Esta ha sido, de largo, la semana de la arbitrariedad, del desgobierno y de la contraejemplaridad.

Sin entrar en el atestado de los 10.000, que el juez ha comprado, pero el fiscal no -¡cómo tiene que ser la cosa!-, y que tiene el pinta ser un atestado-venganza, hemos empezado un estado de alarma que no cumple los parámetros constitucionales. No hay que ir muy lejos: el de marzo-junio sí que cumplió punto por punto lo que dice la Constitución y la ley sectorial. Ahora, como quizás da pereza ir cada quince día a las Cortes, se ha decretado un estado de alarma para luchar contra el invierno que se acerca, que tiene duración de invierno siberiano: hasta el 9 de mayo, con visitas protocolarias al Parlamento, no cada quince días, como manda la ley, sino cada dos meses.

Eso se explica por la inmensa tarea que recae sobre la espalda del gobierno monclovita. Entre comprar vacunas que todavía no existen y reunirse con comités que dan instrucciones contradictorias y de más corta duración que la mosca del vinagre, apenas queda tiempo para ir a parties, saltándose la propia prohibición de reuniones de más de seis personas no convivientes; aunque de la casta política sí que se podría decir que, de tanta promiscuidad, es convivientr en la misma burbuja irreal e ideal. Supongo que a la vuelta de tan patriótica party, que hizo abrir el restaurante del Casino de Madrid, para que quedara constancia, los ministros asistentes, el jefe del estado mayor, la fiscal general del Estado, los líderes de los grupos parlamentarios y otros Gotha cañí, llevando talonario en mano, sancionarían a todo quisque por saltarse los mandatos gubernamentales: ir a restaurantes, juntarse más de seis personas y burlar el toque de queda.

Con este embrollo es imposible sacar nada en claro. Si añadimos las clases a la escuela de 25 niños -la media europea es de 15-; que las PCR tardan entre una y dos semanas; que falta personal sanitario; que el teletrabajo es recomendado, pero es una entelequia -la necesaria digitalización de las empresas es de risa; que cierran sectores importantes, como el de la cultura, y otros que no lo son tanto ni mucho menos, como los del ocio nocturno (sería bueno ver declaraciones fiscales), la inminencia de un nuevo confinamiento que se dice quirúrgico, es decir breve, promesa tan creíble como el abono de los ERTE, el descontento social es más que evidente.

Por eso no es de extrañar que la serpiente del fascismo -sí, del fascismo- se haya manifestado este pasado viernes por la noche, vandalizando el centro de Barcelona, espoleada por el representante de Vox en estas regiones.

Con la desvergüenza propia de los que no tienen vergüenza de ningún tipo, se anima a los alborotadores justificándolos. Esta semana es un ejemplo bien patente de errores no forzados de los cuales el fascismo se nutre. El próximo paso, con una buena dosis de violencia, será presentarse como los que tienen la solución a todo: soluciones simples -de cuñado de barra de bar con caliqueño en la boca- a problemas complejos.

Soluciones simples, casi mágicas, que una sociedad harta puede comprar fácilmente y que no se dará cuenta del fraude hasta que no sea demasiado tarde y la marcha atrás sea de lo más difícil. No es sólo España y Catalunya, es Europa, encima reamenazada por el islamismo radical sanguinario. En algunos sitios, como la gran isla de irracionalidad que ahora mismo es Madrid, ayuntamiento y comunidad, ya mandan los campeones de la farsa patriótica.

Vamos por el mal camino, hacia la tormenta perfecta. Pero con cóctel de gambas en la mascarilla. La frivolidad es así.