La pasión que los articulistas de Vichy han cogido con Xavier Trias me hace pensar que España no sabe vivir sin Jordi Pujol. Se recuerda poco que Trias es el colaborador más antiguo de Pujol que queda vivo —si exceptuamos a mi amigo Lluís Prenafeta, que hace años que se retiró de la política—. Macià Alavedra y Ramon Trias Fargas ya hace tiempo que tocan el arpa con los angelitos y dudo que se hubieran avenido a tapar tan groseramente las llagas de la Barcelona franquista. De hecho, cuando quisieron mandar no congregaron orquestas tan entusiastas, quizá porque tenían detrás una historia demasiado catalana o demasiado desmarcada de la dictadura.

Este domingo, Sergi Sol recordaba el "fuego amigo" que cayó contra Pujol en los tiempos gloriosos del 9-N, cuando él y yo hablábamos casi cada día y algunos cambios de camisa parecían imposibles. A mí me gustaría aprovechar para recordar que fui uno de los pocos columnistas y tertulianos que se desmarcó sin ambigüedades de la cacería de brujas que se desencadenó contra el president. Quiero recordarlo para que nadie olvide que los sectores que entregaron el poder simbólico de Pujol a los españoles son los mismos que ahora buscan como unos desesperados la manera de tapar el agujero negro que el president dejó, astutamente, con su confesión.

Pujol es un gran político porque domina el arte del conjunto vacío y el agujero negro que creó con su inmolación se podía aprovechar de muchas maneras. Con la confesión, Pujol dinamitó su mundo y dejó vía libre para que los partidos pudieran superar la autonomía de hecho y de pensamiento. Como es sabido, pasó todo lo contrario. Sin el patriarca, todo el mundo que contaba un poco en el país cogió miedo. El procesismo podría haber utilizado a Pujol para contar cómo se había hecho la Transición y porque el hijo del president tenía más problemas que Miquel Roca para financiar a su partido. Pero todo el mundo prefirió sacarse la corbata y reivindicar un país de feminazis donde se comiera helado de postre cada día.

Después de haber denigrado a Pujol, los españoles descubren que su democracia se deshincha como un globo, mientras los países de habla catalana se acercan ni que sea a través de la miseria

Quizás vale más así porque los primeros en intentar aprovechar el agujero negro que creó la inmolación de Pujol fueron los chicos de Podemos. España saltó al cuello del president catalán como un perro hambriento sobre una salchicha envenenada y durante unos años pareció que la estrategia funcionaría. Podemos sirvió para distorsionar los debates sobre la independencia durante mucho tiempo. Pero poco a poco los chicos de Pablo Iglesias y Ada Colau se han ido convirtiendo en un problema para España, que no acaba de integrarlos en el PSOE ni tampoco de eliminarlos. Ciudadanos, que también creció con aquel gesto envenenado de Pujol y se esparció por todo el Estado hasta llegar a Madrid, allanó el terreno a Vox.

Ahora se ve que, sin la llamada cordura pujolista, la democracia española pierde la fuerza espiritual y va quedando en manos de discursos guerracivilistas. Es lo que Enric Juliana vio en 2014 cuando escribió que Pujol había dejado un cráter radiactivo de larga duración. Junqueras no es un líder suficientemente transversal porque viene de un partido contrario a la Constitución y tiene que hacer demasiada demagogia para poder ampliar el electorado sin perder su base. Después de haber denigrado a Pujol, los españoles descubren que su democracia se deshincha como un globo, mientras los países de habla catalana se acercan ni que sea a través de la miseria.

En la candidatura de Trias, pues, se encuentran el hambre con las ganas de comer. Por un lado, los españoles tienen ganas de compactar un poco Catalunya para que el conflicto nacional no polarice tanto su vida democrática. No es lo mismo que la identidad política de Catalunya gire alrededor del pactismo que alrededor del independentismo, sobre todo si el mejor aliado que tienes en Barcelona es un Junqueras en precario, que insiste en la necesidad de hacer un referéndum como el de Montenegro. Por el otro, hay la desazón de los convergentes. Es sobrecogedor ver como los mismos que abandonaron a Pujol e incluso intentaron quitarle el partido, ahora quieren resucitar su legado a través de Trias.

Sin el pujolismo la democracia española no tiene suficiente substancia porque toda democracia necesita el consentimiento de los perdedores y de los abstencionistas. Pujol socializó este consentimiento después de 40 años de dictadura, a través del moralismo, la comicidad y la autodegradación. Trias es un intento de ayudar a Junqueras a socializar otra vez aquel consentimiento. Junqueras deja hacer, porque sabe que si Pujol sacaba fuerza de la unidad y de la institucionalización, él la saca de la división y el descontento. Sabe que los muertos no resucitan aunque te los comas, y que cada vez que los independentistas contrarios a la mesa de diálogo lo insultan porque habla con Madrid, el autonomismo se debilita y los convergentes lo tienen más difícil para poder volver atrás