Yo puedo acabar en la cárcel sólo por lo que escribo y usted no, amigo españolista, querido rival mío, excelencia. Una de las diferencias fundamentales entre los independentistas y los españolistas es que los independentistas pueden ser encarcelados —de hecho algunos ya lo están— y los españolistas jamás son encarcelados. Ni uno. Si fuera verdad que en España no hay presos políticos sino políticos presos, como dicen los propagandistas de Madrid, entonces no sólo, como en cualquier conflicto, cometerían delitos los independentistas, también los del lado contrario. Si fuera cierto que en España sólo se encarcela a las personas por sus delitos y no por sus ideas entonces veríamos que hay personas que se extralimitan en los dos lados, como corresponde a la naturaleza humana. Y, por ejemplo, habría personas violentas independentistas en prisión y también personas violentas españolistas en prisión. Veríamos que, como ocurre siempre, a ambos lados de una confrontación se cometen delitos y que, posteriormente, la justicia, ciega, imparcial, y no se fija en la ideología de los ciudadanos, de los juzgados, sino exclusivamente en las acciones, en los actos, que sopesa en una balanza que lleva en la mano. Que cuando, por ejemplo, una manifestación de ultraderecha reparte leña por las calles de Barcelona y le hace una cara nueva a un ciudadano que pasaba por allí, le castigue de la misma manera que se castiga al vicepresidente Oriol Junqueres y al consejero Joaquim Forn, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, culpables, según el ilustrísimo juez, según su excelencia, por la supuesta explosión de violencia vivida durante los hechos de septiembre y octubre de 2017. Yo no veo esa violencia por ninguna parte en el campo independentista, francamente, y eso que llevo buenas gafas. Pero claro, es que yo no soy juez, pobre de mí, pero diría que el juez, que sí es juez y se atreve a juzgar en el Tribunal Supremo, sólo ve delitos en un lado, cosa materialmente imposible cuando son dos que se pelean. Me recuerda a aquellos árbitros que sólo ven los penaltis del Barça y nunca ven los del Madrid. Esto se suele llamar, educadamente, ser juez y parte. Como en la justicia de Franco, en la que se castigaron los delitos —o supuestos delitos— de los unos y jamás los de los otros, porque en una guerra civil parece ser que sólo mataban las balas de los rojos, las balas de los franquistas hacían cosquillitas.

La interlocutoria, la justificación del juez Pablo Llarena para mantener en prisión preventiva los cuatro presos políticos que aún lo están, tiene muchas más virtudes. También es muy clarificadora de por dónde irán los tiros, y perdón por la imagen, excelencia. La interlocutoria da por buena, por cojonuda, la nueva doctrina que, entre otros, mantiene desde hace tiempo el conciliador periodista, ese gran amigo de las lesbianas, llamado Arcadi Espada. Es una doctrina según la cual se concede un nuevo significado a la palabra violencia, y ya no quiere decir lo que todos sabemos que significa, no señor, no señora, no señoría. Ahora, la violencia es toda acción que contradiga la ley. Y da igual que la misma ley distinga claramente entre acciones con violencia y sin violencia. Da igual, callad y escuchad. Por ejemplo, si fumo un grueso habano en una estación de metro es violencia de la misma manera que si entro en una estación de metro con un kalashnikov y mato a todos los pasajeros. Habrá una diferencia de grado, a lo sumo, de acuerdo, pero será igualmente violencia. Y por este camino, hoy puede ser violencia, o no, fumar un grueso habano en un lugar público pero también mirar mal una persona. O si no es violencia será delito de odio, que para el caso también es concepto polisémico y elástico que siempre puede hacer mella. Seguirá existendo una diferencia de grado, pero seguirá siendo violencia porque lo dice un señor juez. Violencia ya no es aquel monopolio que Max Weber reclamaba exclusivamente para el Estado en nombre de la paz social, ya no es el uso legítimo de la fuerza bruta, ya no es repartir hostias o matar a personas. Ya no. Ahora, para el señor juez, violencia puede ser también todo lo que Michel Foucault llamaba “violencias dulces” o Pierre Bourdieu “violencia simbólica”. Violencia será cualquier cosa que se califique de violencia, como por ejemplo... la no-violencia de Sánchez y Cuixart, la no-violencia de Junqueras y Horno. ¿Y por qué no? Violencia es todo lo que un juez diga que es violencia excepto, eso sí, una decisión judicial injusta.

Se ve que, alarmados por la reiterada no-violencia del independentismo, en Madrid están intentando provocarnos como sea, al precio que sea. El documento del juez viene a decir que, por el mismo precio, podría haber habido violencia física, que haya o no haya violencia física, contará como si la hubiere. Es la misma estrategia de la provocación de siempre. Los catalanes somos unos cobardes, no tenemos lo que hay que tener. El presidente Puigdemont es un jiñado porque evitó un baño de sangre, y Junqueras y Forn se equivocaron al evitar un baño de sangre. Es la estrategia española de siempre, su manera de pensar. Eh, catalanes, eh, estáis cagados de miedo. Y despliegan el capote rojo. Eh, toro, toro, torooooo.