Sé que es de recibo dar 100 días de gracia —antes de nada, enhorabuena por la presidencia de la Generalitat de Catalunya—, a cualquier gobierno, pero no hay tiempo. Las cosas ya hace mucho que se han acelerado, en el mundo en general y en todos los ámbitos: pero, además, en el caso de Catalunya, con gente en el exilio y en prisión o esperando juicio, en esta represión que no se detiene ni se detendrá por mejor que nos portemos, cada día que pasa es tarde. Y todo eso sin mencionar la crisis en la que nos ha sumergido la gestión de la Covid-19.

La pregunta es importante y la hago, no solo porque me importa la respuesta, sino porque pienso que el suyo es un republicanismo de verdad, y por lo tanto la respuesta también lo será. Es importante diferenciarlo del republicanismo de los partidos españoles, que se declaran republicanos mientras hacen genuflexión de cortesanos y cortesanas; y que más allá de la importancia simbólica de los gestos, trabajan —mientras la ciudadanía se lo mira desde la barrera— para que la corona esté protegida de la democracia.

Yo que me dedico, desde el campo de la sociología, a la desigualdad me estremece estar en el siglo XXI y que tengamos tan poca conciencia de cómo es el mundo en el que vivimos cuando tenemos más información —a pesar del embate constante a la transparencia—, que en otros momentos de la historia, pero en cambio —cuando menos me lo parece— tenemos mucha menos claridad mental. Me importa tanto la República no solo porque mis abuelos lucharon por ella y se la robaron a punta de pistola; me importa porque es el único marco político en el que se puede construir con fundamentos sólidos la igualdad real entre las personas. Ciertamente solo es el marco, y hay que llenarlo de los contenidos adecuados. Eso también requiere trabajo.

No son dos caminos diferentes —y todavía menos, opuestos—, el del derecho a decidir y la misma independencia, del de la posibilidad de conseguir cuotas mayores —ojalá absolutas— de igualdad y bienestar para el conjunto de la ciudadanía de Catalunya

Me ha gustado oírlo hablar mucho de feminismo estos días —los días de espera quiero decir—, y de otros aspectos climáticos y sociales que tienen que hacer de la nuestra una mejor sociedad para todo el mundo, pero no me dejo distraer —y presupongo que ni usted ni su Govern tampoco— por la trampa que se instauró en la agenda política —prácticamente en el mismo momento que empieza la reivindicación soberanista—, de la división entre objetivos sociales y objetivos independentistas.

Se tiene que ser muy obtuso para no entender inmediatamente —pero todavía más después de tantas y tantas iniciativas legislativas de la Generalitat con espíritu de transformación social secuestradas en los tribunales—, que no son dos caminos diferentes —y todavía menos, opuestos—, el del derecho a decidir y la misma independencia, del de la posibilidad de conseguir cuotas mayores ojalá absolutas de igualdad y bienestar para el conjunto de la ciudadanía de Catalunya. De hecho, lo es para cualquier ciudadanía del mundo. Pero tampoco es solo eso, en nuestro caso; no hay transformación social sin controlar la caja. Si tenéis dudas mirad las cifras del País Vasco, o sencillamente mirad cifras y más cifras; eso sí, leedlas bien. Y para quien se ponga nervioso, pensando que hablar de dinero suena a neoliberal, que piense en la importancia —de hecho, toda— que Marx daba a la infraestructura; es decir, a la economía. Lo dice una socióloga no solo porque tenemos que comer; sino porque cualquier política social no quiere solo de falta de tutelajes espurios, quiere de presupuesto.