí manda quien paga antes la multa. En este sentido, Catalunya es una curiosa agrupación de hombres y mujeres a quienes unos enemigos cada día roban un billete de cincuenta euros y, en vez de ponerse de acuerdo para cazar o matar al ladrón, se pelean para ver quién repone más rápidamente la cantidad en la hucha. Como de costumbre, la tendencia política tendrá traducción en la vida cotidiana; afrontamos un tiempo en que ir mal de pasta volverá a ser sexy. Lo certifica, por ejemplo, una de las fuentes más espantosas del imaginario tradicional, el programa Joc de Cartes de TV3, que si en sus primeras ediciones tenía como objetivo descubrir la excelencia culinaria del país, ahora se puede comprobar como cada vez vive más obcecado en hacernos ver que en Catalunya también tenemos restaurantes de mierda.

Que la televisión nacional vaya españolizándose con esta obsesión enfermiza por aquello más hortera (con tintes de criminología) no es casualidad. Como siempre, el poder autonómico empuja la nación a pervertirse culturalmente y, mientras la va idiotizando, es normal que los súbditos con la moral tan baja se acaben peleando para ver quién paga una multa con más rapidez. Por fortuna, delante de todo eso, todavía hay una alternativa muy sencilla. Primero, recordar la verdad; a saber, que aquí nadie pagará un duro por las mentiras que nos hicieron tragarnos. Segundo, que todo lo acabaremos pagando nosotros. Y tercero, que a pesar de que nos queráis hacer españoles y miserables resistiremos con la fuerza de los titanes. Y pagándonos las fiestas, solo faltaría.