Parecía imposible, pero ha ocurrido. Después de meses y meses, de contundente evidencia, con los indicadores de inflación por las nubes, la Comisión Europea finalmente acepta que una parte del problema que tenemos con el precio de la energía se debe al diseño del mercado, es un problema estructural creado por un diseño inapropiado (bueno... han dicho que los tiempos han cambiado, pero que siempre lo han hecho bien... tampoco podemos esperar mucho más...).

Este es un buen ejemplo de diseño de mercado que vale la pena comentar. Se apostó por un mercado marginalista, donde el precio más caro (el gas en este caso) marca el precio de intercambio, es decir, el precio final. Este es un tipo de mercado que intenta simular lo que pasaría en un mercado competitivo, en uno oligopolista, con pocos participantes, como es el mercado de la energía.

¿Cuál era el objetivo? La idea de fondo es que aquellos que tuvieran las energías más baratas –las renovables– tendrían más beneficios y, por tanto, habría un incentivo para que todos invirtieran en estas energías y abandonara las más caras. Parece razonable, ¿no?

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ido mal? En primer lugar, que se trata de un mercado inelástico, la cantidad de energía que consumimos es la misma esté al precio que esté. No hay, pues, ningún incentivo para producir más. En segundo lugar, que hay energías aún más baratas que las renovables, como la hidráulica, con pantanos amortizados hace décadas. En tercer lugar, hacer infraestructuras cuesta mucho, y no solo dinero, hay toda una normativa y un tejido de administraciones donde nadie tiene toda la capacidad completa de decisión, que lo pone todo muy difícil, ¡una prueba es que el año pasado en Catalunya no se instaló ni un solo molino eólico! Por último, todas las empresas eléctricas tienen un mix de todos los tipos de energía, es decir, todas se benefician del diseño marginalista y un mercado oligopolista no es precisamente el mercado más competitivo e innovador del mundo.

No parece que exijamos resultados, sino más bien leyes y objetivos. Ahora bien, lo que interesa son los resultados y estos vienen de una buena ejecución, de una buena implementación y de un buen diseño de los incentivos de los mercados y las organizaciones.

Por el contrario, este diseño marginalista ha asegurado unos beneficios espectaculares, sin hacer nada... ¡que no se han invertido en innovación, claro!

Los gobiernos han intentado solucionar el tema con medidas coyunturales como bajar impuestos, dar bonificaciones, etc. que rápidamente han sido capturadas por el mercado y la evolución de los precios de la energía.

¿Por qué se hace esto? Hay varios motivos. En primer lugar, porque existe una predilección por las soluciones rápidas que produzcan titulares, es decir, medidas coyunturales. En segundo lugar, por el propio origen de los cargos políticos, muchos procedentes del derecho, casi nadie del management o la empresa... es decir, todo hay que arreglarlo a base de leyes y decretos, y claro, esto no funciona. En tercer lugar, porque la implementación se deja a la administración.

Este último es probablemente el principal problema. No parece que exijamos resultados, sino más bien leyes y objetivos. Ahora bien, lo que interesa son los resultados y estos vienen de una buena ejecución, de una buena implementación y de un buen diseño de los incentivos de los mercados y las organizaciones.

Sería genial que el caso del mercado eléctrico fuera un caso aislado, pero no lo es. Si miramos a otros problemas como la vivienda, la educación, la innovación, la movilidad, la delincuencia… por todas partes veremos lo mismo. Leyes que son cantos al sol, que diseñan mercados u organizaciones imposibles de funcionar eficientemente, con pésimas ejecuciones. ¡¡¡Eso sí, con loables objetivos!!!

Pero ni es suficiente ni sirve de nada que los objetivos sean loables si las cosas no funcionan. ¡No se trata de hacer leyes, sino de responsabilizarse del problema y de su solución!