De Aliança Catalana solo sabemos que dicen que son independentistas y que rechazan a la inmigración musulmana. De la inmigración latinoamericana no dicen casi nada, quizá porque, aparte de castellanohablantes, son mayoritariamente católicos (o evangelistas). Bueno, también sabemos ahora que el partido de Sílvia Orriols es declaradamente pro Netanyahu, pero más que nada por su islamofobia.
Aliança Catalana amenaza con dinamitar el mapa político catalán, alimenta la tesis españolista que presenta el catalanismo como un movimiento reaccionario y supremacista, pero no se presentará a las elecciones españolas, donde podría conseguir escaños decisivos, para no molestar al establishment español.
Así que con solo dos ingredientes Aliança Catalana amenaza con dinamitar y hacer saltar por los aires el mapa político catalán, según la encuesta de La Vanguardia, que le da ahora 19 diputados, con perspectiva de convertirse en el partido ganador, como mínimo, en las circunscripciones de Girona y Lleida. Es significativo que no piensen presentarse a las elecciones generales españolas, cuando, tal y como va todo, con pocos diputados podrían decidir mayorías. Quizás es que quieren restringir su trabajo a Catalunya sin molestar al establishment español, pero contribuirán a alimentar la tesis españolista que pretende identificar el catalanismo como un movimiento reaccionario, insolidario y supremacista, cuando históricamente ha sido todo lo contrario.
De aquí al 2029, que es cuando están previstas las próximas elecciones al Parlamento, falta mucho y habrá pasado de todo, por lo tanto, no hay que hacer grandes pronósticos ni profecías. Ahora solo podemos hablar de lo que está pasando ahora y resulta que de los partidos con representación parlamentaria solo suben de verdad Aliança Catalana y Vox, y todos los demás bajan o se quedan tan mal como están.
En política, como en cualquier competición, unos ganan porque otros pierden. Las encuestas, no solo la de La Vanguardia, señalan que el nivel de insatisfacción de la ciudadanía es muy elevado, con la situación económica, con la situación política, con la actuación de los gobiernos a pesar de tanta propaganda como hacen, y lo que es más grave, la mayoría no constata perspectivas de mejora. Con este panorama resulta bastante comprensible que tantos ciudadanos que expresan poca o nula confianza con los gobernantes actuales y los partidos convencionales opten por los que representan un cambio. Pero ya no se conforman con un cambio de gobierno, sino que quieren un cambio de paradigma. Eso es lo que está pasando en Europa, antes en Estados Unidos y ahora también en Catalunya, que no es ningún oasis, como se suele decir.
Con el paso del tiempo, aquellas fuerzas políticas que consolidaron el estado del bienestar aflojaron las ansias reformistas y se han convertido en una especie de establishment más atento en gestionar los intereses de unos poderes más determinantes que las voluntades democráticamente expresadas. Este es el origen de la insatisfacción generalizada que reclama un cambio de paradigma. Unos ganan porque otros pierden.
Es una evidencia que los partidos convencionales de derecha o de izquierda que se han alternado en la gobernanza en las democracias occidentales extendieron el siglo pasado derechos y libertades y consolidaron unas clases medias que estabilizaban el sistema. Sin embargo, con el paso del tiempo, aquellas fuerzas políticas que consolidaron el estado del bienestar aflojaron las ansias reformistas y se han convertido en una especie de establishment más atento en gestionar los intereses de unos poderes más determinantes que las voluntades democráticamente expresadas. Este es el origen de la insatisfacción generalizada, que se ha concretado con un aumento de las desigualdades y un retorno a la proletarización de clases que se creían acomodadas. La pobreza siempre genera conflictos, pero el empobrecimiento de los que no eran tan pobres hace estallar la rabia antisistema.
El mundo está en crisis, hay dos guerras que, además de miles de víctimas, generan gastos descomunales; hay una guerra comercial con los aranceles; los gobiernos de Francia, Alemania, Reino Unido y España hacen aguas..., pero a los mercados financieros parece que ya no les afecta la incertidumbre política, porque, en un escenario suficientemente insólito, lo celebran con cotizaciones al alza. En España, donde la opinión pública lo ve todo mal, el Ibex-35 supera los 15.000 puntos, cerca de su récord histórico. Y esto coincide con un salario medio, no mínimo, medio, que no llega a los 2.000 euros mensuales. Los jubilados que han cotizado al máximo cobran de pensión más dinero que sus hijos que trabajan. (Por cierto, un dato también significativo es que el salario medio en Madrid, donde cotizan tantos funcionarios y empleados de las grandes corporaciones, ha batido el récord histórico y se sitúa en 2.367 euros, obviamente el más alto de España)
En estos momentos, el gobierno francés anuncia simultáneamente recortes sociales por valor de 44.000 millones de euros y el incremento del gasto militar hasta los 64.000 millones. Dicho de otra forma, desde el punto de vista del interés general parece como si la democracia no acabara de funcionar. No se puede negar que algunos intentan que funcione, pero resulta que la democracia es lenta, las reformas progresistas cuesta decidirlas y más aún llevarlas a la práctica, y eso es lo que aprovechan los populismos para prometer resolver los problemas en un santiamén.
A ello hay que añadir el sistema de opulencia comunicacional, que propicia el bombardeo de mensajes cortos y contundentes y que ha convertido el debate político y social en un consumo permanente de demagogias. Es muy fácil y efectivo gritar “basta de inmigrantes en nuestra tierra”, sabiendo que mucha gente vive con incomodidad la llegada de forasteros con culturas, costumbres y creencias diferentes. Más fácil que tener que explicar —y de gestionar— una política migratoria racional, dado que la inmigración y sus consecuencias son una realidad que no se puede rehuir ni ignorar. Existen dos discursos fáciles. El populismo conservador de Vox y AC dice “basta de inmigrantes” y la izquierda tipo Podemos dicen “papeles para todo el mundo, que vengan tantos como quieran, porque todos somos personas y debemos tener los mismos derechos”. Ninguna de estas propuestas soluciona ningún problema, más bien lo complican todo, pero sirven para identificarse con un nicho electoral. ¿Cuáles son las propuestas de en medio que buscan soluciones? No lo sabemos porque no se pueden resumir con un eslogan ni con un tuit.
La paradoja es que quienes están insatisfechos porque la democracia no les acaba de funcionar optan por alternativas autoritarias, de hecho, antidemocráticas, cuando la historia demuestra empíricamente que esto siempre ha ido a peor. El aumento de los populismos no significa que de repente todos sean fascistas, sino que necesitan una promesa de cambio creíble que los demócratas no son capaces de articular como respuesta con hechos tangibles y mensajes claros. Unos ganan porque otros pierden.