Este jueves se estrena en HBO un documental sobre la familia Pujol, La sagrada familia, en minúsculas, dirigido por David Trueba y Jordi Ferrerons. No hay que ser muy listo para intuir que si aparecen Susanna Griso y Jordi Évole todo será explicado a la española. También aparece Josep Pujol Ferrusola, el tercer hijo, quien, por lo que he podido averiguar, Trueba mismo dijo que podría haber llenado los cuatro episodios él a solas, aunque ni él ni nadie de la familia ha podido ver todavía el documental. El país quiere oír hablar a la familia Pujol y la familia Pujol tiene ganas de explicarse, pero no se quiere perjudicar. Durante los años del pujolismo, el presidente hizo crecer la aureola de su personaje nutriéndose del sentimiento de familiaridad que él, su mujer y sus hijos despertaban en la sociedad catalana. Me atrevería a decir, incluso, que un grueso considerable de los catalanes que lo votaban a pies juntillas lo hacían guiados por un fuertísimo sentimiento de identificación, porque ellos podíamos ser nosotros. La confesión del legado estropeó este pacto. Desde entonces nada ha podido restaurar el estropicio y creo que no me equivoco si digo que tampoco lo conseguirá un documental que, hecho por hacer, tendrá como objetivo final entretener a su público.

El ictus de Pujol desnudó las ganas del país de hablar, porque en Catalunya tenemos la mala costumbre —o la cobardía— de comulgar a la gente cuando está muerta

Nunca había visto a tanta gente ponerse el nombre de Jordi Pujol en la boca como el día en que sufrió un ictus. No lo había visto desde el día de Sant Jaume de 2014, claro está, cuando conocimos la existencia del legado del abuelo Florenci. El 12 de septiembre pasado, el país desnudó sus ganas de hablar de Pujol, por fin, porque en Catalunya tenemos la mala costumbre —o la cobardía— de comulgar a la gente cuando está muerta. Y pensamos que se moría. Hablar del president es un terreno que muchos no quieren pisar porque cualquier alabanza de su obra de gobierno es sospechosa de encubrir una justificación torpe al fantasma de corrupción que todavía cierne sobre su familia.

Catalunya no ha encontrado la manera de encajar la figura de Pujol. El tiempo que tardamos en hacerlo es el espacio que gana España para caricaturizarlo y caricaturizarnos

Catalunya no ha encontrado la manera de encajar la figura del president Pujol en la historia del país. El tiempo que hemos tardado y tardaremos en hacerlo es el espacio que gana España para caricaturizarlo. Para caricaturizarnos, porque aprovechan la identificación de Pujol con el país que él mismo utilizó para hacernos de menos. Vosotros erais como él y ahora él no es nada; el procés fue una estrategia para tapar la corrupción; el catalanismo es esencialmente corrupto; el nacionalismo catalán es para tontos que se dejan engañar con la bandera mientras les limpian los bolsillos; la familia Pujol Ferrusola sois todos. Todavía no nos hemos sabido defender. O no hemos sabido explicar por qué no hace falta que nos defendemos.

El país ha silenciado esta parte de su historia para salir adelante pero no puede avanzar nunca del todo porque negándose los 23 años de pujolismo no puede entenderse

Que España no desista en su arte deformativo nos obliga a hablar y eso nos hace bien porque nos empuja a acelerar la construcción del relato que hasta ahora nos hemos negado a trenzar. Catalunya espera la muerte de Pujol para poder utilizar la perspectiva de excusa y hablar de su legado en paz, pero España no tiene que tener esta paciencia porque no se enfrenta a ningún trauma. El mismo Trueba ha explicado en una entrevista a El Confidencial que "la serie va a ser interesante para el español medio porque hay muchas cosas que ignoraba o que no le han contado". Aquí eso no hace falta porque entendemos qué pasó y por eso muchos callan o hacen el juego a la narrativa española. La familia Pujol Ferrusola fue el cebo perfecto, porque durante mucho tiempo Catalunya y España se ataron la una a la otra a través de la corrupción. El procés desbarató esta la alianza y la única manera que la Catalunya más acomplejada encontró para protegerse fue fingiendo que esta alianza nunca había existido y los Pujol Ferrusola, tampoco. El país ha silenciado esta parte de su historia para poder salir adelante, pero no puede avanzar nunca del todo porque negándose los veintitrés años de pujolismo no puede entenderse. Que hoy muchos comparen la relación de Aragonès con España con la que tenía Pujol es una de las muestras más claras. Pujol no es y no fue Catalunya, pero durante mucho tiempo representó una catalanidad que la mayoría de catalanes sintió suya. El vacío ideológico que los deja privarlo a ellos y a los suyos de este significado nos arranca la posibilidad de tener de una visión sólida del país que nos queda o, al menos, tener una relación con las cuentas arregladas.