"Nunca interrumpas a un enemigo que está cometiendo un error"
Napoleón

Lo de la Bonanova tiene mucha tela que cortar. Hacía muchísimo tiempo que no veía un despliegue así relacionado con Catalunya, con conexiones en directo, con informativos, con tertulia expandida. ¿Curioso, no? A fin de cuentas, no dejaba de ser un tema muy local que puede no decirle nada a la mayoría de la audiencia. No sé, tal vez tan poco prometedor como hablar en su día en Barcelona de Hogar Social Madrid y la okupación de la antigua sede del NO-DO. ¿Qué pasó con la Bonanova entonces? ¿Qué extraño movimiento telúrico llevó un supuesto problema vecinal muy puntual al foco del interés central? La expectativa de violencia, desde luego, pero también la expectativa electoral. Es muy televisivo ver volar ladrillos y arder contenedores y más en campaña. Afortunadamente, ese plan se frustró, pero lo relevante es que había un plan.

Estoy totalmente en contra de la conversión de unos comicios de proximidad en una especie de primera vuelta para la Moncloa porque perjudica gravemente a los ciudadanos y porque impide que la conversación verse sobre lo que realmente les importa en el ámbito local; no es eso lo que piensan los partidos nacionales. En concreto, los partidos de derecha y ultraderecha han pensado que en una situación de empate técnico y de encuestas muy ajustadas les convendría sacar los comodines de siempre: ETA y el conflicto catalán. Lo de ETA se lo ha puesto a huevo Otegi por un puro cálculo táctico y un extra de chulería que ni siquiera todos los partidos que integran la coalición Bildu comparte, y lo de los catalanes, pues había que forzarlo un poquito. Eso es lo que intentaron y les salió mal.

En el asunto de la tensión en la Bonanova, muy pronto fueron conducidos los flujos de opinión por los derroteros de culpar a las leyes y la Justicia que protegen a los okupas y desprotegen a los propietarios y con ello a las izquierdas que desprecian la legítima propiedad privada.

Escuchar a veces en los medios a los analistas de escudería y de grupo de argumentario es muy interesante para descubrir las corrientes subterráneas del pensamiento madrileño. En el asunto de la tensión en la Bonanova, muy pronto fueron conducidos los flujos de opinión por los derroteros de culpar a las leyes y la Justicia que protegen a los okupas y desprotegen a los propietarios y con ello a las izquierdas que desprecian la legítima propiedad privada. Lástima que los edificios fueran de la Sareb y que los procedimientos civiles estuvieran en marcha, con una de las órdenes de desalojo emitida y aplazada a petición de la autoridad. En el siguiente paso, informaciones y opiniones, se volcaron en ofrecer testimonios de vecinos molestos y asustados, aterrorizados, sin que nadie se planteara por qué el conflicto no estalló en los años precedentes de okupación y justo ha tenido la puntería de desatarse en plena campaña electoral. Por supuesto, la presencia y la responsabilidad de un grupo parapolicial de ultraderecha en el barrio, convocando manifestaciones y hostigando con fines poco claros, no estuvo sobre la mesa de debate hasta que algunos no lo pusimos de relieve. Y, efectivamente, no faltó tampoco quien culpabilizara al independentismo de haber propiciado la existencia e implantación de estos grupos antisistema para utilizarlos en los desórdenes que habían planeado orquestar durante el procès. Ya lo tienen: las okupaciones nos aterran y los indepes también.

Si los objetivos políticos buscados en una plaza de Barcelona hubieran triunfado, estaríamos ahora mismo con una campaña plagada de asesinos de ETA en listas electorales, pero también de inseguridad y desórdenes en Barcelona, con una mezcla apropiada de apoyo de partidos independentistas a las okupaciones y las algaradas. Afortunadamente, los Mossos contuvieron lo que era una bomba de relojería pensada para reventar las elecciones e introducir en la ecuación argumentos ajenos a lo que debe debatirse en unos comicios locales. Al final, los parapoliciales de ultraderecha abochornaron a un régimen democrático gritando: ¡Puta Ada Colau! Pero no solo. Lo que estaban propiciando era que los partidos que los respaldan y los apoyan pudieran gritar en el resto del territorio: ¡Puta Cataluña! Y ver así de meterse unos cuantos votos más en la saca. Por eso los Mossos detectaron a variados grupos de ultras en la poco espontánea manifestación vecinal frente a los okupas anarcos. 

Claro está que el grupúsculo de ultras de negras camisetas consiguieron una publicidad extraordinaria para una empresa al filo de la legalidad. Según se ha publicado, esa mercantil entró en números rojos en 2021 y se ha visto envuelta en varios procedimientos judiciales por coacciones, allanamientos y otros delitos. Con esta acción de marketing provocativo subió un 80% en su volumen de búsquedas en Internet y copó durante unas horas las redes sociales. Monetizando, que rima con macarreando.

No es de recibo que en un Estado de Derecho, en el que el monopolio de la violencia y de la aplicación de la ley está en manos de los poderes públicos, se permita jugar al despiste de la privatización de estas funciones. En ese sentido, tanto las policías como los jueces y las autoridades deben emplearse a fondo en cerrar el espacio de impunidad o de laxitud en el que empresas como esta parecen operar.

Afortunadamente, los Mossos lo hicieron muy bien. Tan bien, que a día de hoy ya no se acuerda nadie en Madrid de la Bonanova y sus dos edificios okupados. Fue una intentona fallida y se pasó página, pero podrían haber tenido éxito en la introducción de la variable violencia y desórdenes en la ecuación electoral. Es tan evidente el juego, que Vox lo va probando en un sitio y otro, con diferente fortuna. A veces les toca la lotería y se plantan en Marinaleda y la población se pone nerviosa y pueden victimizarse diciendo que les han agredido o intentado atropellar, otras como en Barcelona, todo queda en nada y se retiran un rato antes de volverlo a intentar. A veces llegan a sitios como el País Vasco y la población en silencio les hace el vacío y les da la espalda, pero insisten e insisten a sabiendas de que con una sola vez que hagan estallar la violencia habrán ganado más que con cualquier campaña tradicional.

Es una táctica vieja que ya se usó el siglo pasado. Violencia callejera, elecciones y grupos parapoliciales o milicias. No caigamos en la trampa. La única opción es la empleada por la Generalitat en este caso: templar y desactivar. Eso y estar alerta porque en cualquier momento pueden volver a probar suerte al grito de:

"¡Puta Cataluña, nos das tantos votos!"