Uno de los errores más recurrentes de los dirigentes y periodistas españoles es que siempre dan por muerta la causa catalana antes de tiempo. Y el momento actual ratifica esta evidencia de manera rotunda. Todos los líderes políticos y todos los analistas que se arrastran por los micrófonos de la España grande, han afirmado reiteradamente que ya estábamos calmados, tranquilos y controlados, es decir, felizmente domesticados, y que, dominada la fiera —vía represiva, cabe decir—, el mal estaba fumigado. Al fin y al cabo, es lo que pedía al flamante comisario europeo, Borrell para más señas, cuando decía que había que desinfectar Catalunya. Dotados de la soberbia innata de los colonizadores —y con respecto a Catalunya, este es el trato— confunden un momento de herida y desconcierto, con una derrota definitiva, sin entender que la causa catalana viene de lejos, ha superado situaciones de represión terrible, y siempre ha resurgido. No es la primera vez que nos alzamos y nos envían todo su poder para aplastarnos, como tampoco es la primera vez que creen que nuestra retirada es una derrota.

Felipe V dio por acabada la nación catalana, y a fe de Dios, que utilizó toda su capacidad para conseguirlo. Fernando VII nos envió al cruel Carlos de España (que los catalanes llamaban "l'assassí de Catalunya") para acabar con los "liberales catalanes", a los que mataba sin piedad, pero después de sufrir la decadencia catalana (fruto de una sistemática política de limpieza identitaria) llegó la Renaixença. En el siglo XX lo intentaron dos dictadores, Primo de Rivera y el asesino de masas Francisco Franco, que solo llegar a Barcelona aseguró que se había acabado "el problema catalán". Y durante el siglo XXI, especialmente después del 2017, hemos sufrido puñados de esforzados exterminadores de plagas que nos han dado por acabados cada día. Pletóricos por la efectividad del aparato represivo que han desplegado por suelo, mar y aire, que nos ha dejado heridos, desconcertados y fragmentados, se han apresurado a despreciarnos, a considerarnos irrelevantes y a darnos por liquidados. Y de esta fanfarronada clásica han surgido todo tipo de epítetos, insultos y menosprecios dirigidos tanto a la causa catalana, como a sus dirigentes, a los cuales han intentado humillar de la manera más chapucera y pública.

Pletóricos por la efectividad del aparato represivo que han desplegado por suelo, mar y aire, que nos ha dejado heridos, desconcertados y fragmentados, se han apresurado a despreciarnos, a considerarnos irrelevantes y a darnos por liquidados

El caso más brutal ha sido el del presidente Puigdemont, cuya ridiculización ha ido paralela al ensañamiento con que se ha tratado su persona, reducida a una especie de esperpento grotesco abandonado a su desdicha en tierras belgas. Desde 2017 periodistas y políticos españoles no han ahorrado esfuerzos en denigrar y deshumanizar a Puigdemont, siempre con la ayuda de esforzados y serviles catalanitos que hacen el trabajo sucio, dispuestos a doblar la espalda para que el amo les dé la palmadita. El ejemplo más notorio de este género cortesano fue el artículo infame que publicó Antoni Puigvert contra Puigdemont, al cual, con una condescendencia humillante, enviaba a la irrelevancia. ¿Qué debe pensar ahora, el pobre, de la "irrelevancia" del president?

Capellanes cortesanos aparte, la realidad vuelve a ser tozuda y envía un doble y poderoso mensaje a la soberbia española: la causa catalana no está dominada, sino al contrario, empieza a reaccionar; y el hombre más perseguido de España, su enemigo público número uno, aquel a quien desprecian e insultan, no solo no es irrelevante, sino que ahora es el salvavidas de la España "roja" que tanto lo ha menospreciado, amenazado y perseguido. ¿No era Sánchez quien aseguraba que traería Puigdemont a España? Y ahora resulta que es su "salvación". Incluso asegura, toda esta progresía, que el president será el responsable si Vox llega al gobierno, como si fuera Puigdemont el culpable de las miserias que acumula España. En este sentido, las orgásmicas portadas españolas de estos días son un homenaje al karma.

Nuevamente, pues, a pesar de los ingentes esfuerzos por enviarlo a la papelera de la irrelevancia, Puigdemont sigue siendo el principal interlocutor para encarar el conflicto catalán y el líder indiscutible de la resistencia. Al fin y al cabo, ya lo dijo Zapatero, uno de los poquísimos líderes españoles que ve a Catalunya con un poco más de complejidad: "Puigdemont forma parte de la solución". O dicho de otra forma, sin Puigdemont no hay solución. Pero a diferencia de otros líderes independentistas, el presidente no es un interlocutor que se pondrá en modo alfombra a la primera que le rasquen la espalda. Es eso lo que los tiene desconcertados y asustados: que ahora ya no podrán vender humo, ni negociar la morralla, porque ahora no tienen a un acomodaticio en el otro lado de la mesa. Ahora, señor Sánchez, ahora va de veras.