El viejo espacio de CiU no tiene líder para sustituir a Puigdemont y ha montado unas primarias entre los partidos que ocupan su espacio electoral para intentar encontrar un heredero. Si los observas a distancia, todos los partidos que se disputan el universo que creó Jordi Pujol tienen en primera fila algún tipo de representación caricaturesca del antiguo votante de Convergència. 

Turull representa el pujolista aguado que pagaba la cuota de Òmnium y que votaba tranquilidad y buenos alimentos. Orriols representa el catalán cabreado que tanto gustaba ridiculizar a Enric Juliana. El Front no sé muy bien quién tiene delante, pero Sergi Perramon, que es la figura más visible, me recuerda a los jóvenes patriotas de la JNC, antes de ser pervertidos o marginados por las servidumbres de la política autonómica. En cuanto a Clara Ponsatí y Jordi Graupera, cada vez parece más claro que intentan perpetuar las ilusiones que produjo el Procés, cuando Artur Mas se sacó la corbata. 

Yo creo que el heredero natural de las primarias convergentes es Graupera. La única manera que Puigdemont tiene de poder marchar a descansar a Amer es que Graupera herede los despojos de la vieja CiU y haga algo con ellos. Lo pienso, y no lo sé imaginar de otro modo. Graupera no es solo el amigo que me presentó a Jordi Pujol, es el candidato que conoce mejor cómo y por qué se llegó al 1 de octubre. Mientras el votante nacionalista no esté controlado, es decir, entretenido con alguna causa imaginaria que lo ayude a dormir tranquilo, Puigdemont no podrá volver a casa, y el Procés no estará del todo cerrado. 

El problema es que el pequeño leviatán catalán no le puede dar directamente el espacio sin asegurarse que no se desviará, como hizo con Primarias. A diferencia de Junqueras, que viajó de los márgenes al centro del poder, Graupera se ha pasado la vida mirando de escapar de las garras de la autonomía, incluso antes de ser independentista. Se marchó a los Estados Unidos huyendo de la sombra de la Casa Gran de Mas y solo se puso abiertamente al lado de los elementos civiles que forzaron el 1 de octubre  cuando quedó muy claro que CiU era un espacio demasiado decadente en el que aterrizar. 

Graupera no está preparado para hacer otra cosa que lo que está haciendo, desde el punto de vista político. Es cómo cuando La Vanguardia lo fichó, poco antes de sacar la edición en catalán, para que escribiera en castellano y recordara quién mandaba en Catalunya. Entonces ya estaba escrito que los consensos autonómicos saltarían por los aires, y que él tendría que elegir entre acabar como Marc Álvaro o dejar que lo echaran del diario. Su fichaje ayudó a mantener vivas las ficciones que hicieron posible las comedias del 9-N y las elecciones plebiscitarias —ficciones que, a su vez, dieron un empujón a Clara Ponsatí o a Quim Torra dentro de la política.

En Catalunya no hay nada más subversivo que ser nacionalista y conservador. Graupera lo sabe.

Igual que la mayoría de los catalanes entendieron tarde y mal que se tenía que hacer como fuera la independencia, ahora Graupera y sus amigos no tienen suficiente con asumir que se ha perdido la ocasión de conseguirla. Graupera sabe que está haciendo trampa con su partido independentista, orientado hacia la izquierda. Sencillamente, se deja querer, porque no se ve capaz de elegir entre abandonar la política o desafiar directamente las comedias del régimen de Vichy, que lo necesita más que nunca. El vínculo con Ponsatí me recuerda los artículos en castellano de La Vanguardia, que Graupera compensaba con un blog personal en el que colgaba las traducciones al catalán que nadie leía.

No es casualidad que el progresismo, que ya sirvió para tapar la mala conciencia de la colaboración de los catalanes con el franquismo, ahora sirva para lavar las mentiras del proceso. El progresismo de Graupera y sus amigos se adapta como un guante al marco de la rendición propuesto por Junqueras —que no deja de ser un espejo puesto en el país para que se vea tal y como es. Si el partido nuevo de Graupera no fuera una simple herramienta del mundo convergente, mi viejo amigo miraría de hacer dialéctica con ERC en vez de continuar la comedia del "Junqueras traidor". Parece una broma que Ponsatí todavía pueda mantener la farsa que empezó Mas, cuando colgó a ERC la responsabilidad de organizar el 1 octubre 

A pesar de que es bonito ver a tantos catalanes convertidos al independentismo, es la abstención donde nos tendríamos que hacer fuertes, mientras no tengamos una derecha nacional. Son los valores conservadores los que Catalunya necesita reforzar para afrontar los tiempos que vienen. No es casualidad que ni siquiera Cambó supiera crear un partido de derecha sin convertirlo en un club de fumadores de puros y de pistoleros. Supongo que por eso hay tanta nostalgia de Prat de la Riba. En Catalunya no hay nada más subversivo que ser nacionalista y conservador. Graupera lo sabe. Todos los amigos que están con él lo saben. Y todos los amigos de Primarias que han callado y callan para no meterse en problemas, también. 

A diferencia de lo que pasa con los otros candidatos de estas primarias, todas las miradas sobre Graupera, incluso la que él tiene sobre él mismo, están desenfocadas por el pavor que transmite siempre la sombra del poder. El partido nuevo de Graupera tiene que permitir la continuidad natural del sustento que ahora proporciona Puigdemont. De su discurso, pero, solo van a quedar los puestos de trabajo, como ha pasado con Junts. Mientras tanto, se habrá cortado de raíz la posibilidad de que cristalice una oposición conservadora a Junqueras y a su mundo; es decir, que este país genere una dialéctica política interna robusta, de verdad.