La semana pasada, cuando la tribu descubrió que el periodista Francesc-Marc Álvaro daría el salto a la política con Esquerra, no pude evitar sufrir un escalofrío de compasión. En efecto, un hombre que se ha pasado toda la vida haciendo masajes a los convergentes —para acabar siendo muleta de Gabriel Rufián y Teresa Jordà en Madrid— solo puede generar conmiseración. Hace unos cuantos años, desde que había perdido contacto con el poder (los nuevos líderes de Junts apenas le pasaban unas onzas de metadona informativa), Álvaro vagaba por las tertulias nacionales impostando una figura de catalán sensato tan anacrónica como la de Xavier Trias. A escondidas, la mayoría de sus caudillos mediáticos no sabían cómo quitárselo de encima y se burlaban con ganas de él con una crudeza que solo la he visto en gente de ERC.

Puedo aseguraros que en pocas ocasiones he escuchado injurias tan bestias (y relativas al ámbito físico-bucal) contra una pluma convergente por parte de los republicanos como en el caso que nos ocupa. Pero bien, la transformación fallida de Esquerra en un partido pujolista tenía que pasar por gestos como este fichaje: de hecho, Jordi Pujol siempre despreció a la mayoría de periodistas y de intelectuales que acercaba a Convergència para que hicieran el puto favor de callar y de obedecer. Pero la gracia de todo es que Francesc-Marc no ha abrazado la panza de Junqueras porque crea que el líder de Esquerra representa la centralidad del catalanismo, sino porque ha visto (acertadamente, todo hay que decirlo) que el periodismo ya no tiene ningún tipo de relación con el poder; o mejor dicho, que en un mundo de plumas vividoras del dictado de la política le sale mucho más a cuenta vociferar que hacer de escribiente.

Los partidos procesistas todavía no se han recuperado del bofetón de las elecciones municipales y su triste agonía los lleva a rodearse de todo aquello que habían despreciado, solo para sobrevivir

La figura de Francesc-Marc nos será muy útil, primero y ante todo, porque demuestra que —a diferencia de Madrid, donde los ceros rulan que es una maravilla— un periodista catalán puede venderse por pocos miles de euros y una tapa de callos gratis con la birra. La profesión sale poco beneficiada, en este sentido, pues incluso el más bobo se incomodará con el hecho de que Álvaro apareciera hace pocos días en el Més 324 haciendo una ditirámbica apología contra el abstencionismo cuando ya sabía que se presentaría a listas (¡es una de las pocas ocasiones en las cuales se habrá visto un colega recomendando a la ciudadanía que lo vote!). Pero bueno, por encima de estas contingencias, lo importante es ver cómo los partidos procesistas todavía no se han recuperado del bofetón de las elecciones municipales y su triste agonía los lleva a rodearse de todo aquello que habían despreciado, solo para sobrevivir.

Que la política se aproveche de la desesperación y la holgazanería de un cronista inteligente como Francesc-Marc nos indica que el independentismo necesitará a hombres (y prosas) muy valientes para sobrevivir a la miseria cultural de nuestro futuro inmediato. Álvaro se había rendido hace tiempo y basta con leer su último artículo en Nació Digital, de una cursilería espantosa y con un verbo indigno de su oficio, para darse cuenta de que antes que salvar el país, nos tendremos que fortificar la musculatura y las palabras. Si podéis y tenéis la paciencia necesaria, os ruego que recuperéis la tertulia del pasado miércoles con Basté, donde la mayoría de opinadores trata a la estrella con una condescendencia que da vergüencita y todo. La cosa llega al paroxismo cuando el abogado de los convergentes, Xavier Melero, acaba deseando suerte al pobre chico recordándole que él está muy à la page de los mejores restaurantes de Madrid.

Afortunadamente, el abstencionismo ha empezado a allanarnos el camino y ayer ya jubilamos a dos de las últimas esperanzas de la generación política del 155 en Barcelona. Esperemos que las generales nos acaben de ayudar a imponer la tierra quemada que necesita el país y, si las encuestas del PSOE tienen razón, acabaremos de rematar la faena. Limpiar cuesta dolor y mucho esfuerzo. Tenías razón, Francesc-Marc. Hemos ganado. Y espérate, que no has visto nada.