Han querido matar a Salman Rushdie y un poco es como si nos hubieran querido matar a todos, a los pacíficos que intentamos vivir y dejar vivir, a los que nos sentimos frágiles, vulnerables y sin la escolta que protege a los políticos en la manifestación de la Diada. Han querido acallar para siempre al gran escritor y hemos sentido que nos habían ahogado la boca con la manaza de un monstruo diabólico. Nos hemos abrazado a nuestra pareja mientras mirábamos la televisión, eso los que todavía tenemos pareja. Los que todavía tenemos a alguien para amar hemos pensado en ese alguien, muy fuertemente. Ha sido como cuando oyes, en las noticias, que se ha producido una violación. Si te estás duchando, sales hecho una borrasca con jabón y llamas a tu hija, tu sobrina, tu hermana. Aunque tu hermana sea mossa de esquadra, aunque pese ciento treinta kilos, enseñe protección personal y pueda romperle la cara a quien sea. Nunca se sabe. Vas chorreando emoción y quieres saber si está bien. Pero no, no estamos bien. Porque sabemos que vienen tiempos difíciles, sin tener ni cinco en el bolsillo y nos sentimos vulnerables. Y solo nos faltaba ahora ver por la tele cómo están arruinando la vida de las mujeres de Afganistán y de otros sitios donde las obligan a ir tapadas. Y cómo le han clavado diez cuchilladas a Rushdie.

Vuelvo a abrir Los versículos satánicos, que aunque penséis que la literatura no sirve para nada estáis más que equivocados y más perdidos que nunca, chatos. Vuelvo al fascinante núcleo del libro que, naturalmente, es todo lo que tiene que ver con el diablo, con el mal y más concretamente con la sed de mal. No existe literatura ni cine sin la participación estelar de los malos, no hay vida sin lágrimas ni rosa sin espinas. Ni periodismo sin desgracias. Una historia sin villanos ya no es una historia porque no parece creíble. Según el gran historiador del Corán Abu Ya’far Muhammad ibn Jarir al-Tabari, cuando Mahoma iba a pronunciar el versículo 53, 19, entonces “Satanás puso en la lengua del Profeta lo que tenía dentro del pensamiento y que deseaba para su pueblo”. Pronunció temerariamente dos versículos que tenían la intención de quedar bien, de sentirse conciliador con los paganos de la Meca. Dos versículos que reconocen la existencia de las tres diosas de la Meca y que podían ser una especie de intercesoras entre Alá y los humanos. El arcángel Gabriel, siempre al acecho, le dijo que aquello no podía ser y le censuró los dos versículos con una tinta roja arcangélica que tenía. Porque aquellos eran versículos satánicos. Si eres monoteísta y algo coherente, solo puede haber un dios. Y esos personajes femeninos que tanta devoción despertaban entre los mequíes de toda la vida sobraban. En el Corán las pocas mujeres que salen siempre son secundarias, complementarias, marginales como en una novela gay.

Porque es el más sabio y es la sabiduría misma, Alá corrigió los signos, los versículos, que el Profeta exhalaba. Alá endereza siempre lo que ha quedado torcido como un juez supremo del tribunal más supremo. Esta es la gran derrapada en la vida de Mahoma, por lo que muchos doctores en ciencia islámica —perdón por el oxímoron pero así lo llaman— esconden el episodio. Otros acusan a los occidentales de haberse inventado toda la historia, como si las historias inventadas no pudieran ser tan importantes para los hombres como las verdaderas. Otros expertos, por su parte, justifican que no fue realmente Mohamed quien dijo los versículos satánicos. Fue Satanás en persona el responsable. Y es que los libros sagrados tienen su propia lógica, la lógica de la fe ciega, la lógica de quienes están convencidos de algo y no cambiarán nunca de opinión y se sacarán siempre una justificación. Por eso la fe y el fanatismo no resisten nunca el análisis racional ni aceptan el debate en términos de lógica.

Salman Rushdie dibuja a los creyentes como personas incapacitadas para pensar correctamente y que, ya es curioso, acusan a los demás de no saber pensar. Incluso las desgracias, los errores, como en este caso de los versículos satánicos de las tres diosas de la Meca, no les hacen abrir los ojos. En un episodio del libro de Rushdie se nos habla de una mujer visionaria que anima a todo un pueblo de la India para que vaya en peregrinación hasta La Meca. A pie. Y, naturalmente, en línea recta, porque Dios es todopoderoso y muy cinematográfico cuando quiere, al menos desde el punto de vista meteorológico. Un ángel ha explicado a la mujer que deben confiar en Dios, porque fe significa confianza. Las personas del pueblo que critican esta locura se ven obligadas a callar, se las trata de infieles, de descreídos, de locos. Se les acusa de no pensar correctamente, de no saber pensar. La masa humana enardecida, embriagada con su propia razón, la que se da la razón a sí misma, nunca acepta críticas. A los integristas se los identifica porque acallan a los demás, porque tienen muy claro lo que se puede decir y lo que no se puede decir. Llevan la censura dentro del corazón y piensan que la lengua debe tener límites.

En este estado de exaltación colectiva, los creyentes se lanzan al mar y mueren. No se salva ni Dios. Quienes han quedado en el pueblo y han visto la tragedia hacen unos ojos como platos y se dedican entonces a buscar una explicación a lo que han visto. Hasta que la encuentran. Es una explicación infantil porque las religiones siempre suelen utilizar la lógica de los niños, porque es una lógica que tranquiliza el miedo, el de ellos y el tuyo. Lo que realmente ha pasado, dicen los sabios de la religión, es que Dios todopoderoso los ha transportado milagrosamente a La Meca. Están todos salvos en ese lugar, y en una vida, mucho mejores, no hay que preocuparse. La nuestra es, como la de Mahoma, es una época de miedo, de inseguridad. Y muchas personas necesitan sentirse cobijadas, salvas. Por eso las desgracias, en lugar de hacer entender la realidad a determinada gente, los hacen caer aún más en la irracionalidad del integrismo religioso, de la ultraderecha política. Que, en cierto sentido, son una misma cosa, como explica Zineb El Rhazoui, la gran dama del antifascismo religioso, escapada por azar, y no por milagro, del atentado de Charlie Hebdo. Los dogmas para que sigan siendo dogmas no deben pensarse mucho, nos advierte. Se deben seguir y deben imponerse. Por la fuerza si es necesario.

Por eso quieren matar a Salman Rushdie, el de Los versículos satánicos. Por hacer preguntas, discrepar, criticar. A personas que no aceptan que nadie haga preguntas, que nadie discrepe ni critique. Salvo ellos, ellos sí pueden criticar y hablar. Rushdie les está diciendo, ¿cómo podéis decir que el Corán es un libro que está escrito, a través del Profeta, por Dios mismo? ¿Cómo puede ser que Dios no esté entonces limitado por el lenguaje humano, por los pensamientos, por la personalidad de Mahoma? Como escritor, Rushdie no tiene dudas. El Corán es la obra de un hombre y no de ningún Dios, basta con leer el libro para ver que es una obra completamente humana. Y por eso es susceptible de contener errores humanos, algo que los integristas religiosos no aceptan. Mahoma, gracias a la voluntad de Alá, fue un ser infalible durante la elaboración del Corán, dicen. Rushdie ante este argumento tan infantil no puede hacer otra cosa que echarse a reír. Los versículos satánicos es una colosal carcajada contra el totalitarismo y contra la censura. Contra quienes pretenden saber lo que se puede decir y lo que no, ya sea por motivos religiosos o morales.

Al fin y al cabo, la ultraderecha europea blanca y, más o menos racista, piensa exactamente igual que los islamistas más radicales. Son lo mismo como explica Zineb El Rhazoui. Es el viejo pensamiento de siempre, el de toda la vida. Ante la gente que se salga de la raya, palo. Palo y más palo. Censura. Represión. Son quienes dicen que la libertad de expresión debe ser limitada en algunos casos. Por ejemplo, cuando se hace proselitismo de una idea equivocada. Es exactamente lo que piensan los asesinos intelectuales de Rushdie. El escritor, a través de su libro, ¿no está haciendo proselitismo contra la religión islámica? Por eso, precisamente, debe ser ejecutado. Porque difunde ideas peligrosas. Los mismos individuos que piensan que, en nombre de la religión islámica, deben matarse a homosexuales, lesbianas y apóstatas son lo que encontramos aquí, en Europa, pidiendo la pena de muerte contra los violadores y otros criminales. Son buenas personas que encuentran perfectamente lógico pedir la pena de muerte a quienes se saltan la ley, pero no entienden que, para muchos musulmanes, Rushdie también se ha saltado la ley.

Son personas que no entienden que en este planeta debemos convivir con mil millones de musulmanes. También existe la posibilidad de matarnos todos contra todos, pero estaría bien que intentemos, primero, ser lógicos y consecuentes. Si nadie le puede decir a Rushdie que se calle, aunque sus libros violen la ley islámica, tampoco podemos decir a los islamistas que no pueden decir, en una democracia, las barbaridades que están diciendo. Lo más probable es que un islamista no piense como nosotros ni le guste Dragon Ball y tiene derecho, en un estado de derecho, a expresar que él aplicaría la pena de muerte a quienes se saltan la ley religiosa. Como la tiene la ultraderecha europea. Lo que no es admisible, desde el sentido común, es que la ultraderecha europea diga barbaridades, pero la ultraderecha islámica no pueda decirlas. Nosotros creemos en la igualdad.

Ser paternalista y supremacista con otra cultura y otra tradición es siempre muy mal negocio. Si pensamos que Valtònyc y Hasél tienen derecho a decir barbaridades, los islamistas tienen derecho a decir las suyas. Aunque yo soy amigo de Valtònyc. Las burradas, las imbecilidades, las barbaridades nunca las eliminaremos aplicando la censura. En cualquier caso, haremos que sean solo ideas encubiertas. Nunca, en la historia, la censura ha servido para la democracia ni nunca nos ha protegido de ningún mal. Las ideas de odio, de racismo, de LGTBIfobia, de cristianofobia, de catalanofobia, de islamofobia, la intolerancia, al fin y al cabo, no se combate prohibiendo que se puedan expresar. Las malas ideas no se combaten prohibiéndolas, sino derrotándolas con ideas mucho mejores. Si nuestras ideas son mejores se debe seguir demostrando todos los días. Recordemos, por último, que la gran diferencia, la diferencia esencial, entre todos los países islámicos y nosotros, la sociedad occidental, es la libertad. Y dentro de la libertad, existe la libertad de pensar y de opinar. La libertad de expresión. Sin la libertad seríamos exactamente como un lugar perdido del desierto, miserable e inhóspito en el que ahora están celebrando una fiesta porque han intentado matar a Salman Rushdie.