Ha hecho bien el presidente Aragonès en convocar elecciones porque el adelanto era condición sine qua non para poder ganarlas como, mal me está el decirlo, he escrito, no hace mucho. Aragonès no se podía arriesgar a pasar el verano que, con sequía y un elevado riesgo de incendios forestales, volvería a poner en evidencia la competencia de su Govern. Además, tenía que apresurarse para obstaculizar la candidatura de Puigdemont, su mayor rival, dado que la represión del Estado impedirá al expresidente hacer una campaña normalizada o incluso ser candidato, que para eso sirve el lawfare. Los intentos para impedirlo ya han empezado y no aflojarán.

La decisión del adelanto electoral estaba tomada desde principios de año, cuando Oriol Junqueras no tuvo más remedio que ceder el paso a Aragonès y este situó en el Govern, precisamente como viceconseller de Estratègia i Comunicació, al implacable Sergi Sebrià. Eso de los presupuestos por el asunto del Hard Rock ha sido una buena pensada, un magnífico pretexto que les permite a los comunes identificarse con alguna cosa, ahora que se han quedado sin la referencia Colau y debilitados por la ruptura con Podemos. Por su parte, la convocatoria electoral catalana le ha servido en bandeja a Pedro Sánchez para chutar la pelota hacia adelante, prorrogar los presupuestos del Estado sin tener que negociar la financiación singular de Catalunya, que le reclamaban tanto Junts como ERC, y llegar a las elecciones europeas con dos derrotas seguidas del Partido Popular, en Euskadi y Catalunya, y quizás, solo puede ser, apuntándose una victoria socialista contra el independentismo. Todo tiene pinta de que ya estaba tan acordado como que Sánchez tardó minutos en anunciar la prórroga de sus presupuestos.

Estas elecciones son trascendentales para todo el mundo, porque todo el mundo se juega mucho y todo el mundo se dejará la piel. Sánchez necesita imperiosamente que gane Illa; el PP necesita aglutinar el voto españolista; ERC se juega el poder, y Junts afronta su última oportunidad. Y el Estado, el Deep State, se juega su autoridad

Estas elecciones son trascendentales para todo el mundo, porque todo el mundo se juega mucho y todo el mundo se dejará la piel. Sánchez necesita imperiosamente que gane Illa; el PP necesita aglutinar el voto españolista; Esquerra se juega el poder, y Junts afronta su última oportunidad. Y last but not least, el Estado, el Deep State, se juega su autoridad. Esquerra Republicana tiene posibilidades ciertas de ganar los comicios. No tiene obra de gobierno para presumir, más bien este es su principal handicap, pero ha sabido aprovechar el tiempo que ha tenido todo el poder de la Generalitat para ampliar la base de estómagos agradecidos por todo el territorio y este es el auténtico poder que hizo ganar tantos comicios a CiU, al PNV y a los socialistas andaluces. Sin embargo, al PSC se las prometía muy felices, pero el desgaste del PSOE también le afecta y no hay que olvidar que buena parte de la clientela que le dio la victoria por un puñado de votos a Salvador Illa habían optado anteriormente por Ciutadans. Al PSC le van bien las elecciones cuando hay paz en Catalunya, pero no tanto cuando el conflicto se anima, y en este sentido la posible irrupción de Puigdemont en campaña alimenta la beligerancia del Partido Popular.

No se sabe quién ganará las elecciones que acaba de convocar el presidente Aragonès y todavía menos quién gobernará Catalunya los próximos cuatro años. Lo que sí que se sabe es que esta vez, si el lawfare no lo impide, Puigdemont no será un candidato simbólico. Volverá. Volverá porque no tiene más remedio. No podrá zafarse después de haber forzado algo tan disruptivo como la amnistía. Puigdemont tendrá que volver a desafiar al Estado, que lo tiene considerado como el enemigo público número 1, y la democracia española se someterá a una nueva prueba de estrés de imprevisibles consecuencias. Incluso podría pasar que Puigdemont vuelva acompañado de una multitud de partidarios, que seguramente opondrán resistencia a la policía, pero Puigdemont, con toda seguridad, con amnistía o todavía sin ella, acabará siendo detenido y encarcelado. Y lo que haga a continuación, es imprevisible.

Puigdemont vuelve a desafiar al Estado, que lo tiene considerado como el enemigo público número 1, y la democracia española se someterá a una nueva prueba de estrés de imprevisibles consecuencias

Obviamente, no será lo mismo que eso pase antes o después del 12 de mayo, pero en cualquiera de los casos, esta cuestión gravitará durante toda la campaña, determinará el curso de los acontecimientos y, por descontado, el resultado electoral y el futuro inmediato de la política española. No hay que decir que Junts planteará los comicios reivindicando la restitución democrática del presidente que considera legítimo e interpelará el movimiento independentista como si el 12 de mayo fuera un nuevo referéndum, no solo sobre la persona de Puigdemont, sino para ratificar el proceso soberanista. Y esta es la gran incógnita, el grado de movilización de unos y otros. ¿Quién está más cansado? Los catalanes tendrán que pronunciarse y, sabe mal abusar tanto del poeta, pero todo está por hacer y todo es posible.