La ausencia es un languidecimiento del alma, un sarcasmo de la compañía, una esperanza que se desangra en una idea sin cuerpo. Cuando tiene fuerza, questiona los cimientos de tu lugar en el mundo y te distrae de las cosas que tendrías que hacer para vivir desde el corazón, con sentido de trascendencia.

La ausencia es un fantasma. Yo que soy aficionado a reírme de las cosas que me duelen con imágenes infantiles, me la imagino cubierta con una sábana de color blanca y con dos agujeros a la altura de los ojos que me miran desde un lugar misterioso. A veces incluso le pongo unas cadenas para hacerla más humana, más simpática y llevable.

Como he tenido que dejar atrás muchas cosas cuando he tenido que escoger entre mi papel en el mundo y algunas distracciones que no llevaban a ningún sitio, estoy acostumbrado a vivir entre ausencias y a detectar las que hacen que otros se tambaleen. Eso no quiere decir que no me afecten y que a veces no vaya tan despistado que no me tire el café por encima o que no coja un autobús que no quería.

La ausencia es un fantasma de la pereza y del espanto que produce tener que luchar por intentar responder las preguntas que finalmente te dan la sustancia y la fuerza interior. Como algunos días nos hace pesada la existencia, una solución provisional puede ser tratar de evaporarse en la frivolidad o bien en el intelectualismo. También es típico refugiarse en la ironía o en cualquier otra forma de entusiasmo cursi o pretencioso.

Aunque no se trata de alimentar a los fantasmas, tampoco es buena idea resistirse o intentar evitarlos. A los fantasmas hay que decirles buen día por la mañana y buenas noches antes de ir a dormir. Incluso está bien permitir que nos acompañen por la calle o cuando salimos con los amigos. Hay que dejar que los fantasmas hagan su trabajo, que es hablarnos de todo aquello que no nos decimos o no vemos, pero que nos conviene saber.

Dejar que la ausencia haga su proceso hasta disolverse en una fuerza superior nos enseña a distinguir el matiz que hay entre aceptar una situación y resignarse y, por lo tanto, a ver el lado oscuro del mundo sin dejar de explorar formas de endulzarlo y transformarlo. Me parece que Platón decía que el amor es áspero y que a menudo duerme en las calles. Eso no quita que sea buena idea protegerse, sobre todo si tienes la fuerza para aprender a tratarlo cada día con más gracia y menos esfuerzo.

Hoy dormiré bajo la lluvia como un vagabundo, pero mañana habré descubierto la forma de volver a sacarte otra vez del invernadero, donde no acaba de tocar nunca el sol ni podrás descubrir la felicidad que nos hace grandes y fuertes porque no depende de nada que nos pueda ser dado o quitado.