El sábado pasado fui a una boda. Ojeando el timeline de Facebook comprobé que aproximadamente la tercera parte de mis contactos habían tenido también boda ese mismo fin de semana. Y es que septiembre ya es el mes del año que aglutina el mayor número de enlaces matrimoniales, según un estudio realizado por el portal bodas.net. Septiembre se ha bautizado como el mes de las "bodas millenials".

Hubo un tiempo no demasiado remoto en que las parejas españolas, especialmente las mujeres, contraían matrimonio principalmente por tres motivos: 1) abandonar el hogar familiar 2) mantener relaciones sexuales y 3) tener hijos. Ninguna de estas circunstancias parece darse en la mayor parte de las parejas que deciden contraer matrimonio a día de hoy y, sin embargo, la gente se sigue casando. Aunque en la última década el número de enlaces se redujo en 43.000 al año, la tendencia en los últimos tiempos va a la alza. Nos casamos más viejos, eso sí: con más de 37 años de media los varones, y con 34 las mujeres.

Y si ya no tenemos que demostrar la virginidad y la pureza vistiendo de blanco, si hasta el cura no parece preocupado porque la pareja tenga uno o varios hijos propios, ajenos o importados, y si prácticamente nadie espera a casarse para cohabitar, entonces, ¿por qué nos seguimos casando? Supuestas ventajas fiscales aparte –que se solucionan con una firma ante notario–, las bodas son, ante todo, un evento social. Los Emmy de nuestra vida. La puesta de largo privada con mayor reconocimiento público. LA GRAN FIESTA EN LA QUE TÚ, Y SÓLO TÚ, QUERIDA NOVIA O NOVIO, ERES EL PROTAGONISTA.

Las bodas son, ante todo, un evento social. Los Emmy de nuestra vida

Por eso, por el respeto que les debemos a los que se casan, me cabrea bastante la gente que desentona con llamadas de atención diversas, como una borrachera que acaba con una ambulancia en la puerta y el vestido de la novia lleno de vómito que no es el suyo (ella puede vomitar, que para algo se casa), intentar ligarse a cualquiera de los contrayentes, el uso de la violencia sobre uno o varios invitados o el hurto indiscriminado aprovechando el desconcierto de las situaciones anteriormente planteadas. Las personas que han protagonizado incidentes de este tipo reconocen levantarse al día siguiente con sensación de malestar, arrepentimiento, y el puñal de la vergüenza clavado en el pecho. Un puñal que no arranca ni la mayor de las resacas.

La película Relatos Salvajes incluye un desternillante cortometraje que advierte muy bien de las consecuencias de una mala combinación de invitados. El enlace se tuerce por la inoportuna presencia de la amante del novio y la posterior venganza de la novia que decide, en plena fiesta, follarse al cocinero en la azotea antes de empezar una carnicería física y psicológica contra su marido que termina en una batalla campal. Las disputas entre familias o amigos de bandos rivales son de lo más común, y en Galicia, la intervención de la Guardia Civil en las bodas se produce con más frecuencia que la interceptación de droga en alta mar. Todavía recuerdo una boda muy sonada en los medios de comunicación de Pontevedra, que acabó con la oreja de uno de los invitados metida en un tarro después de ser amputada a cuchillo por otro de ellos.

En Galicia, la intervención de la Guardia Civil en las bodas se produce con más frecuencia que la interceptación de droga en alta mar

Las personas con trastorno de ansiedad y agorafobia sentimos una inmensa preocupación ante la posibilidad remota de convertirnos en los indeseables protagonistas de cualquier tipo de evento. Sin embargo, por la naturaleza misma de las bodas son muchas las circunstancias que juegan en contra: tener que permanecer en un templo en donde la luz natural es escasa y la salida aparece taponada por decenas de invitados que impiden una evacuación inmediata del lugar, la lectura de uno o varios pasajes de un discurso que podría acabar con un humillante desmayo, la preocupación por la búsqueda de hospitales de referencia en algún lugar cercano al enlace, la pérdida de facultades auditivas y visuales, o la contracción de todos y cada uno de los músculos durante el baile haciéndonos parecer gilipollas o adictos al sexo anal. Y la peor, haberse olvidado el trankimazin en casa.

Debo reconocer que la imagen de una ambulancia llegando para venir a recogerme en medio del brindis me perseguía desde hacía varios días, y la sola perspectiva de llamar la atención en la boda me generaba más y más ansiedad. Estudiado el mapa de la red de hospitales públicos y la distancia a más de 20 kilómetros del más cercano (por autopista, mi gran ETA de la agorafobia) aquello planteaba una importante disyuntiva: salir de allí corriendo destino ninguna parte y una pastilla bajo la lengua o beberme media botella de vino a la mayor brevedad posible.

Finalmente aguanté toda la boda y conseguí no ser la protagonista. Cualquier resaca se ve como una pequeña broma al lado de la muerte por ataque de pánico.