De las buenas palabras del PSC para ayudar a aprobar los presupuestos de la Generalitat cuando la salida de Junts del Govern a la inmediata posterior y vigente realidad va la distancia que va de la promesa increíble a la exigencia descarnada y en buena parte lobbista. Entre otras cosas, el PSC pone como conditio sine qua non para la aprobación de los presupuestos, dicen de ERC, que sean de Catalunya, es decir, para todos los catalanes voten a quien voten, sacar adelante el macrocomplejo del Hard Rock en Tarragona, la ampliación del Prat y el Quart Cinturó.

Formulados así, parecen ideas del pasado: más cemento, más contaminación, más trabajo de poca calidad, solo extensivo y temporal mano de obra, para aliviar las cifras del crónico y sistémico paro en Catalunya y en España, la gran losa para un crecimiento económico real y provechoso para la mayoría de la ciudadanía.

Sin embargo, el Quart Cinturó —Terrassa/Sabadell— y la ampliación del Aeropuerto, bien replanteados, dado que responden a necesidades de la economía catalana para hacerla más competitiva, sí que podrían ser reconsiderados, es más: tendrían que ser seriamente considerados. El Quart Cinturó daría una comunicación de nivel a uno de los corazones industriales del país. Y para hacerlo en condiciones realmente rentables y no solo otra obra pública donde verter cemento y recaudar cuartos para algunas carteras, se tiene que pensar como una vía integral de forma intermodal: carretera, ferrocarril, aeropuertos y puertos —no solo los de Barcelona—. El Quart Cinturó tiene que ser, además de la finalización de una vía de comunicación terrestre que el territorio merece, la base a medio plazo de una red intermodal de comunicaciones para personas, mercancías y servicios.

Con la ampliación del aeropuerto del Prat, tanto en lo referente a pistas como a estación de pasaje y mercancías, es una buena solución para satisfacer unas necesidades básicas para mantener Barcelona no solo como destino turístico de primer nivel, sino comercial y especialmente tecnológico. Para primar este objetivo, esta ampliación tiene que respetar, por ejemplo como se ha hecho en Róterdam, trasladándolos, parajes protegidos, y también pensar en un aeropuerto descarbonizado en 2030, en todos sus servicios aeroportuarios, del suelo y de aire. Así, es imprescindible, limitar hasta su total prohibición la aviación contaminante —hoy ya técnicamente posible— con el fin de crear un polo, otra vez, modalmente ostensible y rentable para la economía catalana.

Para enfocar con la debida sostenibilidad ambos proyectos hace falta más que buena voluntad. Hace falta aprovechar los esfuerzos o diseños ya realizados —no todo tiene que patir de cero— y evitar hundir millones de euros en quintales de cemento y peores condiciones medioambientales; peores que las actuales es ya no intentar mejorarlas sustancialmente. Hoy la técnica no es problema y su viabilidad económica, prácticamente tampoco.

Hace falta aprovechar los esfuerzos o diseños ya realizados —no todo tiene que partir de cero— y evitar hundir millones de euros en quintales de cemento y peores condiciones medioambientales; peores que las actuales es ya no intentar mejorarlas sustancialmente

Finalmente, la parte más peluda, que, en mi opinión, es insostenible, es la del macroproyecto del Hard Rock. De entrada es un proyecto que bajo diversas y pintorescas denominaciones y bajo el impulso de extravagantes promotores, hace más de diez años que está en el tintero. Muy practicable no parece. Alguna cosa debe pasar cuando, tanto maná prometido no acaba de brotar porque, todo apunta, el maná en cuestión es poco vitamínico social y económicamente. Que no es nada fácil poner en marcha estos macroproyectos —en los que, de entrada, solo salen ganadores los promotores que al poco tiempo, con los bolsillos llenos de dinero mayoritariamente públicos, los abandonan— lo demuestran los fiascos de la mayor parte de los que se han llevado a cabo en España... y a Catalunya. Solo hay que recordar los antecedentes y piruetas políticas económicas, administrativas, incluso penales, de lo que es hoy Port Aventura. Los años que ha estado en proyecto, en construcción —muchas veces parado—, con cambios de propietarios, de financiación y, al fin y al cabo, el tiempo que ha tardado en dar beneficios, objetivo legítimo de todo negocio, lo manifiestan. Un macroproyecto, el idealmente más adecuado incluso, no está chupado. Calcúlese los tramposos.

El Hard Rock se presenta como un macroproyecto, con hoteles, casinos —en plural—, parque de atracciones, urbanizaciones, zonas de ocio, con beach club y golf incluido. Es decir, un paraíso para|por albañiles y camareros, dicho lisa y llanamente. ¿Es este el proyecto estimulante de crecimiento económico cualitativo que se quiere por Tarragona y, de rebote, por Catalunya? Las cifras de 20.000 puestos de trabajo directos y otros tantos indirectos, como se ha dicho|llamado, parecen atrevidas. Nadie habla ni de la durabilidad ni de la calidad de estos trabajos. Todo eso sin entrar en las condiciones laborales —ya sabemos cuáles son las que quieren a algunos inversos norteamericanos— ni las fiscales, muy empezado por las del juego y sin entrar en cuáles serían los auténticos amos|dueños de todo el pastel.

Infinitamente más productivo sería revertir el complejo petroquímico de Tarragona en una instalación pionera en materia de energías verdes y en industrias cien por cien limpias. Así no habría que retrasar una vez y otra la inevitable transformación de uno de los polos punteros de la economía del país. En lugar de retrasos, de lágrimas de cocodrilo y de parar la mano a las subvenciones por los fracasos, se tiene que dar el salto cualitativo hacia el futuro y enfrentarlo como sabemos que se debe hacer. El futuro está delante, no detrás.

No son temas fáciles ni tienen soluciones simples ni cortoplacistas. Por eso, supeditar unos presupuestos a la admisión incondicional de estos tres proyectos sin venir precedidos de un debate previo, amplio y en profundidad, con todos los sectores económicos y sociales implicados, parece una frivolidad demasiado conocida por estas regiones. Cada uno puede tener la opinión que crea honestamente más adecuada sobre estos tres puntos, ahora por lo que se ve, cardinales de la política catalana. Pero no se pueden imponer sin un debate público como el mencionado proyectos de este tipo. Y lo que es más importante todavía: cada actor del debate tiene que manifestar sin ambages quién es y qué intereses representa. No vale el del bien común, porque este, por definición, es común en todos. Hay que conocer los argumentos y quién los suministra. Y después presupuestar.

Si no se hace así, explicar por qué no se aprueban los presupuestos. En año multielectoral los aprendices de brujo se pueden quemar con el fuego de sus peligrosos experimentos si dan la espalda a aquellos a los que dicen representar y en favor de los que dicen actuar.

En todo caso, que el 2023 sea más propicio tanto en lo personal —si hace falta— como en lo colectivo —que a buen seguro es manifiestamente mejorable. De entrada, para abrir boca, ¡buen Fin de Año!