Estoy asombrada; entre aturdida y fascinada. He viajado al futuro. Queridos lectores, por motivos que me abstendré de exponer os escribo desde la biblioteca de Miami Platja. Para quienes no estén al corriente, Miami Platja es una urbanización costera en Mont-roig del Camp, en el Baix Camp, contigua al pueblo de Hospitalet de l'Infant. Se explica que Miami Platja se urbanizó y parceló en los años cincuenta bajo las directrices de un tal Juan Zaragoza y que mucha gente de Zaragoza adquirió unos inmuebles que piden comentario estético. Bueno, el hecho es que Miami Platja es todo un mundo estético. Y político. Y económico. Y turístico, por supuesto. Pero vayamos por partes: la arquitectura de las casas está a caballo entre el hotel el Paso de PortAventura y un universo escultórico único. Escrito así parece una abstracción que todavía dejaría espacio a un cierto atractivo, por tanto, hay que comentar algunos detalles: las múltiples —infinitas— esculturas de enanos, y de perritos, y de elefantes e incluso de búhos en las barandillas de unas casas que, repito, son de una homogeneidad estética que pone los pelos de punta. O unas chimeneas empedradas que parecen fuera de contexto. O los nombres de las calles, una mezcla de topónimos de ciudades españolas, pueblos catalanes cerca de Miami y la avenida de Los Angeles, de repente. O la avenida de la Diversidad, antigua avenida Príncipe de España. Es un cosmos hipnótico con muchos ángulos por abordar. Una no puede transitar el espacio en cuestión sin dejar de preguntarse: ¿qué putas es Miami Platja?
Es un pedazo de país vendido a un modelo económico, y turístico, y político que borra la catalanidad del mapa
Con algunos bloques de pisos junto al mar y una avenida Barcelona que era la nacional de antes, Miami Platja debe tener vida, como mucho, durante tres meses al año. El poco comercio local que hay se enfoca en el turismo de banderitas de países en el escaparate para atraer a extranjeros. O en tiendecitas de souvenirs tronados donde nada está etiquetado en nuestra lengua. Y un Esclat, donde la cajera tuvo la bondad de hablarnos en catalán. El hecho es que, si no fuera porque desde la playa de Mont-roig se ve —efectivamente— el perfil urbano de PortAventura, costaría mucho estar allí e intuir que uno está en Catalunya. Es un pedazo de país vendido a un modelo económico, y turístico, y político que borra la catalanidad del mapa. Es un pedazo de país vendido, lisa y llanamente, que el resto del año es un pedazo de país fantasma. Todo está hecho mirando hacia fuera y haciendo inviable el arraigo. Es imposible mirárselo y no preguntarse quién se benefició de permitir todo este hormigón sobre todo ese paisaje. Y quien se beneficiaría de plantar una guitarra de cristal gigante en los confines cercanos.
Podría parecer que he escogido Miami Platja por el puro placer de hacer escarnio de la fealdad y la decadencia. Pero lo cierto es que Miami Platja es un paradigma, una metáfora, una rémora del pasado reciente que se convierte en una proyección de futuro. Miami Platja es un pedazo de país asolado —uno más— bajo la cantinela pasada y presente de que el turismo, por sí solo, crea riqueza. Que basta con turismo de cualquier tipo para que habitar un lugar sea sinónimo de habitarlo mejor. Y que cuando esto no ocurre, si el fracaso se constata sobre todo en alguna zona inconcreta de la Costa Daurada, el coste moral de la trinchamienta puede tender a cero, porque hemos convenido que la zona en cuestión sea el vertedero del país. Miami Platja es la caricatura profética de un problema estructural que, en realidad, ahora mismo no supone, aunque parezca increíble, una urgencia política para nadie. Es la ejemplificación de un país que se vacía para entregarse esperando un retorno comunitario y palpable que nunca acaba de llegar del todo.
En cuanto emerge algún discurso que pretende atacar este modelo de miseria también emergen las voces más locas a explicar que todos hacemos “turismo”, como si con la culpa de quienes en algún momento del año salimos de casa hubiera suficiente para apaciguar todas las contingencias del modelo turístico y económico actual. Me parece, sin embargo, que la quiebra empieza a ser tan evidente que hace falta algo más que chantaje para disimular. Queridos lectores, os escribo este julio desde Miami Platja para alertar de que la peor versión que os imagináis de Catalunya —descatalanizada, pauperizada, alienada— es posible si el país se da la espalda a sí mismo para seguir abrazando un modelo económico con un retorno común que es un acto de fe. También os escribo a modo de recordatorio: Pau Cusí escribió un libro, La garota entre les dents (Columna), sobre turismo indecente. Y Miquel Bonet había escrito, antes, El dia de l’escórpora (Segona Perifèria), en un escenario que recuerda mucho Miami Platja. Desde aquí, un abrazo a los dos. Al resto, si alguna vez os preguntáis "¿qué putas es Miami Platja?", respondeos que, si todo va por donde parece que va, Miami Platja será predicción, oráculo y presagio.