Carles Puigdemont ha planteado las elecciones del 12-M como un plebiscito de su figura política dentro del independentismo. Por eso ha configurado una lista electoral mediante el método estalinista de toda la vida (a saber; anotar una serie de nombres y de números para después pasarlos a un partido que se limite a decir "amén") y se ha dedicado a arrinconar el espacio de Izquierda con una eficacia lo suficiente digna. Hay que decir que Oriol Junqueras se lo ha puesto bien fácil, porque el fichaje de Tomàs Molina ha funcionado hasta que nuestro exmeteorólogo nacional ha osado abrir la boca –básicamente, para cagarla en cada frase– y las listas de los republicanos no disimulan el exilio masivo de casi todos los consellers del actual Govern en funciones, la mayoría de los cuales, también hay que decirlo, habían tenido la gracia de pasar del todo desapercibidos hasta los resultados del informe PISA y un terrible asesinato en Mas d'Enric.

Estos últimos días, hemos visto al pobrecillo Pere Aragonès haciendo lo que puede para sacar la cabeza en la confrontación electoral, hasta el punto de suplicar un debate a tres, a dos o a-lo-que-sea, contra Puigdemont, si hace falta pagándose un taxi a la Catalunya Nord. Actualmente, la desdichada realidad del independentismo se escenifica en una lucha encarnizada por no acabar en segundo lugar (aunque sea entre los perdedores), aunque el president 130 todavía haga el esfuerzo de situar al votante ante el dilema "o Puigdemont o Sánchez". La cosa tiene cierta gracia, sobre todo si se repasa con atención el discurso del presidente en el exilio de ayer mismo en Elna, un speech triunfante que es todo un homenaje a la retórica pujolista de toda la vida; de hecho, si yo fuera el president Pujol llamaría urgentemente al nuevo palacio presidencial de Vallespir para exigir pasta en derechos de autor. Porque eso sí que es "trolear", que diría Pere.

Vale la pena repasar la intervención, insisto, porque es un auténtico homenaje a los gloriosos años noventa. Lo tiene todo: la necesidad de hacer país y no de hacer partido, la obligación de continuar el trabajo que hicieron los ciudadanos y que la mayoría independentista incumplió (Puigdemont debió olvidar quién suspendió unilateralmente la DUI en el Parlament; that is to say, él mismo), volvió a reclamar que en la cámara catalana se pueda hablar de república o de independencia y –de entre todos los miembros de su lista– destacó la presencia de Isaac Padrós (el primer invidente ocular que hizo la vuelta entera a Menorca en Kayak), la escritora racializada Ennatu Domingo (el equivalente pujolista del Mohammed de toda la vida) y, evidentemente, la empresaria Anna Navarro —antes Anna Schlegel—, que es la reencarnación moderna del cazador de talentos que fue Andreu Mas-Colell.

Actualmente, la desdichada realidad del independentismo se escenifica en una lucha encarnizada por no acabar en segundo lugar (aunque sea entre los perdedores), aunque el president 130 todavía haga el esfuerzo de situar al votante ante el dilema "o Puigdemont o Sánchez"

La lista de pujolismos resulta inacabable. Servidor incluso se emocionó –porque recordar la juventud siempre da el pego– mientras Puigdemont recalcaba que, cuando un presidente de Catalunya va por el mundo, es importante que diga a todo el mundo que no es el representante de una comarca o región del Estado, sino de una nación milenaria (traducido al lenguaje del abuelo: yo cuando hablo con líderes internacionales no les digo que presido la Generalitat, porque no saben qué carajo es; ¡les recuerdo que soy el presidente de Catalunya!). El pujolómetro de Puigdemont debió saltar por los aires al finalizar la arenga, cuando recordaba a la tropa de Elna que eso de la nación no es una entidad abstracta, sino el gobierno responsable de un lugar donde valga la pena vivir, trabajar y criar a los hijos. Carles, si el discurso llega a durar un cuarto de hora más, te habría faltado poco para acabar gritando: “qui s’han pensat que som, nosaltres?”

En plena épica de la tercera vía, Puigdemont incluso recordó que, al fin y al cabo, incluso a los no independentistas (vaya, a los españoles) les interesa mucho más un Govern presidido por él, que les garantiza un poder judicial un poco menos facha. Lo que más me ha impresionado de todo –puestos a trabajar por los damnificados que superan los obstáculos de la vida– es que Puigdemont y Junts hayan obviado de las listas electorales a las diputadas de la formación que denunciaron conductas abusivas de algunos de sus machos. De hecho, me extrañó que el president 130 no hiciera ningún tipo de referencia a la denuncia que su –en teoría– partido ha emitido contra los abogados de la asociación Arrels (especializada en violencias machistas en el ámbito laboral) y algunas de las trabajadoras de la Comisión de Investigación de situaciones de acoso del Parlament. Pero supongo que de eso se ocupa Dalmases.

Resumiendo la cosa, Junts ha decidido prolongar un poco la época de la resurrección de Jesucristo (en eso ha hecho como Puigdemont, que va regresando al territorio en etapas ciclistas, de Waterloo al Vallespir), pero aplicado a su eterno fundador. Yo de ser Pujol respiraría bien tranquilo: finalmente, querido Muy Honorable, ha llegado tu restitución y tu legado está en buenas manos. Puedes respirar tranquilo. Tites, tites.