El refranero es rico en expresiones que retratan a la perfección lo que está pasando. Recuerdo algunas: quien siembra vientos, recoge tempestades; quien calla, consiente; quien mal anda, mal acaba; donde las dan, las toman... Y el más popular de todos: "quien no quiera polvo, que no vaya a la era". Pero más allá de la sabiduría refranera, estos días no he podido evitar recordar el viejo poema de un pastor luterano que captó como nadie, en un momento muy trágico, lo que significa dejar pasar el mal, cuando no eres la víctima. El pastor se llamaba Martin Niemöller y estuvo encerrado en Dachau hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Su famoso poema "Cuando los nazis vinieron..." fue, en realidad, un sermón que pronunció en Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern, y que tituló "¿Qué hubiera dicho Jesucristo?". Dado que no es muy conocido en su totalidad, me permito reproducirlo:

Cuando los nazis vinieron a por los comunistas,
no levanté la voz.
Yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
no levanté la voz.
Yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a por los sindicalistas,
no levanté la voz.
Yo no era sindicalista,

Cuando vinieron tras los judíos,
no protesté,
Yo no era judío,

Cuando vinieron a por mí.
No quedaba nadie, que pudiera protestar.

Aunque el sermón del pastor luterano se refería a un momento tan extremo como el del nazismo, su reflexión sirve para todos los casos en que uno se muestra indiferente —o incluso cómplice— ante la represión, las agresiones, las malas prácticas... Si algo se repite tozudamente a lo largo de la historia es que no frenar a tiempo el abuso político desmesurado —de hecho, el abuso de cualquier tipo—, solo lleva a un crecimiento de este abuso y a un empoderamiento del abusador. Y siempre tiene efecto boomerang sobre aquellos que han callado, han otorgado o, incluso, han aplaudido.

Es exactamente eso lo que está pasando ahora en España, a raíz de la intención del PP de parar las decisiones del Congreso de diputados por la vía del Constitucional. Es evidente que ya no se trata de una guerra descarnada entre partidos, sino de una guerra abierta entre instituciones, con el poder judicial haciendo un envite de enorme dureza al poder legislativo. El clima es tan irrespirable que los micrófonos hierven de retórica guerracivilista, con los dos bandos de la contienda haciéndose acusaciones mutuas de golpismo. (Paréntesis: la banalización de conceptos tan graves como el de golpismo es una constante en la dialéctica política española, tanto en la derecha como en la izquierda del espectro ideológico, y eso lo sabemos muy bien los catalanes). Se trata de una guerra frontal que implica al poder judicial, al poder político y, con seguridad, a la monarquía, y cuyo resultado es imposible de prever.

La afirmación más repetida de todas es el colmo del sarcasmo: "nunca había pasado eso en España". Es decir, para dejarlo bien claro, pregunto: ¿están asegurando que nunca ha habido un intento del poder judicial para intervenir, parar, cambiar y pervertir la lógica de un parlamento?

Lo más curioso de observar, desde la distancia catalana, es la enorme hipocresía que se respira en las declaraciones políticas y en los análisis mediáticos del ámbito progresista, lógicamente alarmados por la derivada de los hechos. Resulta que ahora han descubierto algunas verdades incómodas que han verbalizado sonoramente: que no es posible que un tribunal impida una votación; que los jueces no pueden hacer de parlamento paralelo; que la judicialización de la política destruye el juego democrático; que el parlamento es la sede de la soberanía popular y tiene que ser inviolable... La afirmación más repetida de todas es el colmo del sarcasmo: "nunca había pasado eso en España". Es decir, para dejarlo bien claro, pregunto: ¿están asegurando que nunca ha habido un intento del poder judicial para intervenir, parar, cambiar y pervertir la lógica de un parlamento? ¿Es eso lo que están afirmando opinadores, periodistas y políticos del progresismo español? ¿Tienen esta enorme, inmensa, inconmensurable cara dura?

La tienen, y es aquí donde el sermón del pastor luterano y la sabiduría del refranero al completo les cae encima, como un gran saco de mierda. Lo que ahora le está pasando a Pedro Sánchez y a la izquierda española (y ni siquiera toda, porque una parte del PSOE, con Felipe al frente, está coqueteando con la otra acera...), es exactamente lo que han permitido, han justificado e incluso han ayudado a crear en referencia al conflicto catalán. ¡Cómo pueden tener las santas narices de decir que eso no había pasado nunca en España, cuando han utilizado hasta el delirio a los tribunales políticos para perseguir el independentismo! Han hecho de todo: han convertido en causa penal un conflicto político; han intervenido nuestras instituciones; han sacado el espantajo real con aires de amenaza; han encarcelado a nuestros dirigentes civiles y políticos; han encarcelado a la presidenta del Parlamento y han perseguido a los miembros de la mesa, por permitir debates parlamentarios; han inhabilitado al Presidente; han abierto una causa general contra el independentismo, con centenares de personas encausadas; han utilizado a los jueces para espiarnos; han utilizado a los tribunales para estropear el pacto histórico del catalán en la escuela; y permanentemente han enviado leyes catalanas al Constitucional, para frenarlas en seco. Todo eso han permitido, han aplaudido y han alimentado los mismos progres que ahora dicen que esta injerencia permanente del judicial por encima del legislativo y parlamentario no había pasado en España.

Descartada la deliciosa hipótesis que, sencillamente, no consideraran Catalunya como parte de España, la conclusión que queda es descarnada: no entienden nuestro Parlamento como la sede de la soberanía del pueblo catalán, sino como una mera estructura regional, las competencias de la cual son permanentemente tuteladas por el amo español. Y, todavía peor, encuentran natural pervertir las leyes, traspasar los límites democráticos y dar un poder ilimitado a los jueces para poder frenar los anhelos catalanes. Y ahora, cuando el boomerang regresa y les golpea en la cara, resulta que no saben de dónde viene.

Y desde Catalunya lo avisamos a diestro y siniestro: todos los derechos que ahora vulneraban en Catalunya, se vulnerarían más tarde por todas partes, porque cuando se alimenta a la fiera reaccionaria, se engorda y no quiere volver a adelgazar. Dicen que Rubalcaba aseguró, cuando estaba diseñando con Sáenz de Santamaría toda la estructura represiva contra el independentismo, que si había que cargarse la democracia, ya la recuperarían, porque lo que era urgente era frenar la salida de Catalunya (que, hace falta añadir, consideraban altamente posible). Lo que quizás no previó Rubalcaba era que no podrían volver atrás. ¿Al fin y al cabo, ahora que los jueces han podido suplantar el parlamento catalán, cambiar decisiones legislativas, inhabilitar al presidente y perseguir a la mesa, por qué se tendrían que conformar solo en Catalunya? Fueron los salvadores de España, el ariete contra los enemigos catalanes de la patria, el brazo ejecutor que justificó toda la estructura represiva. ¿Si en aquel momento salvaron la patria de los sediciosos catalanes, por qué no hacerlo ahora contra los progres, rojos y otras especies? Es cierto que la derecha española no tiene nada que ver con los tories u otros conservadores europeos, totalmente instalada en la caverna reaccionaria. Pero han sido los socialistas los que han avalado y blanqueado la judicialización de la política, y ahora que Catalunya está en situación catártica, el método se utiliza para la guerra interna española. Ninguna sorpresa, más allá de sorprendernos por, repito, la inconmensurable cara dura que tienen los que ahora se escandalizan.

¿Recordamos el sermón? "Cuando vinieron a por los..."