Habrá que ponerse de acuerdo sobre el alcance de la libertad de la mujer para tomar decisiones que afectan centralmente a su vida. Es en general consigna de la izquierda que no puede hablarse de libertad cuando no hay igual condición y oportunidades. El grado de igualdad que se pretende necesario en las personas para actuar libremente crece cuanto más nos acercamos al extremo izquierdo del tablero ideológico, pero no en todo, no de manera coherente, y las discrepancias se han puesto de manifiesto en la división del feminismo que se ha echado a la calle este 8 de marzo.

Una parte importante del feminismo abomina de la prostitución y de los llamados “vientres de alquiler” en el suministro de hijos a la carta. Entienden que ambos fenómenos son manifestaciones de la indignidad a la que se ve sometida la mujer por falta de recursos económicos y que, en consecuencia, no se prostituye ni alquila su vientre por una decisión libre. Dicen además que no puede tomarse como categoría lo que son anécdotas de esos ámbitos: una mujer concreta que, a pesar de tener alternativas, se prostituye para acceder a ciertos círculos sociales (prostitución de lujo que puede acabar incluso en matrimonio), u otra capaz de ceder altruistamente su vientre para albergar la gestación para amistades o parientes que no pueden llevarla a término.

La carestía de la vida, la dificultad para acceder a una vivienda, la precariedad laboral o las crecientes exigencias en la formación de los hijos para competir por un trabajo digno alcanzan en muchos casos el carácter de disuasorio para la maternidad

Y es cierto, la anécdota no debe ser categoría en ningún caso. Supongo que se aceptará que tampoco debe serlo en el caso del aborto y la eutanasia, de modo que debemos evitar equiparar todo embarazo no deseado al de la niña de 10 años violada por un abuelo demente en espacio familiar precario y desestructurado, y convenir que toda petición de eutanasia no se resume en el caso de Ramón Sampedro o el de aquel buen esposo, después indultado, que acabó con el sufrimiento de su mujer, enferma de ELA, que se lo pedía. De ese modo será más fácil aplicar también al aborto y la eutanasia, al menos en parte, la condición de decisiones tomadas bajo la presión de la desigualdad de oportunidades.

De esas dos realidades, recientemente legisladas por enésima vez, quizás sobre la del aborto tengamos más datos contrastables: más de la mitad de las mujeres que deciden interrumpir su embarazo durante las primeras 14 semanas de gestación afirman hacerlo porque no se pueden permitir tener un hijo (o un hijo más). La carestía de la vida, la dificultad para acceder a una vivienda, la precariedad laboral, las crecientes exigencias en la formación de los hijos para competir por un trabajo digno e, incluso, la interrupción que puede suponer para la gestante en su promoción profesional alcanzan en muchos casos el carácter de disuasorio para la maternidad. Por supuesto no es el único factor, pero para la izquierda debería ser el menos desdeñable. ¿Cómo es entonces que su compromiso con reales políticas natalicias es tan escaso? ¿Quizás es porque han comprado la idea maltusiana de que ya somos demasiada gente en el planeta? ¿O es que sencillamente ya les está bien que otros vengan de fuera a servirnos bien?

Si aceptamos como premisa que dimitir de la vida es el principal fracaso del ser humano, ¿no tendría sentido una política multifactorial que contemplase a una gestante como, más allá del valor intrínseco de la vida, portadora del futuro económico y social de nuestro mundo? Por esa razón me quiero hacer eco de la “minimanifestación” que en la plaza Sant Jaume de Barcelona protagonizó el Proyecto Maternity, una organización de ayuda y acompañamiento a las mujeres embarazadas sin recursos. Mientras decenas o cientos de miles vociferaban consignas, no todas igual de edificantes, en otro lugar de la ciudad, unas decenas de mujeres recordaban eso tan obvio para la izquierda cuando la reivindica en otros ámbitos: que sufre y se empequeñece la libertad de elegir cuando la pobreza atenaza el cuerpo y la mente.