El fantasma agónico del presidente Pujol reapareció hace días en la Cadena SER para celebrar el último programa matinal de Josep Cuní quien, a su vez, festejaba de nuevo jubilarse de un curro tan bien pagado como intranscendente en términos de audiencia. Cualquier persona que curiosee la entrevista constatará con una cierta nostalgia cómo, a pesar de chochear, el 126 sigue siendo un mandatario genial y mucho más estimulante que la mayoría de los oficinistas grisáceos que pueblan la vida política catalana; también que Cuní, a quien la senectud le ha vuelto lo bastante sentimental como para excusarse de estresar a sus sufridísimos trabajadores con una enfermiza autoexigencia, todavía es uno de los pocos periodistas catalanes homologable en un anchor yanqui de cátedra encorbatada. El dúo preludiaba, en definitiva, un ejercicio de añoranza de los tiempos en que hablar de política y de Catalunya todavía valía la pena.

Josep sobresalió muchos años digiriendo la realidad catalana en discusiones conyugales con Pilar Rahola; pero su divorcio permanente con Pujol, un político acostumbrado a hacerse preguntas y no a responder ajenas, preludiaba más manduca. Es así como la entrevista tuvo en todo momento el sabor del último güisqui que comparten dos hombres importantes antes de perderse de vista. El 126 exhibió de nuevo la herida de vivir en el dolor del ostracismo y la impotencia de no poder escribir del todo su posteridad. También dejó claro que el país vive triste, que políticamente no acabamos de funcionar, pero que su formación cristiana tiene como imperativo mantener la esperanza en la nación superviviente a un enemigo que tiene la pulsión de reconquista en la sangre. Finalmente, marca de la casa, recordó que España es un gran país muy parecido a Rusia, contra la cual te lo tienes que pensar bien antes de tirar los dados.

Todo eso ya es sabido y tiene poco interés. La única gracia de la charla entre estos old buddies fue que Pujol devolviera a los viejos tiempos y se declarara un nacionalista, que no independentista, muy interesado en la supervivencia de España. Digo que el comentario tiene cachondeo porque el mismo presidente, como la mayoría de catalanes, expresó sin ambages su voto afirmativo en las consultas del 9-N y del 1-O, certificando una cosa tan sencilla como todos los catalanes que tenemos en mínima consideración nuestro país somos independentistas. Si no lo expresamos así, como sabe perfectamente el presidente Pujol, es porque el autonomismo nos llena un poco la nevera o porque hemos comprado la idea (limpiamente pujolista, por otra parte) a partir de la cual si ejercemos la autodeterminación España nos meterá los tanques en la cocina. Noción, dicho sea de paso, que el segundo referéndum dinamitó de cuajo.

Los catalanes sabemos perfectamente que España se parece a Rusia; pero también que nuestros políticos no son los resistentes de Ucrania

Los convergentes seguirán resucitando a Pujol no porque consideren, como dicen los cursis, que vale la pena reivindicar su obra de gobierno y devolver Catalunya a la prosperidad económica de los años 90. Si Pujol vuelve a la palestra, disfrazado de penitente doloroso, es justamente para incitar de nuevo el miedo mediante el cual el 126 consiguió frenar las ansias autodeterminativas de los catalanes. Por fortuna, la mayoría de conciudadanos presenciaron cómo la policía española se retiraba de los pueblos y ciudades catalanas cuando la gente defendía las urnas el 1-O, y una gran parte de la gente (gracias a la crisis económica) también ve como el sistema de pago autonómico solo da para que los políticos de la Generalitat se garanticen el sueldo. Los catalanes sabemos perfectamente que España se parece a Rusia; pero también que nuestros políticos no son los resistentes de Ucrania.

Yo entiendo perfectamente que un español tan ejemplar como Pujol se sienta dolido con el Estado porque los fiscales le persiguen los hijos a grito de "ladrón". En este punto, el 126 también vive desconectado del mundo real. A mí, querido presidente, que tus críos traficaran con cuatro duros para comprarse automóviles espantosos y buscarse novias españolas (con un gusto bastante desafortunado, by the way) me importa más bien poco. La corrupción que toleraste para que los críos pudieran permitirse pasearse por Madrid fardando de billetera me es bien pasable. Lo que no te perdono es el miedo que propagaste en la conciudadania y que todavía intentáis vender a precio de saldo para cagar a la gente. Presidente, ahora que habéis dejado de reñirnos, tened la bondad de no engañarnos más, que esta mentira tan antigua ha muerto por el simple paso del tiempo. Eso ya no toca. Y, además, es pecado.