Resulta bien fácil comprobar cómo, a medida que ha ido avanzando el Mundial de Qatar, las demostraciones a favor de los Derechos Humanos protagonizadas por jugadores y aficionados han acabado eclipsadas por el pan futbolístico que se daba. El hecho tiene una explicación bien sencilla; a saber, que el Olimpo de titanes de la bimba (a la mayoría de los cuales la libertad de expresión de la feminidad islámica y la situación de los obreros cataríes se la suda muchísimo) viven básica y únicamente concentrados en el ánimo de perforar la portería rival en las próximas semifinales. Pero a un nivel de mayor profundidad, el fade out del humanitarismo demuestra que, puestos a hacer performances (porque así hay que denominar las reivindicaciones cínicas de un sector masculinizado, homófobo y eurocéntrico como es el arte del fútbol), estas no tienen ninguna posibilidad de triunfar contra el espectáculo inigualado de un once contra once.

Los organizadores de Qatar han ganado la partida, gestionando perfectamente un contestatarismo que todo Dios ha abandonado cuando los partidos han producido la suficiente épica guerrera. En el juego de la banalidad, la sabiduría práctica y la intensidad emocional que produce ver cómo un grupo de argentinos regalan una butifarra de canallismo a la libretita de Louis van Gaal siempre tendrá más peso que el teatro de los países europeos neocolonialistas que querrían taparse las vergüenzas acusando al Estado de Qatar de maltratar a hembras. El mundo del fútbol puede culturizarse tanto como se quiera (y puede religar igualmente a la política mundial, solo faltaría), pero al final del camino se guía por una ética tan sencilla como meter más goles que el rival. Se puede acusar a los jugadores de toda cuanta falta de ética se quiera; pero también hay que recordar que tratarlos como faros de la moralidad es cosa de auténticos cretinos.

Quien ha puesto mejor eso de la pelota ante su espejo es el queridísimo Mariano Rajoy en sus artículos futbolísticos. La mayoría de cronistas deportivos del mundo han escarnecido al antiguo presidente español por atreverse a publicar una serie de textos mal dictados en los que el gallego se limitaba a repetir tópicos sin ningún tipo de argumentación ni relación con el universo fáctico. Pero aquello que molesta realmente a todos estos plumillas afectaditos es que Rajoy, puro en boca, se haya limitado a repetir sentencias que ellos mismos utilizan habitualmente con una pretensión de estilo cultureta. Rajoy puede usar el cliché, el tópico y la caracterización vaporosa de los equipos mundialistas porque estas frases absurdas tienen una correlación bien cierta con la sabiduría práctica del fútbol. De hecho, Mariano no expone nada de lo que pasa en el campo, que le da bastante igual, sino de la futilidad del mismo discurso futbolero.

En efecto, "Alemania es Alemania" o "si no puedes ganar, asegúrate de no perder" son máximas morales de un mundo que no necesita nunca contrarrestar el carácter de la veracidad, porque lo único que interesa es si la próxima jugada acaba en gol. Eso, básicamente, buscamos en el deporte: que certifique nuestra pereza argumentativa. Es cierto que esto de la bimba ha producido magnas obras de literatura y que algunos de los grandes jugadores del planeta han vomitado una especie de retórica que podríamos considerar sabiduría moral: pero son la aguja en un pajar inmenso de palique inservible que tiene como único objetivo alienarnos de la vida para que vivamos una hora y media (más prórroga) de espumante felicidad. Rajoy tiene razón, el fútbol es así, no hay rival pequeño, y Qatar acabará celebrando la final del Mundial con la cara bien limpia ante la comunidad internacional y todavía más asentado en el club de los países ricos.

El Mundial no ha producido ningún héroe de los Derechos Humanos. Ni puta falta que hacía. En este acontecimiento de fútbol de tercera, hecho a toque de músculo y esprintando en el último minuto como gallinas, de momento los únicos héroes son un grupo de marroquíes a quienes, si acaban ganando el chiringuito de la FIFA, ni Dios preguntará por las mujeres y los obreros de Qatar. Las cosas son así y, como dijo el filósofo, "un vaso es un vaso".