Todo el mundo sabe que un gobierno de la Generalitat que no implemente la independencia o negocie un referéndum con Europa pondrá Catalunya y la democracia al servicio del 155. Francesc Marc-Álvaro, autor del divertido libro Porque hemos ganado, ya venía a reconocer ayer que ERC y PDeCAT quieren rectificar el rumbo que tomaron en el 2010 y que Puigdemont es el único político processista que sigue interesado en respetar los resultados del 1 de Octubre y del 21-D.

Puigdemont no es un héroe ni un estadista, pero sabe que su futuro personal va ligado al futuro político de Catalunya y va dando largas a todo el mundo. En Barcelona las cosas se ven diferentes. Los chicos de PDeCAT y ERC sufren por sus cargos y quieren un gobierno para seguir cobrando el sueldo que sustenta a sus familias. Ciutadans tiene sed de poder y utiliza Catalunya como martillo, exactamente igual que el PP utilizó a los GAL y el PSOE el ruido de sables que llevó el 23-F.

Todo se vale para llegar el poder, pero ahora mismo nadie se puede sentir seguro y la situación puede girar hacia muchos lados. En Europa, Francia se sirve del conflicto catalán para marcar paquete delante de Alemania. En su discurso ante el Parlamento europeo, Macron se puso del lado de la justicia española. Manel Valls, su antecesor, ha osado aconsejar Berlín que entregue Puigdemont, desafiando las decisiones de los tribunales belgas y alemanes y quizás muy pronto británicos.

Gracias al ministro Montoro y al juez Llarena, pronto se verá que el gobierno del PP estaba implicado en el Referéndum del 1 de Octubre. Si el 23-F se hizo con la complicidad del Rey, el referéndum que los unionistas denominan golpe de estado se hizo con la complicidad de la Moncloa. Rajoy ha buscado, hasta el último momento, una solución política al conflicto que matara la idea de la autodeterminación, asociándola a un fracaso. La prueba del poco éxito que ha tenido es el crecimiento de Ciudadanos.

Si Puigdemont aguanta se irá viendo que el futuro personal de los cargos vinculados a ERC y PDeCAT es muy difícil de conciliar con la libertad de Catalunya. A medida que la presión vaya creciendo, es posible que los dos partidos pretendan investir al presidente de forma simbólica en un intento desesperado de evitar las elecciones. Hasta ahora el simbolismo daba margen a Barcelona y a Madrid para ir mareando la perdiz y tratar de asustar a la gente.

Si Puigdemont es investido, la crisis española dará un salto cualitativo. Como se ha podido comprobar estos últimos meses, en política el simbolismo no existe. Cuando el parlamento invista a Puigdemont, la prensa de todo el mundo interpretará que el presidente de Catalunya ha ganado el referéndum de autodeterminación contra los jueces y la policía española. El Estado no se lo tomará como un simbolismo, igual que no se tomó como un simbolismo el 1 de octubre y la declaración de independencia.

Entonces ERC y PDeCAT podrán intentar hacer efectivo el mandato del 1 de octubre o dejar que España convoque elecciones e incluso quizás los ilegalice. Llegados aquí se verá hasta qué punto Catalunya se encuentra en el centro de la discusión europea sobre la democracia. El exministro de Exteriores Margallo ya decía que el partido entre Madrid y Barcelona se jugaba más allá de las fronteras españolas. Gracias a Ciudadanos cada vez recordaremos mejor que los comunistas y los nazis llegaron al poder confundiendo la democracia con la igualdad.

Es enternecedor ver al PP despidiendo cargos independentistas de la administración para forzar las elecciones antes de que Puigdemont coja más fuerza.